sábado, 5 de marzo de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 25

Pedro seguía mirándola, rebuscando en las profundidades de su alma .y esperando una respuesta. Hizo un esfuerzo por apartar la vista de él y se quedó mirando hacia adelante. Por fin se sintió capaz de responder.

-Cualquier mujer que se enamorara de tí sería una estúpida, Pedro. Nunca podría confiar en tu fidelidad. Según tus propias palabras lo que a tí te complace son los encuentros ocasionales. «De un modo regular», según dijiste. Lo recuerdo con mucha claridad. Sólo estás obsesionado por el deseo físico, lo demás no te importa.

Pedro se sintió de pronto tremendamente frustrado. Esa era la imagen que Paula tenía de él y que él había tratado de borrar. Pero según parecía había sido una pérdida de tiempo. Sin duda, ella había ido explicándose todos sus actos de modo que encajaran con aquella idea.

Sin embargo, aún le quedaba un consuelo. En lugar de negar que estuviese enamorada Paula había evadido la pregunta. Precisamente porque lo estaba, se dijo. ¿Acaso estaba comenzando a flaquear? Pronto obtendría la respuesta a esa pregunta, se dijo, a su debido tiempo. Lo único de lo que estaba seguro era de que no iba a dejarla marchar. Por fin había encontrado a la mujer ideal, y no iba a dejar que se le escapara, costara lo que costara.

Nada más sentarse en un tranquilo rincón del salón del hotel apareció un camarero impecablemente vestido para tomar nota de lo que iban a tomar. Pedro pidió unas copas y luego quiso ver la carta. La música y la luz, discretas ambas, estaban pensadas sin duda alguna para que los clientes se relajaran, pero era inútil en lo que respectaba a Paula. Estaba nerviosa y agitada.

Pedro, por su parte, seguía mostrando su habitual calma y seguridad. La miraba provocativamente, sin apartar la vista de ella, como pensando en lo que pronto iba a suceder. Aquella mirada no contribuía en mucho a que se calmara. Él quizá hubiera ganado la partida, quizá tuviera su noche de pasión asegurada, pero no tenía derecho a mirarla con ese aire de satisfacción.

Cuando llegaron las copas y la carta, Pedro sonrió.

-GIenlivet con agua mineral. Es tu bebida favorita, si no recuerdo mal. ¿O lo pediste sólo para impresionarme, como todo lo demás?

-No tengo ni la menor idea de qué estás hablando -musitó Paula cohibida.

-Mentirosa.

-¡No te atrevas a llamarme mentirosa!

-¿Y por qué no? -preguntó Pedro elevando una oscura ceja como con sorpresa-. Es exactamente lo que eres -sus ojos grises, medio enfadados medio divertidos, la miraban desafiantes invitándola a contestar. Paula le devolvió la mirada en silencio, así que Pedro por fin suspiró y abrió la carta-. Bueno, no importa. Y ahora dime, ¿qué vas a tomar? ¿Quieres salmón? Estoy seguro de que cualquier chef harta maravillas con el salmón fresco que se pesca por esta zona.

-La verdad es que no tengo hambre -contestó Paula recobrándose en parte-. He perdido el apetito.

-Bébete la copa -sugirió él con una tierna sonrisa mostrando una compasión fingida y exagerada-, quizá la recuperes -sin más consultas, Pedro llamó al camarero y pidió salmón para dos-. Después de la cena, iremos a dar un paseo a lo largo del río. Disfrutaremos del aire de la noche. Es el final de un precioso día veraniego, y pronto saldrán las estrellas. Eso debería ambientarte para el romance.

¿Romance?, se preguntó Paula amargamente. ¿Era así como él lo llamaba? Bebió un trago y volvió a dejar el vaso sobre la mesa levantando la vista lentamente para encontrarse con su mirada desafiante.

-¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Kindarroch?

-Pensé que ayer había dejado bastante claro ese asunto -contestó él sorprendido-. Esta parte de Inglaterra es perfecta. Sólo necesita que alguien la traslade al siglo veinte.

-Y ese alguien vas a ser tú, ¿no es eso?

-¿Y por qué no? -se encogió de hombros-. Es lo que hago mejor. De todos modos, si estoy aquí, es gracias a tí, así que no tienes derecho a quejarte.

-Tengo todo el derecho del mundo a quejarme -replicó-. Si trataras a las mujeres con más respeto en lugar de utilizarlas como si fueran meros objetos para satisfacer tus instintos, nada de esto habría sucedido.

-Puede que tengas razón -contestó él indiferente-, pero en lo que respecta a esas mujeres de las que tanto te preocupas... bueno, sólo obtuvieron lo que se merecían. La mayor parte de ellas jugaron y perdieron, pero ninguna se quejó. No hasta que apareciste tú.

Apenas podía creer en lo que estaba escuchando. Sus palabras eran tan duras que hasta Atila parecía un santo a su lado. Era un arrogante y un engreído...

-¿Me estás diciendo que merecía que me trataras así? -exigió saber furiosa.

-Digamos simplemente que en aquel momento yo lo creí -contestó él con calma elevando el vaso en un gesto burlón de brindis-. De todos modos, nadie salió herido excepto tu dignidad, así que bebamos a tu salud.

Paula cerró los puños con fuerza y luego contó lentamente hasta diez.

-Creo que voy a volver a Londres. Me marcharé a finales de esta semana.

Pedro se quedó pensando por un momento en lo que ella había dicho. Luego sacudió la cabeza como para expresar sus dudas.

-Eso sería un grave error, Paula. Echarías por tierra mis planes. Además, mira lo que pasó la última vez que fuiste. Eras como un corderito entre los lobos.

Eso era cierto, pensó Paula. Luego recordó a María y dijo:

-La última vez que fui me dejé aconsejar por la persona equivocada, pero esta vez no voy a ser tan estúpida.

-Todo el mundo dice lo mismo -comentó Pedro desdeñoso y con naturalidad-, pero todos vuelven a cometer los mismos errores una y otra vez. Confía en mí -añadió dándole unas palmaditas paternales en la mano-, estarás mucho más segura quedándote aquí conmigo. Es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, como reza el dicho.

Paula  no había conocido el verdadero significado de la palabra frustración hasta ese momento. No era habitual que se quedara sin argumentos, pero aquélla era una de esas ocasiones. Era imposible discutir con él. Si lo insultaba, simplemente sonreía y le devolvía el insulto a la cara. Comenzaba a pensar que él quería ponerla nerviosa deliberadamente. ¿Pero para qué?, se preguntó. ¿Es que buscaba algo más que la mera sumisión física? ¿Era un sádico, acaso?

No, se dijo. Eso era una estupidez. Había visto su lado positivo, el lado bueno de su naturaleza. Tenía que ser otra la razón. Comenzó a dar vueltas al vaso sobre el mantel y luego levantó la vista y frunció el ceño suspicaz.

-¿Qué es exactamente lo que tratas de hacer aquí? No pretenderás rehabilitar la casa de campo del duque para vivir en ella, ¿no?

-¿Y por qué no? -sonrió-. ¿Es que no sería yo un buen amo de la finca?

-Sería aburrido para un hombre como tú -sonrió desdeñosa-.Imagínate. Sin Cardini, sin mujeres jóvenes y guapas a las que engañar. No durarías ni un mes.

-Tienes razón -sonrió y suspiró-. Pero no sería yo quien viviera allí. Tengo otros planes para esa casa -añadió poniéndose serio-. Hace unos meses me encontré con un par de hombres de mi antiguo regimiento.

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