sábado, 19 de marzo de 2016

El Negocio: Capítulo 18

Paula oyó ruido de voces y se dio cuenta de que la lancha con los invitados debía haber llegado al barco, pero no se movió. No le apetecía hablar con extraños en aquel momento.

Un profundo suspiro escapó de su garganta. Debía haber tenido el peor primer día de luna de miel de la historia. Pero no podía empeorar, de modo que se dió la vuelta.

—Paula —Pedro se acercaba a ella con un traje de lino beige, la camisa abierta en el cuello, el pelo negro echado hacia atrás—. Estaba buscándote. Ya han llegado los invitados —dijo, tomándola del brazo.

Se había equivocado, pensó Paula. Las cosas podían empeorar…

Sentada a la izquierda de Pedro, Paula miró alrededor. La cena del infierno podría llamarse aquello.

Además de Hernán  y un chico joven, había siete parejas en total. Dieciséis alrededor de la mesa en el suntuoso comedor del yate.

Pedro  la había presentado como su esposa y habría que estar ciega para no darse cuenta de la incredulidad con la que los invitados habían aceptado la noticia.

Todos les dieron la enhorabuena, por supuesto, pero las miradas de las mujeres variaban de la curiosidad a la compasión. Y una de ellas la miró de manera venenosa… Camila, naturalmente. Pedro le había presentado a su marido, Pablo Alviano, y a su hijo de veintidós años de un primer matrimonio, Lucas.

El resto eran parejas estadounidenses, griegas, francesas… una reunión de ricos y famosos, a juzgar por los vestidos y las joyas, que debían valer una fortuna.

Paula miró al joven, Lucas, sentado a su derecha. Su rostro le resultaba familiar, pero no podría decir por qué. Tenía una belleza clásica, el pelo oscuro, rizado. Quizá era modelo, por eso le sonaba su cara. Seguramente habría visto foto grafías suyas en alguna revista de moda…

—¿Más vino? —Le ofreció el camarero y Paula asintió con la cabeza. Sabía que estaba bebiendo demasiado, pero le daba igual, pensó, mirando a Camila con mórbida fascinación. O, más bien, el mini vestido rojo que apenas cubría sus voluptuosos senos.

Estaba sentada a la derecha de Pedro y hacía lo imposible por llamar su atención, tocando su brazo, hablando de cosas del pasado que sólo ellos dos conocían…

En cuanto a su marido, Pablo, que estaba sentado a su lado, era como si no estuviera allí.

¿Por qué lo soportaba él?, se preguntó. Un hombre sofisticado de unos cincuenta años, encantador y propietario de un banco… ah, quizá ésa era la razón por la que Camila se había casado con él, pensó cínicamente.

Paula tomó otro sorbo de vino. Quizá a Pablo le daba igual mientras siguiera dándole lo que quería en la cama. Seguramente sería como Pedro, pensó, dejando escapar una risita irónica.

—Por favor, cuéntanos la broma —dijo Camila, mirándola con un desprecio que no se molestó en disimular.

—No era nada, un pensamiento gracioso.

—Cuéntanoslo —insistió ella.

Y, por un momento, Paula sintió la tentación de decírselo. Pero, aunque había consumido demasiado alcohol, ella no tenía por costumbre perder la compostura.

—No, mejor no.

—¿Tomamos café? —Preguntó Pedro entonces—. Debes de estar cansada, cariño. Han sido dos días llenos de actividad. Si sigues bebiendo, te vas a quedar dormida.

—Tienes razón —dijo ella, regalándole una sonrisa falsa—. Un café estaría muy bien.

Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no salir a cubierta a respirar aire puro. Omejor, tirarse de cabeza desde el puente y llegar a nado a Montecarlo. No podía haber más de una milla y ella era una buena nadadora…

—¡Ya sé quién eres! —Exclamó entonces, dando un golpe sobre la mesa—.

Lucas, llevo toda la cena preguntándome de qué te conocía… estabas en el equipo de natación de la universidad de Roma que compitió en Holanda hace cuatro años.

—Sí, señora —sonrió el joven—. Yo la había reconocido enseguida, pero pensé que usted no se acordaba.

—Por favor, llámame Paula. Te ví nadar los mil quinientos metros y luego coincidimos en la fiesta.

—Y yo te ví ganar la competición de doscientos metros. Lo hiciste de maravilla.

—Gracias. Fue uno de mis mejores momentos —rió Paula.

—¿Se conocen? —Intervino su padre—. Qué coincidencia.

—Sí, nos conocemos. ¿Lo vió ganar esa carrera?

Fue una victoria muy apretada…

—No, lamentablemente yo estaba en Sudamérica en ese momento —suspiró Pablo. Y Paula vió que miraba a Camila de reojo.

—Bueno, ya está bien de charla sobre competiciones —los interrumpió su esposa—. Ese chico no habla de otra cosa. Qué aburrimiento.

—Pues a mí me interesa —intervino Pedro—. No sabía que fueras campeona de natación, Paula.

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