martes, 29 de marzo de 2016

El Negocio: Capítulo 36

—Tu abuelo —repitió Pedro, incrédulo.

—Sí, mi abuelo. Miguel ha sido el nombre de todos los primogénitos de mi familia durante muchas generaciones... salvo en el caso de mi hermano Gonzalo. Mi padre nunca se llevó bien con mi abuelo y no quiso ponerle su nombre.

—No puedo creer que Sonia…

—Mi padre y mi tía se quedaron horrorizados por el comportamiento de su padre cuando tuvieron edad para descubrir qué clase de hombre era —siguió Paula—. Era un mujeriego, la oveja negra de la familia. Mi abuelo y mi abuela llevaban vidas totalmente separadas, pero compartían la misma casa. Cuando murió, su nombre no volvió a ser mencionado nunca. Era un hombre terrible y toda la familia estaba avergonzada de él. ¿Nunca te has preguntado por qué mi tío Jorge, que es un pariente político, es el presidente del consejo de administración de Ingeniería Chaves?

Pedro la escuchaba, atónito.

—Mi tío Jorge era el gerente y la persona que se ocupaba de que la empresa no se hundiera hasta que mi padre fue mayor de edad. Mi abuelo no tenía cabeza para los negocios y se gastó una fortuna en mujeres. Así que ya ves, era una vergüenza para los Chaves.

—Paula…

—Ahora ya sabes la verdad. No soy psiquiatra, pero lo que intentaba decir antes es que quizá tu madre y tu hermana estaban buscando una figura paterna. ¿Quién sabe? Es asombroso cómo algunos episodios de la infancia afectan a la gente. Mira mi tío Carlos… ¿sabes por qué viste de esa forma y me anima a hacerlo a mí? ¿Te acuerdas del vestido de lamé plateado? Mi tío Carlos cree que mi padre y Gonzalo se han pasado intentando ser todo lo contrario a mi abuelo. Demasiado conservadores, demasiado estrictos, demasiado asustados de convertirse en Miguel Chaves, el libertino. Y a lo mejor tiene razón.

—Paula… —Pedro alargó una mano para tocarla, pero ella se levantó a toda prisa.

—Que haya sido mi abuelo en vez de mi padre no cambia nada. Aunque me sorprende. Sueles ser tan concienzudo en todo lo que haces… ¿No te habías dado cuenta de que en la carta dice «si fuera un hombre libre, que no lo soy»? Eso debería haberte indicado que era un hombre casado. Cuando fue escrita, mis padres ni siquiera se conocían.

—No sé qué decir...

—No hay nada que decir. Aunque hubiera sido mi padre quien dejó embarazada a tu hermana… ¿por qué ibas a castigar a su hija? ¿Qué clase de retorcida venganza es ésa? —Le espetó Paula—. Pero la verdad es que, aunque estabas equivocado, has acabado siendo el ganador. Como siempre, supongo.

—Siento mucho haberme equivocado, Paaula. No habría dicho nada aquel día en el yate de haberlo sabido… deja que te compense de alguna forma. Dime lo que quieres y será tuyo.

Paula quería su amor, pero sabía que nunca podría dárselo porque era una emoción desconocida para él.

—No lo entiendes, Pedro. No ha cambiado nada. Sólo te casaste para vengarte de los Chaves… y luego te indignas al saber que tomo la píldora —Paula sacudió la cabeza—. Me engañaste el día que me pediste que me casara contigo y me engañaste el día de nuestra boda. ¿Puedes devolverme la confianza, la ilusión? No, no lo creo. Y ahora, si no te importa, me voy a dormir. Me gustaría marcharme por la mañana. Lo antes posible.

Después de decir eso salió del comedor sin mirar atrás.

Pedro la esperaba al pie de la escalera al día siguiente.

—El helicóptero esta aquí y mi jet está esperando en el aeropuerto de Lima para llevarte donde quieras. El apartamento de Londres es tuyo. Yo no volveré a usarlo y no debes temer nada respecto a la empresa… ya no estoy interesado.

—Ah, qué generoso —dijo Paula, irónica.

—Sin duda volveremos a vemos algún día, pero si esperas un divorcio rápido, te equivocas. No voy a dártelo. Y, ahora si me perdonas, tengo caballos que atender. Espero que te hayas ido cuando vuelva.

—Te aseguro que no estaré aquí. En cuanto al divorcio, me da igual. No creo que tenga intención de casarme en mucho tiempo. Y no quiero un céntimo de tu dinero, no me hace falta. Lo único que quiero es tu promesa de que no harás nada en detrimento de Ingeniería Chaves. Y lo quiero por escrito, Pedro.

—Lo tendrás —dijo él, antes de darse la vuelta. Paula se decía a sí misma que era lo mejor, pero lloró durante el viaje de vuelta a casa y lloró en Londres, en la cama que habían compartido.

Paula y Sofía se apoyaron en la barandilla del barco para observar el bote que llevaba a los buceadores a una de las diminutas islas que formaban el archipiélago de Los Roques, en la costa de Venezuela.

—¿Crees que esta vez tendremos suerte? —preguntó Paula.

Sofía, mayor y más sabía, hizo una mueca.

—Eso espero. Hace una semana que salirnos de Caracas y es el cuarto grupo de coordenadas que probarnos —respondió—. He estado comprobando el informe del tiempo y, por lo visto, un huracán se dirige a Florida y las islas del Caribe. Esperan que llegue a Jamaica en tres días.

Paula  puso los ojos en blanco.

—Gracias por animarme, amiga. En fin, creo que voy a comprobar el ordenador. Parece que están a punto de lanzarse al agua.

Javier Hardington, el jefe de la expedición, quería bajar personalmente para comprobar el fondo marino, pero su segundo de a bordo, Marcos, estaba en los ordenadores.

—¿Han encontrado algo?

—No. Acaban de llegar al sitio.

Paula se sentó a su lado y observó a los buceadores en la pantalla del ordenador buscando un trozo de la quilla, los restos de un cañón… Después de trescientos años cualquier cosa estaría enterrada y cubierta de lodo.

Su trabajo consistía en localizar la posición de los pecios hundidos y determinar si lo que encontraban pertenecía a un naufragio determinado. Aquélla era la expedición más emocionante en la que hubiera participado y, sin embargo, desde que se marchó de Perú cinco semanas antes le había costado trabajo emocionarse por nada.

Intentaba no pensar en Pedro, pero su recuerdo la perseguía día y noche.

Especialmente por la noche, mientras dormía en la cama que había compartido con él. Aún no le había contado a Agustina y a Gonzalo que se habían separado, pero tendría que hacerlo cuando volviera a Londres porque su cuñada ya había empezado a hacer preguntas.

Irguiéndose en la silla, Paula concentró su atención en los ordenadores. Su matrimonio había terminado y tenía que seguir adelante. Aquella expedición era el principio del resto de su vida.


Pedro intentó sujetar al caballo al oír las aspas de un helicóptero sobre su cabeza. Max otra vez…

Dos semanas antes lo encontró borracho y habían tenido una pelea. Según Hernán, iba de cabeza al desastre. Había perdido a una mujer estupenda a quien, si tuviese  valor, intentaría recuperar, estaba abandonando los negocios y no devolvía las llamadas…

Él le había dicho que lo dejase en paz, que no sabía nada. Pero cuando se marchó dejó de beber e hizo un par de llamadas para delegar el trabajo en sus ejecutivos. No quería volver a su antigua vida viajando por todo el mundo. De hecho, nada le interesaba… con una excepción: Paula.

Pedro  volvió a los establos, desmontó y le entregó el caballo al mozo de cuadras.

—Cepíllalo bien —murmuró, dando un golpecito en el cuello del animal.

Hernán lo esperaba en la casa con cara de pocos amigos.

—¿Por qué no contestas a las llamadas? Llevo veinticuatro horas intentando ponerme en contacto contigo.

—Hola, Nan.

—Al menos hoy tienes mejor aspecto que el otro día.

—El aire fresco ayuda mucho —admitió Pedro.

— Y para ayudar es precisamente por lo que yo estoy aquí. Es Paula.

—¿Qué pasa con Paula?

—Hemos estado vigilándola como nos pediste. Está en Caracas.

—¿En Caracas?

—Sí, ya sé que no es el sitio más seguro del mundo…

—Ahora sí que necesito una copa —Pedro entró en el salón para servirse un whisky—. ¿Qué hace en Caracas?

—Se ha unido a una expedición dirigida por Javier Hardington y su mujer, Sofía. Puede que hayas oído hablar de él, es un famoso buscador de tesoros. Están buscando un barco pirata hundido frente a las costas de Venezuela hace no sé cuántos años…

—¿Estás diciéndome que Paula ha ido a buscar un tesoro pirata?

—Lo sé, jefe. Suena raro, pero así es.

—No, en realidad no es tan raro —Pedro se tomó el whisky de un trago—. Es la clase de cosa que hace esa mujer... ¿por qué no se lo has impedido?

—Dijiste que la vigilásemos, nada más. Ayer intenté hablar contigo por teléfono, pero lo tenías desconectado…

—Ya, ya.

—Ahora mismo están anclados en el archipiélago de Los Roques. Y debo añadir que no es fácil localizarlos. Los buscadores de tesoros tienen mucho cuidado para no delatar su posición… levan el ancla y se marchan sin advertir a nadie.

—¿Y por qué has venido hasta aquí?

—Porque ayer hubo un aviso de huracán. Se dirige al Caribe y el barco de Paula está en su camino. Pensé que querrías saberlo. He alquilado una lancha y…

—Nos vamos en cinco minutos —lo interrumpió Pedro.

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