La cuestión era por qué sentía esos irracionales celos. ¿Quién demonios era ese Ezequiel?
—Me ha enseñado mucho sobre la forma. Es un equilibrio entre la alimentación, el ejercicio regular y la relajación.
—¿Entonces has dejado a tus dos mejores amigos?
—¿A quién? —preguntó sorprendida.
—Ben y Jerry.
—Ah, los helados —rió —. No los he dejado del todo, es triste reconocerlo. Pero ya no son uno de mis alimentos principales. Y si sucumbo es sin adornos, sólo vainilla, ni galletas ni barritas de caramelo.
—Estoy impresionado.
Ella se encogió de hombros.
—No es tan difícil. Simplemente quería cuidar mi salud. Cuando estaba embarazada...
—¿Qué? —interrumpió, suavizando el tono al ver una súbita tristeza en sus ojos.
—Es sólo que... —la tristeza tiñó sus ojos de un verde más oscuro y bonito—. Quería estar más en forma, nada más.
Pedro se dió cuenta de que se echaba la culpa por la pérdida del bebé.
—No fue culpa tuya, Paula —dijo tratando de consolarla, aunque el dolor también había calado hondo en él.
La idea de tener un bebé, ser padre... Había estado nervioso, excitado y, sobre todo, felíz. Un hijo con Paula. La vida no podía ofrecerle nada mejor, pero había conseguido lo peor, perderlos a los dos. Pero el dolor que reflejaban sus ojos lo perturbaba profundamente.
—El médico dijo que no había sido nada que tú hicieras o dejaras de hacer. Nadie sabe por qué ocurren esas cosas.
—Pero me ocurrió a mí —dijo ella—¿Quién más puede culparse?
¿Había llevado con ella esa culpa todo ese año? Era un dolor que no podía entender. Que ella sumiera una responsabilidad por algo que escapaba a su control hacía que le dieran ganas de abrazarla. La necesidad de consolarla era todavía más peligrosa que besarla, y por eso no trató de detenerla cuando echó a andar y se fue.
Paula no sabía que Pedro fuera tan observador. El había notado los cambios en su cuerpo y había dicho que estaba sexy. No era eso por lo que había decidido preocuparse más por su salud. Habría cambiado sus cumplidos por poder tener a su bebé entre los brazos. Se echó hacia atrás en la silla del escritorio y se frotó los ojos. La cuestión era que había perdido el bebé. No había hecho lo correcto aquella noche en urgencias. Él la había abrazado mientras lloraba. Que sus pensamientos se estuvieran deslizando hacia el pasado le decía que era momento de irse a casa. Fue con la silla hasta el ordenador y guardó el archivo en el que había estado trabajando. Si fuera igual de fácil hacer un clic en los pensamientos y apartarlos de la mente. Mejor aún, apretar la tecla de borrar. Pedro había tratado de animarla en el gimnasio hacía siete días. No lo había visto desde entonces y su ausencia hacía que en su corazón creciera el cariño.
—Maldita sea —dijo disgustada consigo misma.
Deseaba no haberse quedado embarazada. Era la conexión con su pasado común, la única razón por la que le había pedido que se casara con él. Había pensado en ello constantemente desde su última conversación y le gustaría no haber pronunciado aquellas palabras. Por mucho que le hubiera gustado marcharse, tenía un contrato que se lo impedía y algo que demostrar. No confiaba en ella, y no podía defraudarlo otra vez.
—Hola —saludó él. Hablando del rey de Roma... Estaba en la puerta de su despacho con su despeinado de final de jornada, muy interesante—¿Qué haces todavía aquí?
—Trabajo aquí. A menos que cambies de opinión y decidas despedirme — podía bromear con eso ya que sabía que no era parte de sus planes.
—¿Despedir a mi estrella?
—¿Sólo estrella? La luz de tu mundo.
—Mi cuerpo celestial —dijo levantando una ceja mientras sonreía.
Seguro que no estaba flirteando. Aquél era terreno peligroso, no podía colaborar sonriendo ella también.
—¿Por qué has venido? ¿O estás aquí sólo para torturarme?
—He venido por trabajo. Tomarte el pelo es uno de los beneficios extra.
No llevaba chaqueta del traje y se había aflojado la corbata y remangado la camisa hasta justo debajo de los codos. Tenía buen aspecto, masculino, y ofrecía una buena visión de los fuertes antebrazos.
—Bueno, ¿De qué se trata? —preguntó cuando estuvo segura de hacerlo en un tono normal.
—He visto la entrevista en Celebrity Access.
Paula se encogió. Ella se había negado a verla. Las entrevistas en los medios no eran algo nuevo, pero no podía soportar verse a sí misma, escuchar su propia voz, criticar sus palabras o desear haber dicho algo más o algo menos. Pero él la había llamado su «estrella».
—¿Qué te pareció?
—Estuviste bien —no parecía sorprendido, más bien contento con el resultado.
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