sábado, 1 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 12

—¿Para usted y ése? —el chico miró a Pedro y no pareció impresionado por la mirada de éste.

—No —ella tampoco estaba impresionada por la mirada. A lo mejor así la próxima vez le dejaba hacer su trabajo sola.

—Eso sí que es bueno —el muchacho le dedicó a ella una mirada de interés— Eche un vistazo.

Ella miró el vestíbulo lleno de gente.

—¿Estás seguro de que no molestaremos?

—No. Siempre está así. Tenemos una boda cada media hora durante toda la noche. Nadie lo notará. La boda de lujo cuesta alrededor de ciento cincuenta dólares. Eso incluye los anillos y una limusina— Se volvió a poner los auriculares y ajustó el volumen.

Pedro frunció el ceño ante una hilera de gente vestida de cualquier modo, desde  lentejuelas rojas hasta vaqueros rotos en las rodillas, que recorría la sala de extremo a extremo. La miró.

—Vamos, Pedro —dijo ella.

Lo agarró del brazo y caminó con decisión entre la masa hasta llegar a la sala de ceremonias. Una vez dentro se sentaron al final, en un banco muy duro. Pedro se inclinó y le susurró:

—Con una boda cada media hora, supongo que no estarán muy preocupados por la comodidad de los invitados.

—No seas tan gruñón —mirando hacia abajo, dijo— Auténticas baldosas de plástico.

Él se acercó más.

—A juego con la auténtica roca de plástico que recubre el atril. Su respiración le rozaba la oreja y le erizaba el vello.

—Mira, el ventilador que mueve aquellas cintas de plástico en frente del fondo azul que simula una catarata es un detalle particularmente bonito.

—No tanto como el enrejado de auténtica madera que cubre las paredes.

—Y protegido por las rosas de plástico clavadas en él —estuvo de acuerdo ella.

—Y pensar que tienes todo esto por sólo ciento cincuenta pavos... Su expresión de sincero sentido del humor era tan bonita, tan divertida, tan completamente inesperada, tan cálida...

Paula se tapó la boca con la mano para reprimir la risa. En ese momento, una novia caminaba hacia el altar metida en un crujiente vestido de raso rojo. Cuando el pasillo estuvo despejado,  se deslizó fuera de la sala con Pedro detrás de ella. En el ya vacío vestíbulo, los dos rompieron a reír. Era la primera vez que se reían juntos en más de un año. Pensar en ello la hizo detenerse fría, pero los sentimientos que fluían entre ambos eran de calor. Era demasiado íntimo, pensó ella, luchando para recuperar el aliento perdido, y no por causa de la risa.

—Este sitio es divertidísimo. Hortera cien por cien —dijo ella.

Pedro asintió con la cabeza mientras miraba alrededor.

—A Nan le gustará el precio. Sabe reconocer una ganga cuando la ve.

 —Mira —dijo ella señalando una puerta con la barbilla— Toda la gente se ha metido en esa sala, vamos a ver qué hay.

—De acuerdo —Pedro la tomó de la mano y la llevó a través de la polvorienta moqueta azul.

Paula estaba impresionada por cómo había entrado él en el juego, pero mucho más sorprendida por lo bien que se sentía con su mano en la de él. Estaba sorprendida por que un gesto tan inofensivo hiciera temblar su corazón. Bueno, el gesto no era tan inofensivo, pensó después. Se soltó de su mano en cuanto se colaron en la sala y vieron a otra novia en un ceñido traje blanco por la rodilla. El novio permanecía de pie a su lado mientras ellos no podían reprimir una sonrisa. Pedro  la miró con una expresión de ironía.

—¿Qué viene luego? ¿La capilla con el imitador de Elvis?

—No tienes romanticismo en el alma —se mofó ella.

—Tengo tanto como el próximo tipo —se defendió— Aunque nunca podré alcanzar el romanticismo de la decoración de este lugar.

—¿A quién le preocupa la decoración? Míralos —dijo ella señalando a la pareja que esperaba para unir sus vidas.

—¿Qué?

—Sólo tienen ojos el uno para el otro —suspiró y volvió hacia la puerta— No les importa si se casan en una capilla o en un armario. El amor es lo único que importa  —¿Qué demonios sabía ella del amor? Además, se lo acababa de decir a Pedro. Se dió la vuelta bruscamente — Vámonos.

—Sí.

Él le apoyó la mano en la espalda para guiarla entre la gente. Era un gesto de cortesía, mucho para el Pedro que ella recordaba. Podía sentir el calor de sus dedos a través de la blusa. Sujetó la puerta para que ella saliera a la cálida tarde de verano. Respiró hondo tratando de acompasar su respiración, algo nada fácil de lograr mientras él siguiera tocándola. Bajaron por la rampa del estacionamiento y, antes de llegar a la limusina, Pedro la agarró del brazo.

—Tengo una pregunta.

—¿Qué? —se obligó a sí misma a mirarlo a los ojos.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Para confundirte.

Un destello brilló en los ojos de Pedro.

—¿Eso no es buena idea, Paula? No ganarás.

Estaban sólo los dos, la luna, las estrellas y la cálida brisa. Algo en la expresión de él anunciaba peligro, pero Paula no se podía mover. Era una mirada que le recordaba la primera vez que lo había visto... Y de pronto Pedro deslizó los dedos entre su pelo y sostuvo su cara de modo que pudiera bajar con su boca hasta la de ella. Una voz en su cabeza le gritaba a Paula «corre y no mires atrás». Pero su corazón ya estaba anticipando el calor de sus labios. No podía detenerse ni respirar. Todo lo que sabía era que sentía unas irreprimibles ansias de devolverle el beso. Abrió la boca y creyó escucharle gemir, a pesar de que la sangre que martilleaba en sus oídos casi no le permitía oír nada. Pedro apoyó sus labios en los de ella y la acarició con la lengua. Escalofríos de excitación recorrieron el cuerpo de Paula. No quería aquello, pero lo estaba sintiendo de nuevo. Era como si su cuerpo hubiera estado en hibernación esperando a que la magia de él la despertara. Todo lo que podía pensar era que quería besarlo siempre.

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