Paula estudiaba el solar adyacente al hotel. La ceremonia del corte de la cinta se acercaba. Después de que Luciana se hubiera ido, había mantenido una reunión con Pedro para cerrar los últimos detalles del evento. Era una buena excusa para apartar de ella los pensamientos sobre el terrible error que había cometido, incluso aunque la reunión requiriera pasear por los escombros con los tacones.
Con las manos en las caderas y gafas de sol, Pedro observaba el espacio.
—Este es un buen lugar para cortar la cinta.
—De acuerdo —hizo una anotación en el plano— Entonces creo que podríamos colocar a los medios allí arriba. El corte de la cinta es sólo una foto, así que pongámoselo fácil, si no, cuando disparen sus cámaras, la cinta estará en el suelo.
—Buena idea —dijo él asintiendo.
Era casi la hora de comer y empezaba a hacer calor, y ella sabía que el mercurio seguiría subiendo por lo menos hasta las cinco. A pesar de que el fin de semana de la presentación de las Torres Alfonso sería en septiembre, el calor estaría servido.
—Creo que deberíamos instalar un toldo —dijo ella golpeándose con el bolígrafo en el labio.
—¿Ahora?
—Sería estupendo —dijo sonriendo.
—Veré lo que puedo hacer.
—¿Y si hiciera un chasquido con los dedos o moviera la naríz me llevarías hasta la olla llena de oro que hay al final del arco iris?
Se quitó las gafas de sol y la miró.
—Eres una listilla.
—Sí, deberías recordar de vez en cuando las facetas ocultas de mi personalidad —bromear con él era una de las cosas que más le gustaban. Lo iba a echar mucho de menos. Nada de ataduras significaba que no había nada que unir y eso suponía que habían terminado.
—Veamos —cruzó los brazos— Recuerdo que te gustaban los huevos fritos no muy hechos para poder mojar el pan en la yema. Eres probablemente la única mujer del mundo a la que no le gusta el chocolate solo, tiene que tener almendras, avellanas o cualquier otra cosa. Hay que llegar al menos veinte minutos antes al cine para evitar caerse en la sala a oscuras con las palomitas y la bebida dietética en la mano. Y para todo lo demás eres la única mujer que conozco que es persistentemente puntual.
Lo miró y tragó saliva para evitar quedarse con la boca abierta.
—Vaya.
Recuerdos de él y ella, desnudos envueltos por las sábanas, pasaban por la cabeza de Paula a retazos. Él la miró.
—Define «vaya».
—Significa que no puedo creer que recuerdes tantas cosas.
—Soy bueno con los detalles.
Realmente lo era, podía dar fe de ello. Pero había detalles y detalles. El trabajo era una cosa, lo personal era distinto, y él se había vuelto algo muy personal. Se preguntaba si sería verdad que ella era importante para él. Seguro que alguna vez lo había sido, pero en ese momento no sabía qué creer y no pudo reprimir una pregunta.
—¿Por qué seguiste adelante con la compra del hotel, Pedro?
—Parecía un buen negocio.
Eso no era lo que ella quería oír.
—¿Fue ésa la única razón?
—¿Qué otra razón podía haber? Soy un hombre de negocios. Los desarrollos inmobiliarios son la clave de mi corporación. Esta propiedad estaba perdiendo dinero y eso no podía ser.
—¿Así que viste una oportunidad y la tomaste?
—Por supuesto.
Paula se encogió. Aquellas dos palabras resucitaban en ella un gran bagaje emocional.
—Entiendo.
—Esta propiedad será un éxito. Tiene una situación inmejorable y hay espacio para la construcción.
—Muy bien, déjame replantearlo —dijo ella—¿Por qué seguiste adelante con el negocio después de que rompiéramos?
Él ya le había dicho que había terminado con ella, pero hacía unas pocas horas que había salido de su cama.
—¿Me estás preguntando si mis razones tienen algo que ver contigo?
Eso era lo que le estaba preguntando y, si él decía «por supuesto», tiraría sus gafas de sol a los escombros. Si decía «de ninguna manera», al menos sabría a lo que enfrentarse. Se quedaría con su sufrimiento ya que no podría detenerlo.
—Sí, eso te estoy preguntando.
Él se subió las gafas a lo alto de la cabeza y la miró a los ojos.
—Pensé en echarme atrás, pero...
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