-Es una forma de salir del apuro -asintió-. Quiero decir que es más probable que te crean a tí que a mí, que soy un extraño.
Paula pudo ver el destello divertido de sus ojos, como si estuviera burlándose de ella en silencio.
-Lo que quieres decir es que lo más probable es que crean la verdad.
-Te sorprendería comprobar lo ciegas que están algunas personas ante la verdad, Paula-continuó él irónico-. Incluso tú misma. Es más fácil juzgar a una persona por su reputación que por sus actos.
-Bueno, yo te he conocido personalmente, y desde luego tus actos hacen gala de tu reputación. Mi desdicha ha sido conocerte antes de saber quién eras -dijo pasando por delante de él y dejando la copa sobre una mesa-. Será mejor que llames al servicio de habitaciones y que pidas un par de sábanas limpias.
-No será necesario -sonrió-. Te olvidas de que soy un caballero. Si lo dices en serio, puedes quedarte con la cama. Yo dormiré en el sofá -añadió dando un paso hacia ella y poniendo las manos cuidadosamente sobre sus hombros-. Aunque la verdad es que espero que no lleguemos a eso. Estoy seguro de que podemos zanjar nuestras diferencias.
Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago y que su cuerpo temblaba ante aquel leve contacto.
-No... no vas a hacerme cambiar de opinión, Pedro.
Sus labios se inclinaron delicadamente sobre los de ella y por un momento Paula sintió que la cabeza le daba vueltas. Luego encontró la fuerza para resistirse y apartarse a un lado.
-No -gimió-. Déjame, maldito seas.
Pero Pedro no la soltó. Apretó su abrazo y de nuevo su boca volvió a buscar la de ella. Aquella vez el beso fue más fuerte... más exigente... Paula luchó contra la tentación de rendirse allí mismo, en ese instante. Trató de poner la mente en blanco y de no responder con su cuerpo al contacto, pero era como tratar de ignorar el calor ardiente del sol en verano. Podía sentir la fuerza imperiosa de su deseo mientras la apretaba contra su cuerpo musculoso. Con un último esfuerzo consiguió soltarse. Acalorada y sin aliento, se alejó de él.
-No... no está bien, Pedro. No voy a rendirme. Esta vez no. Por una vez en mi vida voy a hacer algo bien.
A la escasa luz de la lámpara de la mesilla era difícil saber qué estaba pensando él por su expresión, pero no parecía haber ni rastro de enojo ni de derrota en su voz cuando contestó en voz baja:
-No puedes ganar contra la fuerza impetuosa de tu propia sexualidad, Paula. ¿Quieres besarme otra vez y comprobarlo?
Su corazón latía aceleradamente. Un beso más y él habría ganado. Ambos lo sabían.
-No... por... por favor apártate de mí.
Hubo un silencio tenso, y luego ella lo observó mientras se quitaba la chaqueta y se aflojaba el nudo de la corbata. No se atrevería, pensó indignada. ¿O sí? Pedro tomó el vaso de la mesa y se lo ofreció.
-Tómate esto ordenó en voz baja-. Tú y yo vamos a tener una larga charla.
-El vino no va a ayudarte -contestó ella aceptando el vaso con renuencia-. Ni hablar tampoco. Ya te he dicho que estoy decidida.
-A pesar de todo quizá pueda hacerte cambiar de idea, Paula-dijo con una expresión en su mirada que ella nunca había visto.
¿Sería sinceridad?, se preguntó. Quizá fuera sólo un engaño de los sentidos a causa de la escasa luz.
-Bueno, inténtalo, pero vas a malgastar el tiempo. De todos modos, se está haciendo tarde y estoy cansada, así que di lo que tengas que decir y acabemos de una Vez.
-Suponte que te digo que estoy enamorado de tí -sugirió en voz baja y ronca.
-No seas ridículo -contestó ella irónica-. No sabes cuándo rendirte, ¿verdad?
-¿Y qué dirías si te dijera que quiero dedicar mi vida entera a tí y sólo a tí, Paula? -volvió a preguntar alargando una mano para acariciar su pelo-. Quiero que tengamos hijos para verlos crecer juntos. Y quiero que envejezcamos juntos.
Paula sintió que sus dedos temblaban haciendo vibrar al vaso, pero su voz sonó firme. -No te creería -contestó pensando que él era capaz de cualquier cosa con tal de llevársela a la cama-. No pensarías que iba a creer ni una sola palabra de lo que me dijeras, ¿no?
-Esta vez es diferente -dijo en voz baja pero resuelta-. Nunca en mi vida había hablado tan en serio. En cuanto volvamos a Kindarroch le voy a pedir a tu padre que me conceda tu mano. Así es como funcionan las cosas aquí, ¿no es cierto? Y luego iremos a ver al reverendo McPhee para arreglarlo todo y celebrar la mayor boda que se haya visto nunca.
Paula sintió un nudo en la garganta. Sus ojos se humedecieron. ¿Por qué le hacía eso?, se preguntó desesperada. ¿Es que no se daba cuenta de todo el daño que le había causado? ¿Qué clase de satisfacción sacaba él del hecho de verla en ese trance emocional?
-Lo siento, Pedro. Aunque te creyera, tú serías él último hombre sobre la faz de la tierra con el que desearía casarme. Soy una de esas chicas chapadas a la antigua que piensan que un marido y una mujer se deben lealtad mutuamente. Ni aún con tu mejor voluntad serías capaz de mantener tus promesas -se encogió de hombros como lamentándose-. No te estoy condenando, dejaré que tu conciencia se encargue de eso. Si esa es la forma en que quieres vivir tu vida, adelante, pero tendrás que vivir sin mí.
-Otra vez -suspiró-. Me estás juzgando por mi reputación.
-No enteramente -le recordó-. He tenido experiencia de primera mano de los métodos que utilizas con las mujeres. Fui una de tus víctimas, ¿recuerdas?
-Y desde luego la más bella -sonrió.
-¡Basta! ¡Cállate ya! -exclamó furiosa-. Hace tiempo que tus falsos halagos no me afectan.
-Sí... -añadió él mirándola pensativo-. A cualquiera le costaría creer en mi tan cacareada reputación, pero tú estás por completo convencida. Bueno, la culpa es mía -dijo sonriendo y estirando los brazos-. Lo único que puedo hacer es arrojarme a tu merced.
-¿Te refieres a la misma merced que demostraste conmigo y con las otras mujeres? ¿A aquellas que obtuvieron precisamente lo que se merecían, según tus propias palabras?
-No estoy intentando disculparme por lo que hice... excepto por lo que te hice a tí.
La respuesta que Paula iba darle se silenció al oír aquello. Lo miró dubitativa.
-Espero que no estés tratando de insultar ahora mi inteligencia contándome una excusa para tu comportamiento. ¿O es que vas a jurarme con la mano en el pecho que de pronto has comprendido tu error y que lo lamentas?
-No te contaré excusas, te contaré mis razones -contestó él con gravedad-. Sólo te pido que me escuches y que me des la oportunidad de explicarme.
Paula bebió un trago de vino. Lo miraba con escepticismo por encima del borde del vaso. Aquella iba a ser una buena historia, se dijo. Iba a explicarle por qué había seducido y luego abandonado a todas esas mujeres. Probablemente estaría acostumbrado a interpretar esa escena. Y probablemente también llevara en el bolsillo la «Guía para seducir e inventar excusas plausibles». Sin embargo, se dijo, ¡qué diablos!, al menos se reina un rato.
-Adelante, te escucho.
Los ojos de Pedro parecieron brillar de sorpresa. Luego adoptó una mirada sombría y se volvió para mirar por la ventana el cielo nocturno. Paula lo observó con un cinismo justificado.
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