—¿Me estás pidiendo salir?
—Esa es la idea...
—¿Qué pasa, Pedro? —dijo entornando ligeramente los ojos.
—Parece como si yo fuera agente de la CIA y esto una trama política.
—En lo de la trama tienes parte de razón. Al menos es como empiezo a sentirme. Primero un ardid para llevarme a una cena clandestina, con flores y mi vino favorito.
—Deberían azotarme.
—Ahora —continuó con una sonrisa que la traicionaba—, rondando por aquí con una invitación para salir a divertirnos.
—Olvida los azotes, mejor que me quemen en la hoguera en Las Vegas Boulevard. Podemos vallar el espacio y vender entradas. Será divertido.
—Para —dijo riendo— Eres imposible.
—He tenido una buena maestra —dijo mirándola fijamente, tan pequeña, tan femenina, tan delicada. Tan irresistible— Bueno, ¿Qué dices? ¿Estás lista para algo de descanso y entretenimiento?
—No.
Se llevó la mano al oído, como si no pudiera oír bien, y preguntó de nuevo.
—¿Perdón?
Paula se apartó el pelo de la frente.
—He estado limpiando, tengo el aspecto de haber sobrevivido a un desastre. Si te hubieras molestado en llamar antes, no estarías de pie en la entrada, te habrías ahorrado el viaje.
Esa negativa era exactamente por lo que no había llamado; el teléfono se lo habría puesto demasiado fácil.
—¿Cómo puedes ser tan cruel?
—¿Qué? —dijo parpadeando.
—Tiene que ser una mujer sin corazón la que rechace la invitación de un soltero solitario.
—Por favor. Es imposible que en Las Vegas haya un soltero solitario más apetecible.
«Te equivocas, Paula», pensó.
—¿Y quién es responsable de que sea soltero?
Incómoda se pasó el dorso de la mano por la naríz.
—Ya me he disculpado más de una vez.
—Lo sé, y te he perdonado. Una expresión de sospecha reemplazó a la de incomodidad.
—¿Estás intentando confundirme otra vez?
—No, sólo estaba bromeando —dijo suspirando— Ya sé que tenías tus razones.
—¿De verdad?
Pedro asintió con la cabeza.
—Cuando Lu y yo hablamos sobre sus dudas, me dí cuenta de que yo repetía lo que tú habías dicho.
—Casi palabra por palabra. Paula Chaves, mi musa.
—Oh.
—Sí —se encogió de hombros— Te entiendo mejor ahora.
—Me alegro. —Muy bien. Y sobre lo de divertirnos...
—No puedo, Pedro.
—Si es por tu aspecto... —pensaba que no podía estar más guapa.
—No es eso —suspiró ella— Dejemos que el pasado descanse en paz. Somos amigos otra vez.
¿Amigos? El no sentía como un amigo. Quería tocarla, sentir la suavidad de su piel, probar sus labios para ver si eran tan embriagadores como aquella noche en el Jardín del amor.
—No soy una mujer de riesgo. Además, no sería muy inteligente salir contigo.
—No estés tan segura.
Antes de que pudiera decir nada, Pedro la había tomado entre sus brazos y la estaba besando. En un abrir y cerrar de ojos la sorpresa inicial dio paso a la rendición. Tan fácilmente. ¿Había deseado ella aquello tanto como él? Ese pensamiento dejó sin sangre su cabeza y la envió por debajo del cinturón. Paula le pasó los brazos por detrás del cuello y se apretó contra él. Estaban en contacto desde el pecho a las rodillas y no había forma de que ella no fuera consciente de cómo la deseaba. Aquello no era un dulce y amistoso beso, porque rápidamente evolucionó hacia los gemidos, jadeos y respiraciones pesadas en medio de un combate de lenguas. El corazón de Pedro se aceleraba al ritmo de los gemidos de ella. Antes de estar completamente fuera de sí separó la boca de la de ella con el único objetivo de demostrarle que volver a verse así era una buena idea. Respiró hondo antes de tomar el rostro de ella entre las manos y darle un pequeño beso en los hinchados labios. Después estableció una distancia de seguridad entre él y aquel cuerpo lleno de curvas que podía hacerle caer de rodillas a sus pies.
—Mientras limpias el polvo hay algo en lo que quiero que pienses.
—¿Qué? —el corazón le latía desbocado.
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