-Ah. Una chica encantadora -apoyó los codos sobre la mesa y puso una pícara sonrisa.
-Tuve que recoger sus pedazos cuando entró llorando en mi despacho.
-Mientras duró, la relación fue satisfactoria para los dos.
-Nunca duran, Pedro. ¿Por qué? -cruzó los brazos sobre la mesa.
-No busco nada permanente. ¿No me dan puntos por mandar rosas y romper la relación antes de que alguien sufra?
-Eres un jugador relámpago. ¿Cómo sabes que no existe el amor a primera vista?
Pedro arqueó una ceja.
-Pau, no tenía ni idea de que fueras tan romántica.
Ella ignoró sus palabras.
-Puede que tú no sufras pero, ¿Cómo sabes que las mujeres tampoco?
Ella sufría por todas las Ailén Tedesco que habían pasado por la vida de Pedro. Y las rosas no sanaban un corazón roto. Sabía muy bien que sólo el tiempo lo curaba todo. El tiempo y la promesa de no cometer el mismo error. Y él era un claro error. Lo miró a los ojos.
-Se me ha ocurrido que eres muy parecido a tu padre.
-Te equivocas -contestó cortante.
-¿Ah, sí? ¿Qué fue lo que le dijiste esta noche? ¿Que se pasaba el día en el trabajo y divirtiéndose con otras mujeres? Te has descrito a tí mismo, Pedro.
Él la miró y apretó los dientes.
-Tienes demasiadas preguntas y comentarios.
-Es parte de mi trabajo y lo que esperas de mí -soltó ella-. Y aquí tienes otro comentario: a pesar de todo, parece un hombre encantador.
Él frunció el ceño.
-Créeme, no es el hombre encantador que tú crees, Pau.
Ella esperó y confió en que siguiera hablando, pero no fue así. Si esperaba que no hablaran de lo que había sucedido aquella noche, había llevado a Londres a la mujer equivocada.
-Pedro, todos tenemos fallos. Tú tienes algo que te hace ser muy bueno en lo que te dedicas.
-¿Qué quieres decir?
Ella se calló y esperó a que él la mirara.
-Está claro que tu padre no es perfecto, pero te quiere.
Su mirada se oscureció y sus ojos azules brillaron de forma peligrosa.
-¿Y eso lo has deducido a partir de un comentario?
-No. Me dí cuenta cuando te dijo que había pasado mucho tiempo.
-No te sigo -dijo él, y negó con la cabeza.
-Eso significa que te ha echado de menos.
-¿De veras?
-Sí, de veras. Y cuando dijo que lo has hecho bien, quería decir que está orgulloso de tí.
-No sabía que tuvieras el don de leer entre líneas.
-Es fácil leer entre líneas cuando uno no está implicado emocionalmente -respondió ella, y dejó el tenedor sobre el plato vacío.
-¿Y crees que yo lo estoy?
-Por favor, es tu padre. Lo quieres y él te quiere.
-¿Y eso cómo lo sabes?
-Cuando anunciaste que era hora de marcharse, él intentó que cambiaras de opinión.
-¿Traducción?
-Te quiero. Te he echado de menos. No estoy preparado para que te vayas tan pronto.
Él se rió, pero su risa era amarga y sin humor.
-No es que vaya a creerme esa teoría lunática -dijo él-, pero, ¿Cómo sabes todo eso?
-Por mi padre -retiró su plato a un lado-. Solía decirme que me parecía a un jugador de fútbol. A mí me parecía ofensivo e hice todo lo posible por volverme femenina.
-Hiciste un buen trabajo.
La miró con brillo en sus ojos y ella sintió cierto calor en el corazón. Era una sensación realmente estupenda. Toda su atención estaba centrada en ella. Era emocionante... pero también daba miedo. Era un paso más hacia un corazón roto.
-Me quejé a mi hermana y ella me explicó que era un comentario de aprobación. Que lo que quería decir era que estaba en forma.
-No puedo estar más de acuerdo -Pedro bajó la vista un instante.
Paula sintió ganas de huir pero no lo haría, porque se sentiría humillada y Pedro ganaría. Se forzó para no apartar la mirada.
-Ahí fue cuando comencé a traducir el lenguaje masculino -explicó ella.
-Fascinante.
-Estoy convencida de que tu padre trataba de...
-No quiero hablar de ello -se puso en pie-. ¿Te has dejado sitio para la tarta? Tomémosla en el salón -agarró un plato de tarta y se dirigió al sofá.
Y así, sin más, terminó la conversación.
-De acuerdo.
Ella agarró el otro plato y lo siguió. Se sentó en una butaca, a su derecha, y se concentró en el postre.
-Está deliciosa. Está casi tan buena como la de mi hermana Delfina. La nata montada está para morirse -dijo ella, y cerró los ojos.
Recordó unas vacaciones pasadas y comenzó a reírse.
-¿Qué? -Pedro dejó el plato de tarta sin tocar sobre la mesa.
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