Los dos habían empezado la gala haciendo entrevistas juntos, pero poco después la habían llamado y ella había desaparecido. De pronto se había convertido en algo muy importante compartir aquella noche de éxito con su extraordinaria organizadora de eventos. Y menudo evento había organizado. Había colocado cuatro pantallas enormes en las esquinas en las que constantemente se proyectaban imágenes de la concepción artística de las torres, de los arquitectos desarrollando el edificio y del recorrido virtual por los planos de los pisos. Mesas y sillas se agrupaban alrededor de las pantallas para que los invitados pudieran sentarse después de llenar sus platos en el bufé. Melina St. George había creado un plato al que había llamado Alfonso y que se serviría en el Pinnacle. Los camareros, vestidos con pantalones negros y chaqueta corta blanca, circulaban con bandejas de champaña. En una de las esquinas un pianista de esmoquin acariciaba las teclas de marfil de un gran piano. La inauguración había salido tal y como él quería. Ella había cumplido su promesa una delicada combinación de comodidad, clase y sofisticación.
La impaciencia empezó a crecer dentro de él al mirar a su alrededor. No podía ser tan difícil encontrarla. Después de todo, llevaba un vestido bastante llamativo. Por fin la multitud empezó a retirarse y pudo tener una visión del vibrante color. Allí estaba ella, vestida de una seda naranja que marcaba cada curva de su cuerpo y que dejaba un hombro al descubierto. Estaba increíblemente sexy, preciosa. Era como un faro que lo atraía de un modo irresistible. Un irresistible faro que hablaba y reía con un hombre que creyó reconocer vagamente. Algún actor. El nudo de su estómago se apretó cuando vio a otro hombre mirándola también. Reconocía la expresión de sus ojos porque estaba llena de los mismos sentimientos que él tenía cuando estaba con ella. Pero lo que realmente odiaba era la forma en que aquella comadreja con la que estaba no perdía una oportunidad de tocarla. En el corto espacio de tiempo que le llevó atravesar el mar de cuerpos para llegar hasta ella, el tipo se las había ingeniado para besarla en la mano. Unos celos irracionales lo atravesaron cuando ella se rió de algo que le había contado aquel tipo. Se detuvo junto a ella.
—Paula.
—Pedro—le sonrió con auténtico placer—¿Has terminado con los periodistas?
—Sí. ¿No vas a presentarme? —preguntó, fulminando al otro hombre con la mirada.
—Por supuesto. Pedro Alfonso, éste es Leonardo Flynn. Nos conocimos en el Cine Vegas, en el estreno de su última película.
Los dos hombres se estrecharon la mano.
—Bienvenido a las Torres Alfonso —le dijo Pedro.
—Gracias. Ya he dejado una señal para uno de los áticos —tenía algo de acento irlandés. Las mujeres podían encontrar aquello atractivo, pero a Pedro le resultó demoníaco— Este es un gran sitio.
—Mi equipo ha trabajado a destajo. Me alegro de que le guste el resultado — Pedro se preguntaba cómo podía parecer tan civilizado cuando sentía todo lo contrario. Por negocios, claro. Se volvió hacia Paula— Te he estado buscando.
—¿Está todo bien?
No lo estaría si ese tipo volvía a tocarla, pensó Pedro.
—Sólo quería decirte que el veredicto es unánime. Has preparado una gran fiesta.
—Es verdad —corroboró Leonardo— Querida, dí una sola palabra y tendrás una gran carrera en Hollywood. Siempre hay algún evento que preparar, tendrás más trabajo del que puedas hacer.
Pedro maldijo en silencio mientras el pelele le pasaba un brazo por el hombro y deslizaba un dedo por la piel desnuda de Paula. Sabía que si no se la llevaba en treinta segundos, aquel evento no se recordaría por el residencial de alto nivel, sino por los dos puñetazos que le habría dado a Don Juan.
Me copa este Pedro celoso!!
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