-Que me he quedado sin aliento.
-Cabemos los dos. Te habrás dado cuenta, ¿no?
Paula miró la hierba verde, luego lo miró a él y sonrió. .
-Definitivamente me estás malcriando.
-Es exactamente lo que pretendo. Nada puede hacerme más feliz.
-¿Y qué me dices de las habitaciones de los niños? -preguntó ella mirando a su alrededor-.
¿Dónde están?
Pedro caminó otros cuantos pasos más y luego señaló.
-Una aquí, y otra allá, justo donde esos helechos.
-¿Sólo dos? -volvió ella a preguntar decepcionada.
-Bueno, son habitaciones muy amplias, como puedes ver. Pensé que bastaría con una para las niñas y otra para los niños -añadió dándole un largo y cálido beso y murmurando después-. Pero por supuesto siempre podemos añadir más habitaciones conforme las vayamos necesitando.
-Ah, bueno, entonces bien -susurró ella contenta-. Y nuestro primer hijo, ¿será niño o niña?
-¿Qué prefieres tú, cariño?
Paula se quedó pensativa un momento. Luego, levantó la vista al cielo y vio una estrella fugaz que lo cruzaba y se perdía en el horizonte.
-Creo que un niño. Con cabello oscuro y ojos encantadores y grises como los tuyos. Aunque lo cierto es que una niña también estaría bien. A veces los chicos necesitan a una hermana mayor para mantenerlos a raya.
Entonces otra estrella volvió a cruzar el firmamento.
-Creo que alguien de ahí arriba está haciendo una fiesta. Es un buen presagio -dijo tomándola de la mano y llevándola unos cuantos pasos más allá-. Bueno, ya estamos en la puerta principal. Y allí está el camino que conduce hasta la carretera.
Paula se dejó llevar por un impulso y se abrazó a su cuello.
-Es maravilloso, cariño. Lo convertiré en un hogar del que puedas estar orgulloso.
-Sé que lo harás, cariño -contestó Pedro apretando el abrazo y besándola en la frente, en los ojos, y en la boca, antes de murmurar-: Sigo preguntándome cómo he podido tener tanta suerte de encontrarme con una chica como tú. No consigo saber qué he podido hacer para merecerlo.
-Es gracioso -suspiró contenta Paula-. Yo he estado pensando exactamente lo mismo. Quizá haya sido el destino.
-Sí. Tres hurras por el destino.
-Aunque los comienzos no fueron muy buenos, ¿verdad? -recordó nostálgica.
-No importa -sonrió-. Algún día lo recordaremos y nos reiremos. Espera a que le cuente a tu hija el día en que su madre se vistió de Tamara Torres.
-No te atreverás. Si lo haces, tendré que contarle por qué lo hice, y eso no te gustaría, ¿no crees?
-Hmm... mejor cambiemos de conversación -dijo volviendo a besarla larga y apasionadamente.
Pedro comenzó a juguetear con la lengua y ella abrió los labios. Deslizó las manos bajo la chaqueta y lo rodeó acercándose más a él, hasta que sus cuerpos se presionaron el uno al otro mandándose olas de calor.
Pedro se apartó para mirarla a los ojos mientras la luz de la luna brillaba en su cabello. Luego, le acarició la mejilla. Fue un gesto sencillo, pero resultó más elocuente que cualquier palabra. Le hablaba del inmenso amor que sentía por ella.
-Aún sigo preguntándome si todo esto no será más que un sueño y si me despertaré y descubriré que tú no estás -murmuró Pedro-. Eres como una preciosa diosa venida a la tierra en medio de la luz de la luna.
Paula presionó sus labios contra los de él y lo mordisqueó. Luego susurró.
-Nada de diosas. Me llamo Paula Alfonso, y soy la devota esposa y propiedad única de Pedro Alfonso. Soy su esclava complaciente. Él puede hacer conmigo lo que desee, en cualquier parte y a cualquier hora -sonrió y bajó los ojos-. Incluso aquí, si es que lo desea.
-Eso suena a invitación, y seria muy mal educado si no la aceptase -contestó con voz espesa anticipándose al placer-. ¿Pero qué me dices de las hadas? ¿No te importa que tengamos público?
-Ah, bueno, las hadas de Kindarroch son muy comprensivas con estas cosas -susurró con una sonrisa-. Además, están muy bien educadas. Harán como que no lo ven. De todos modos acabamos de comenzar nuestra luna de miel, así que no estamos haciendo nada de lo que debamos avergonzarnos.
-Bueno... en ese caso... -Paula se arqueó mientras Pedro la besaba y comenzaba a desabrocharle la blusa. De pronto, hizo una pausa y sonrió-. ¿Te das cuenta de que estamos justo delante de la puerta principal? ¿No deberíamos de ir al dormitorio?
-Entonces llévame allí, cariño -suspiró medio en sueños-. Me siento muy frágil.
Pedro la levantó sin esfuerzo y la llevó en brazos. Estaba tan loco como ella, pensó Paula. Gloriosamente, maravillosamente loco. Si aquello era el efecto del amor entonces podía durar eternamente. Se colgó de él y lo miró a los ojos mientras la llevaba en brazos. Luego la dejó con cuidado sobre la hierba.
Y allí, bajo las estrellas, hicieron el amor. Un amor que iba más allá del mero placer físico. La sensación de aquellas manos sobre su piel desnuda mientras la acariciaba... los suaves temblores en todo su cuerpo mientras los labios de él buscaban, besaban y satisfacían su anhelo... el poder arrebatador de su masculinidad mientras ella lo guiaba despacio hasta lo más dulce, lo más caliente y lo más húmedo de sí misma... la anticipación del éxtasis mientras él la llevaba lenta, inexorablemente, cada vez más alto, más alto... y el clímax fulgurante en que ambos estallaron, el uno en brazos del otro, sin aliento...
Durante unos dulces minutos ambos yacieron sobre la hierba exhaustos, mientras el sonido de sus respiraciones iba dando paso al de las olas del mar de la playa. Luego, él volvió a besarla, tan tierna y dulcemente que ella sintió deseos de llorar de felicidad.
-¿Quieres volver ya? -preguntó Pedro.
-No, cariño, aún no -contestó pensando que deseaba quedarse allí para siempre.
-Bien, yo tampoco -dijo él volviendo a besarla suavemente y rodando hasta quedar sobre su espalda para mirar al cielo-. ¿Por qué no nos habremos conocido hace años? No olvidaré esta noche mientras viva.
Paula se apoyó sobre un codo y deslizó los dedos por su pecho.
-Sé que no la olvidarás. Me aseguraré de ello -le advirtió con una sonrisa-. De todos modos, hace años yo no era más que una colegiala con pecas a la que no te habrías dignado mirar. Ryan la alcanzó y tiró de ella hasta que pudo besarla haciéndola temblar de placer. Catriona se mordió el labio mientras sentía cómo él besaba su pezón con suavidad.
Después de un rato, se sentó, pero no podía apartar la vista de él. Era guapo, pensó. Parecía un dios griego en reposo a la luz de la luna. Era extraño pensar que era el primer hombre al que realmente conocía. Ni siquiera nadie la había besado antes, pero sabía que nunca, con nadie, hubiera podido sentir lo mismo. Ni nunca lo haría, por mucho que viviera.
La suerte era la que los había unido. De entre todos los hombres del mundo había sido con él con quien se había tropezado. Él había estado en el momento apropiado en el lugar apropiado. ¿Pura casualidad?, se preguntó. Quizá. O quizá todo había sido planeado por las estrellas.
Se recostó sobre su pecho y cerró los ojos. Su mente fue deslizándose hacia un estado de ensoñación del que sólo disfrutan los amantes cuando están el uno en brazos del otro. Quizá pasaran sólo minutos, quizá una hora entera. Paula sintió que él tomaba su mano y la poníasobre su masculinidad. Podía sentir su pulso mientras se iba agrandando. Entonces, abrió los ojos y lo miró traviesa.
-¿Otra vez? -murmuró feliz y sorprendida.
-¿Es demasiado pronto? Si estás cansada, podemos esperar hasta más tarde. Tenemos toda una vida por delante.
Paula lo acarició y luego se sentó. Reprimió una risa y luego dijo preocupada:
-Oh, pobre hombre. Vaya, debe de ser terriblemente molesto. Quiero decir, ¿cómo vas a vestirte en esas condiciones? No podemos volver al hotel así. La gente se va a dar cuenta. -Es el problema de tener una mujer pelirroja tan sexy -contestó Pedro apoyándose en los codos-. Supongo que tendré que aprender a controlarme un poco más.
-Puede que esa no sea una buena idea, cariño. No quisiera echar a perder tu diversión. De todos modos, si la culpa es mía, supongo que tendré que hacer algo al respecto.
-Me gusta tu actitud. Una mujer comprensiva es la mejor posesión de cualquier hombre. Veo que nuestra vida de casados va a ser un verdadero éxito.
Pedro intentó sentarse, pero ella puso la palma de la mano sobre su pecho y lo empujó hacia abajo.
-Tú has hecho todo el trabajo, cariño, así que es justo que ahora haga yo mi parte.
Despacio, se sentó a horcajadas sobre él y lo guió a casa, mirándolo amorosamente a los ojos. Por encima de ellos, las estrellas sonreían mientras el sonido del agua acariciando la playa se unía al del éxtasis de dos amantes en la noche.
María se deslizó fuera de la fiesta en silencio sin decírselo a nadie. Se sentó en su sillón al lado de la chimenea con una taza de té y una sonrisa en el rostro. Su tarea había terminado. Cuando el mar se llevó a Seumus, sólo se llevó su cuerpo. Su amor había permanecido con ella, porque el amor nunca muere. Ni el espíritu. El alma esperaba su nuevo nacimiento para comenzar otra vida sobre la tierra. Ése era su saber, el saber que le debía a su don.
Era ese don quien le había mostrado la visión de un niño bautizándose en una diminuta iglesia llena de gente con el nombre de Pedro Alfonso. Aquello había sucedido unos treinta años antes, y durante esos años había visto crecer a ese niño hasta convertirse en un hombre. Era fuerte y tenía coraje, e igual que Seumus, era un hombre capaz de un infinito amor y lealtad. Pero también había visto la tragedia y la amargura de su vida. Él buscaba a la mujer capaz de devolverle todo el amor y respeto que él mismo tenía que ofrecer, pero encontrarla parecía un sueño imposible.
Paula era esa mujer. Paula tenía un espíritu y una, fuerza comparables a las de él, y también era capaz de amar infinitamente. Era como si hubieran sido creados el uno para el otro.
Bueno, se dijo María. Había tenido éxito al unirlos. Al fin eran marido y mujer. Pedro sería un marido maravilloso, tal y como Seumus lo hubiera sido. Adoraría a Paula toda la vida. Dio un sorbo de te y miró por la ventana. Se quedó mirando la noche como en una ensoñación. Durante unos breves instantes, cuando Pedro le “pidió” que bailara con él, ella había vuelto a ser una joven en brazos de su marido.
Estaba llegando a su final, pero sabía que viviría para ver al primer hijo de Pedro y Paula.
Sería un niño con cabello oscuro y ojos azules. Y su nombre sería Seumus.
FIN
Buenísimo final para una bella historia.
ResponderEliminarQue hermoso final... morí de amorrrrr
ResponderEliminarAy! que hermoso final! No me esperaba lo de María! que lindo!
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