sábado, 5 de marzo de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 26

 Eran sargentos. Buenos hombres, duros y leales. Ahora son civiles, pero no querían que se echara a perder su entrenamiento militar. Habían proyectado montar un centro de aventuras.
Es una idea que ya han realizado otras personas antes, y funciona. Las grandes empresas multinacionales mandan allí a sus jóvenes promesas y ejecutivos para que hagan cursos sobre liderazgo y confianza en uno mismo. Me pidieron que fuera socio suyo y que buscara un lugar para el emplazamiento. Esa casa de campo está casi en el centro de una de las regiones naturales más- grandes que quedan en Europa. Es el lugar perfecto para montar esa empresa.

-Supongo que sí -contestó Paula después de buscar argumentos en contra.

-Por supuesto que sí -aseguró él contento-. Y se necesitará a mucha gente para mantenerlo en funcionamiento. Naturalmente todos serán vecinos del lugar y tendrán que vivir cerca -añadió mirándola con inocencia-. ¿Te gustaría hacerte cargo del catering?

-¿Y qué hay de Kindarroch? -preguntó Paula ignorando su última pregunta-. ¿Vas a comprar el hotel de verdad?

-Mañana vendrá un topógrafo de Invemess para echarle un vistazo. Quiero ampliarlo y añadirle otras veinte habitaciones.

-¿Pero para qué? -volvió a preguntar ella confusa-, si apenas da para pagar los gastos. Aquí no vienen casi turistas, ni en verano: Si no hubiera sido por los ingresos del bar durante los fines de semana, hace años que habrían cerrado.

-Eso es porque no hay nada que atraiga a la gente. ¿Por qué iba a querer alguien visitar un pueblo de pescadores en declive? Al paso que va Kindarroch habrá desaparecido en el plazo de veinte años.

Pedro  no estaba diciendo nada que los habitantes de Kindarroch no supieran. Sin embargo les costaba admitirlo.

-¿Y tú vas a cambiar todo eso? -preguntó con una sonrisa irónica.

-No te importará que lo intente, ¿verdad? -respondió él con igual ironía.

-Sólo si dejas a María en paz -contestó decidida-. He visto la forma en que mirabas su casa. «Las mejores vistas de todo Kindarroch», dijiste. No pararás hasta que le pongas las manos encima.

Por un momento Pedro se quedó mirándola en silencio. Pero no a ella, no. Era como si estuviera mirando a través de ella... más allá... Paula sintió que se le ponía la carne de gallina, pero de pronto el hechizo se rompió y sus ojos grises la miraron directamente. -Tu vieja amiga no tiene nada que temer, Paula. De hecho me gustaría poder asegurárselo personalmente. Me gustaría que me llevaras a verla algún día.

-Lo haré -confirmó pensando que le haría firmar cualquier cosa que prometiera ante María . ¿Y entonces qué piensas hacer para trasladar mi pueblo al siglo veinte?

-Voy a convertirlo en el centro de deportes náutico más elegante de todo el norte. Lo tiene todo. Y tiene uno de los puertos más seguros de la costa oeste, con espacio suficiente para ampliarlo. En tres años nadie reconocerá el lugar.

-¡No puedes estar hablando en serio! -exclamó Paula mirándolo y encogiéndose de hombros-. Ya hemos visto a esos turistas de fin de semana con sus preciosos yates y fuerabordas. Llegan a puerto dando órdenes, pero se traen su comida y su bebida, y no contribuyen en nada a la economía local. Cuando se van, lo dejan todo lleno de basura. Los vecinos no van a darte las gracias por eso -añadió despectiva.

-No espero que lo hagan -contestó él paciente-. Pero no te preocupes, no habrá turistas de fin de semana. Es a otro tipo de gente a la que quiero atraer, a la gente que se queda. Altos ejecutivos con sus familias. A ellos la paz y la calma que se respira en Western Highlands les va a encantar. Pueden ir a pescar, a cazar o a navegar, y todo con sólo salir por la puerta de casa.

Paula  estuvo a punto de reírse en voz alta. El problema que conllevaba aquella idea era obvio.

-¿Y cómo van a acudir al trabajo todos los días esos «altos ejecutivos»? ¿Vas a construir también una pista aérea? -preguntó mordaz-. Para cuando lleguen a casa por la noche, será la hora de salir.

-No tendrán que acudir al trabajo todos los días -respondió Pedro con calma-. ¿Es que no sabes en qué tiempos vivimos? Esta es la era de las comunicaciones. ¿No te das cuenta de que los ejecutivos medios realizan tanto trabajo durante los atascos de tráfico con el teléfono móvil y el ordenador portátil como en la oficina? Pueden estar en contacto con su secretaria de Manchester o con su jefe de ventas de Tokio en un instante. La era de las oficinas tiene los días contados. Son caras y se llevan buena parte de los beneficios -sonrió observando su confusión-. En Kindarroch habrá un centro de negocios con tecnología líder. Tendrá todo lo que se pueda concebir. Imagínate la cantidad de empleos que eso implica.

Aquello la dejaba sin aliento. Pedro podría ser todo lo que quisiera, pero era un hombre con imaginación, de eso no cabía duda. Y era indudable también que llevaría a cabo su proyecto. Si era tan terco y tenaz con los negocios como con las mujeres, entonces el éxito estaba asegurado.

-Bueno, si presionas adecuadamente creo que los vecinos levantarán una estatua tuya en el puerto -comentó con amargura-. Me perdonarás si no asisto a la ceremonia de celebración, ¿verdad?

-Vamos, Paula-contestó volviendo a sonreír irónico-, no seas tan aguafiestas. Después de todo, si van a dar las gracias a alguien insisto en que tú compartas el mérito conmigo. Si no hubiera sido por tí, yo nunca habría oído hablar de Kindarroch.

-No me lo recuerdes -musitó ella.

Paula permaneció tensa durante toda la cena. Sólo picó algo de la deliciosa comida de su plato, y no con mucho entusiasmo. Por suerte, Pedro  no trató de conversar con ella, al menos eso era de agradecer. Le brindaba la oportunidad de reflexionar. Aunque, pensándolo bien, quizá él lo estuviera haciendo a propósito. Quizá la estaba dejando que se atormentara a sí misma, que se regodeara en su propio sufrimiento. En el tema de la venganza, los Chaves no tenían nada que enseñarle.

Ella nunca, nunca en la vida se había mentido a sí misma. Y si quería seguir siendo sincera, debía confesarse a sí misma que la idea de hacer el amor con él la excitaba. Podía intentar justificarse diciéndose que lo hacía por su familia, para salvarlos de la vergüenza. Pero sabía que esa argumentación era insostenible. Su deseo de que él la poseyera una vez más era primitivo, demoníaco, y no podía ignorarlo sólo porque no le gustara.

Aunque su verdadero problema se presentaría después. Si él se conformara con volver a Londres en cuanto consiguiera lo que había ido a buscar, todo sería fácil. Podría seguir viviendo con la culpa. Pero él no iba a marcharse. A juzgar por los grandiosos planes que había ideado su propósito era quedarse para siempre. Y no quería que ella se marchara.. ¿Qué planeaba en realidad? ¿Es que creía que podía disponer de ella como de una concubina personal?

Cuando terminaron de cenar, en lugar de pedir café Pedro la condujo de vuelta al salón del hotel para tomar otro whisky. -¿Es que pretendes emborracharme?

-En absoluto, no creo que haga ninguna falta. Tu expresión de resignación durante la cena ha sido lo suficientemente elocuente -sonrió irónico-. Sin embargo juraría que bajo esa expresión lastimera tu corazón late furioso anticipándose a los placeres de esta noche.

-Eres insoportable. Eres la vergüenza de tu sexo -contestó despectiva mirando incómoda a otro lado.

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