—Nunca hablamos de ella, Pedro. Ni un minuto. Tenía una vida creciendo dentro de mí.
—Lo sé.
La limusina se detuvo frente a su casa. Con la mampara que los separaba del conductor podían seguir con su conversación sin que pudiera escucharlos.
—Fue lo peor por lo que he tenido que pasar en mi vida —incluida su infancia, pensó— Sólo estaba de tres meses, nunca tuve la oportunidad de sentirla moverse. Nunca fue lo bastante grande para que pudiera sentir sus piececitos o sus pequeños codos. No llegué a estar gorda ni incómoda, todo eso que las mujeres embarazadas cuentan antes de dar a luz.
—Paula —tomó su mano y enlazó sus dedos con los de ella— No sé qué decir.
—Está bien —trató de sonreír, pero le salió una mueca— Ayuda hablar sobre ello, pero nunca lo hicimos.
—Era un momento muy difícil...
—Demasiado borroso. Los planes de la boda se impusieron y todo fue demasiado rápido —recordó— Creo que lo más duro para mí fue que no lloramos la pérdida...
—Estábamos juntos —protestó él— Esa noche te llevé a urgencias.
Recordó el horror al ver la sangre. Pedro la había tomado en brazos y llevado al hospital, pero era demasiado tarde. Se había quedado con ella hasta que despertó.
—Sí, estabas allí. Menos mal. No lo habría soportado sin tí —lo miró y se soltó de su mano— Pero después de esa noche nunca hablaste de lo que había pasado. Nadie quería a aquella niña como nosotros —su voz se quebró y las lágrimas hacían borrosa su visión— Quería tanto a nuestra hija...
—Yo también la quería —la atrajo hacia él y la rodeó con los brazos— No pasa un día sin que me acuerde de ella, Paula. Ahora tendría un año.
—Seguramente andaría.
—Y empezaría a hablar.
Paulasentía subir y bajar el pecho de Pedro mientras respiraba entrecortadamente Apoyó la mejilla en su hombro y le pasó la mano por detrás del cuello para agarrarse más fuerte. Cuando él la abrazó con firmeza en respuesta, ya no tuvo necesidad de que dijera nada más. Las palabras no servían para expresar lo que sentían, lo profundo de su dolor, de su pérdida. Compartir la carga con Pedro la hacía más ligera. Era una ironía, pensó ella. Lo había acompañado esa noche porque sentía que se lo debía como favor para conseguir dinero para las Torres Alfonso. Pero se había dado cuenta de que siempre había habido una conexión entre ellos, habían concebido una niña y la habían llorado. Aquella realidad los ligaba para siempre. Su aliento le erizó el pelo cuando Pedro le dijo al oído:
—El médico dijo que podríamos intentarlo de nuevo, cuando tú te encontrases mejor —le acarició en el cuello mientras hablaba— A mí me parece que estás estupenda.
Paula esbozó una sonrisa a pesar de su dolor.
—Gracias por la oferta, pero creo que es mejor que entre en casa.
—¿Qué te parece un intento? —preguntó con esperanza.
—No sería muy inteligente.
Pero cuando estaba dentro de su departamento y escuchó cómo se marchaba el coche, se dió cuenta de que no quería ser inteligente. Quería estar con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario