martes, 18 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 34

Habían pasado ya algunos días desde que Pedro le había hecho aquella proposición en la limusina. Esas pocas jornadas deberían haber sido suficientes para recuperar la racionalidad, pero en lo único que había pensado desde entonces había sido en aquel hombre que añoraba a la niña tanto como ella. Había creído que él se limitaba a seguir adelante sin mirar nunca al pasado, pero estaba equivocada. ¿En qué más estaba equivocada? ¿Y cómo se suponía que iba a resistirse a él? La respuesta era sencilla: no podía.

Lo que explicaba por qué, después de semanas de rechazar sus invitaciones, finalmente había aceptado salir con él a cenar. Le había enviado la limusina a recogerla; seguramente habría sucedido algo en la oficina y se reunirían en el restaurante. Alisó la suave seda de la falda sobre sus rodillas y se preguntó si el sencillo vestido negro que se había puesto sería bastante elegante. Pero Pedro no le había dicho dónde iban. No importaba. Tenía tantos nudos en el estómago que no le iba a entrar la comida. Los nervios, era consciente, eran pura anticipación, algo estúpido lo mirara como lo mirara. Pero sabía que, al final, él haría que superara los límites de la prudencia. El coche giró a la izquierda y se detuvo ante un gran portón. Había estado tan enfrascada en sus pensamientos que ni se había dado cuenta de que se habían alejado de Las Vegas hasta una zona residencial. Apretó un botón y bajó la mampara que la separaba del conductor.

 —Perdone, ¿Adónde vamos?

—Tengo órdenes del señor Alfonso de llevarla a su casa.

—Ah —«tendrá que arreglarse para la cena», pensó.

El coche avanzó hasta una segunda fila de grandes puertas y el conductor marcó un código en un teclado.

—Ábrete Sésamo —dijo ella.

—¿Cómo dice, señorita Chaves? —el conductor, un hombre atractivo de unos cincuenta años, la miró a través del espejo retrovisor.

—He dicho que es un sitio bonito.

—Sí, señorita.

Césped, árboles y arbustos perfectamente recortados se alineaban a ambos lados de la carretera que transcurría entre grandes mansiones. Pasaron un lago artificial y llegaron a una rotonda al final de una calle sin salida. Se incorporó para echar un vistazo al impresionante edificio de estuco blanco concubierta de tejas rojas. Una torre en la parte delantera le confería el aspecto de un castillo. El conductor abrió la puerta y dijo:

—El señor Alfonso la espera.

Génova salió del coche y subió las escaleras hasta la puerta de dos hojas, pero antes de que pudiera llamar la puerta se abrió y apareció Pedro, como si hubiera estado acechando mientras la esperaba.

—Hola.

 —Paula —sonrió —. Pasa.

Se apartó a un lado para cederle el paso y ella entró en el enorme recibidor. Trató de verlo todo altos techos, escalera en curva con pasamanos de metal, gruesa alfombra beige... El salón era espacioso y elegante, con varios sofás y mesas de cerezo.

—Pedro, esto es realmente precioso —se dió la vuelta y se dió cuenta de que él no estaba vestido para cenar. Al menos, no para cenar en un restaurante de lujo.

Había estado completamente increíble con su esmoquin la otra noche y, aunque en esa ocasión llevaba unos vaqueros y una camisa blanca de algodón de manga larga, también tenía un aspecto impresionante. Iba descalzo y aquello era mucho más que sexy. Parecía mucho más el hombre que había llorado con ella la pérdida de un bebé, que el director ejecutivo de Alfonso Inc. Aquél era el hombre que podía romperle el corazón. Con esfuerzo llevó la vista desde los pies descalzos a los ojos.

—Creí entender que íbamos a salir a cenar.

—Creo que te pregunté si querías cenar conmigo —respondió él.

 Pensó un momento pero luego abandonó.

—Estoy demasiado arreglada.

Pedro se dió la vuelta, ofreciéndole una vista espectacular de los anchos hombros.

—No es un problema, no te preocupes.

¿No te preocupes? ¿Cómo no iba a preocuparse? La última vez que habían estado en una situación parecida había acabado en la cama con él. El corazón le latía tan fuerte, tan rápido, que casi le dolía. «No te preocupes», ¿qué significaba eso? ¿Que no importaba que estuviera demasiado elegante o que daba igual porque pensaba quitarle el vestido? En la cocina, una estancia enorme con electrodomésticos de acero inoxidable, un montón de armarios y encimeras de granito, apreció dos copas y una botella de champaña.

—¿Celebramos algo? —preguntó.

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