jueves, 27 de abril de 2017

Por Tu Amor: Capítulo 4

-No lo dejes pasar, Paula -le advirtió Horacio-. Mucho trabajo y poca diversión...

«¡Hipócrita!». Dominado por la rabia, Pedro dió un paso adelante y se detuvo muy cerca de su padre.

 -¿Y qué sabes tú de equilibrar el trabajo y la diversión? Por el tiempo que le has dedicado a tu familia, podíamos perfectamente haber sido tus mascotas. Cuando no estabas trabajando, te divertías con otras mujeres que no eran tu esposa.

Paula puso la mano sobre su brazo.

-Pedro...

 El apenas sintió su roce, pero el tono de voz llamó su atención. La expresión de su rostro hizo que la rabia se desvaneciera. Respiró hondo.

 -Nos vamos, Pau.

 -Pero sólo hemos estado...

 -No podemos quedarnos -la interrumpió Pedro.

Horacio frunció el ceño.

 -Han venido desde muy lejos. Seguro que pueden quedarse a cenar...

-Tenemos otros planes -dijo él mientras tomaba a Paula del brazo.

Había ido por Sonia, pero no le debía nada a aquel hombre y aquel lugar no le traía buenos recuerdos. Allí era donde el mundo que él conocía se había desmoronado. Había conseguido rehacer su vida, pero nunca nadie volvería a ser tan importante para él. Mientras Pedro apremiaba a Paula para que saliera al exterior, reconoció un fuerte ambiente de ironía por segunda vez y no le gustó. Igual que aquella noche de doce años atrás, necesitaba salir deprisa de Bella Lucia. La diferencia estaba en que esa vez se marchaba con Paula, la única mujer en quien confiaba.

Paula se registró en la suite de Durley House y, una vez en su habitación, nada le apeteció más que quitarse la ropa que había usado durante el viaje y ponerse algo más cómodo. Si también hubiera podido cambiar su pensamiento tan fácilmente... La escena de Bella Lucia la había impresionado. Nunca había visto a Pedro comportarse de esa manera. La violencia reprimida que transmitía la había sorprendido, porque ella estaba acostumbrada a que fuera un hombre encantador, un rasgo que sospechaba había heredado de su padre. El nuevo Jack, con un aura de peligro alrededor, era alguien que no conocía. Y no podía dejar de pensar en él. No le gustaba pensar en Pedro fuera del trabajo porque, por definición, fuera del trabajo significaba personal. A nivel personal, los hombres como él eran tóxicos para ella. Después de conocerlo, lo había englobado en la categoría de mujeriegos adinerados. Pero después de cómo había reaccionado ante su padre, le resultaba difícilmantenerlo ahí. Lo poco que había dicho indicaba que Pedro había heredado de su padre su afición por las mujeres y la capacidad de cautivarlas. Y allí estaba ella, compartiendo una suite con aquel hombre. Él tenía la habitación principal y había un salón entre medias pero, de pronto, le parecía que estaba demasiado cerca. «Maldita sea. Debería haberle dicho lo que podía haber hecho con sus navidades en Londres». Llamaron a la puerta y ella se sobresaltó.

-¿Qué? -preguntó antes de abrir.

-Me he tomado la libertad de encargar la cena -Pedro señaló hacia la mesa de comedor que estaba servida con mantel de tela, velas, flores y dos platos.

Todo era igual de encantador que Pedro. Él también se había cambiado de ropa. Llevaba unos vaqueros que se ajustaban a su cuerpo resaltando sus músculos. Y un jersey azul que hacía que sus ojos parecieran más brillantes. De pronto, ella se percató de que, sin que él moviera un dedo, podía volver a enamorarse de Pedro. Su hermano la había llamado luchadora, pero ella no se sentía así. Era capaz de conocer hombres de negocios y estar a la altura. Podía hablar de capital e inversiones con Jack con total seguridad en sí misma. Pero esa noche había cambiado algo en ella y no estaba segura de qué era, ni de cómo había pasado. Sólo sabía que, al verlo, sentía un nudo en el estómago y que lo miraba de una manera que no debía mirarlo.

 -No tengo mucha hambre. Se está haciendo tarde. Yo sólo...

 -Seguimos con el horario de Nueva York. Y cuando nos hemos ido del restaurante, te has quejado de que no nos hubiéramos quedado porque había unos aromas maravillosos que te hacían la boca agua.

«No tanto como ahora», pensó ella, y trató de retirar la vista de su torso. Lo había visto otras veces con sudaderas. Y en vaqueros. Pero nunca lo había visto tan enfadado como para luchar. Y después de la batalla, los soldados tenían un exceso de adrenalina que encauzar en otras actividades. Actividades físicas, íntimas.

-Los maravillosos aromas ya no están. Y ¿desde cuándo haces caso de mis lloriqueos?

 -¿He dicho lloriqueos? -No, pero era lo que querías decir. Es un defecto. Y trato de cambiarlo.

-No importa. El jefe soy yo. Y tienes que comer. No soy ningún esclavista desaprensivo.

-¿Y estás dispuesto a demostrar que asegurándote de que tu subordinada esté bien alimentada, tendrá fuerza para darte hasta la última gota de sangre? -preguntó ella, señalando la comida que había en la mesa.

Él arqueó una ceja.

 -¿Desde cuándo has desarrollado tanta facilidad para el teatro?

-Siempre la he tenido.
Pero ver una faceta desconocida de Pedro había hecho que resurgiera. Conocía su historia acerca de cómo había llegado a ser empresario, pero nunca se había imaginado lo poco que conocía sobre su historia personal. Ella le había contado cosas sobre su vida, pero él nunca le contaba nada, excepto quién era la mujer con la que salía ese mes. Pedro parecía un hombre que no sabía aceptar un no por respuesta. Si alguna vez decidía que quería algo más con ella, aparte de compartir una comida, estaría metida en un buen lío. Nunca estaría suficientemente agradecida por no ser su tipo.

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