-Sí... Es un hombre guapo y bien parecido, y necesitaba a alguien como tú. Creo que están hechos el uno para el otro. Será un buen marido.
-Ahora lo sé -admitió Paula.
Pensó que quizá debería contarle toda la historia a María, pero finalmente desechó la idea. Todos aquellos estúpidos errores y malinterpretaciones... lo mejor era olvidarlo. El futuro era lo único que importaba. Un futuro brillante y prometedor.
-Fuiste muy amable ayer cuando lo trajiste a casa a visitarme. ¿De quién fue la idea, Paula?
¿Tuya o de él?
Aquella sí que era una pregunta extraña, reflexionó Paula mirando confusa a María.
-Bueno... a decir verdad... -contestó algo cohibida fue idea de él. Cuando Pedro vio tu casa por primera vez allá arriba, sobre la ladera, parecía que no podía quitarle los ojos de encima. Entonces me preguntó quién vivía ahí. Yo le conté quién eras y... al principio no quería llevarlo a verte. Pensé que simplemente estaba interesado en comprar la casa, por las vistas. Creía que quería transformarla para alquilarla como casa de verano.
-Sí -contestó María mirando distante e insondable-, a él le gustan las vistas, es cierto. Y también parecieron gustarle mis viejos muebles. De hecho parecía que se encontraba como en casa -añadió con los ojos brillantes de vida y dando palmaditas en el hombro a Paula con afecto-. Me dijo que esperaba que la disfrutara muchos años, y que si necesitaba algo, sólo tenía que pedírselo. ¿No fue una promesa muy generosa por su parte, teniendo en cuenta que acababa de conocerme?
-Pedro es una persona muy generosa, María -contestó Paula dándose cuenta entonces más que nunca de lo equivocada que había estado con respecto a él.
La canción terminó y Jorge y Magda se les acercaron. Magda estaba colorada.
-La gente de aquí sabe divertirse como nadie en una fiesta -sonrió-. Creo que voy a ir al bar a recargar mis pilas. Y tú, Pedro, recuerda lo que te he dicho. Será mejor que seas un amante esposo, si no tendrás que vértelas conmigo.
La banda comenzó a tocar de nuevo, pero en aquella ocasión tocaron un vals lento y romántico. Pedro se volvió y pareció vacilar, pero luego miró a María y se inclinó en un gesto galante.
-María -preguntó con exquisita educación-, ¿Me harías el honor de bailar conmigo esta pieza?
Paula frunció el ceño. Debería habérselo pedido a ella, pensó. María era demasiado anciana para bailar. Estaba a punto de acudir en su rescate cuando María dejó su bebida y tomó la mano de Jorge para levantarse del asiento.
-Sí... me encantará.
Fueron la primera pareja sobre la pista, y todos los miraron con curiosidad. Igual que Paula, los observaban con los ojos muy abiertos. Nadie podía creer que María estuviese bailando. Todo el mundo sabía que tenía artritis y que a veces no podía ni tan siquiera caminar.
Entonces alguien, quizá Pablo, bajó la intensidad de la luz dejando a la pareja de bailarines bajo una tenue iluminación. Todos los que los observaban contuvieron el aliento al ver a María rejuvenecer mágicamente. Sus hombros se enderezaron y parecía incluso más alta. Sus movimientos eran graciosos, no era difícil imaginar lo bella que había sido.
Cuando el vals terminó, la multitud silbó y aplaudió mientras Pedro sacaba a María de la pista. Paula la miraba con cierta preocupación mientras la ayudaba a sentarse de nuevo.
-¿Te encuentras bien, María? ¿Estás mareada o aturdida?
-Estoy bien, no te preocupes por mí -contestó María con una sonrisa extraña-. Tu marido es un fantástico bailarín. En sus brazos es imposible que a ninguna mujer le pase nada -añadió mientras tomaba su vaso y se dirigía luego a Pedro-. Ya es hora de que atiendas a tu mujer.
Creo que los dos deberíais desaparecer por un rato. El aire fresco les irá bien, y les dará la oportunidad de decirse el uno al otro cuánto se quieren.
El beso de Pedro fue tan cálido y dulce como la noche misma. Paula apoyó la cabeza sobre su hombro en una especie de ensoñación y murmuró:
-María ha tenido una buena idea mandándonos fuera un rato. ¿Te das cuenta de que es la primera vez en el día de hoy en que estamos solos?
Habían estado paseando por la playa de la mano. En silencio, felices el uno con el otro, habían estado oyendo al viento soplando sobre la arena. Luego se habían parado para besarse, hablar y mirar juntos a las estrellas.
-Lo que hiciste estuvo muy bien -murmuró Paula como en sueños.
-Hoy ha sido un día lleno de cosas fantásticas -sonrió Pedro apartándole el pelo de la cara-. Sobre todo eso de ponerte el anillo en el dedo. ¿A qué te refieres exactamente?
-Me refiero a pedirle a María que bailara contigo -contestó besándolo-. Al principio me preocupé -confesó con el ceño fruncido-. Ya sabes, parece tan frágil que pensé que no iba a poder aguantarlo. Sin embargo creo que nadie la había visto tan feliz nunca. Ahora me alegro de que lo hicieras.
-Es extraño que lo menciones -comentó Pedro con el ceño fruncido-. La verdad es que iba a pedirte que bailaras a tí, pero entonces sentí algo extraño, como un deseo de sacarla a ella. Sentí como si... como si ella quisiera que lo hiciera. Es la sensación más extraña que he tenido en mi vida
-Si -rió-. María a veces causa ese efecto.
Volvieron a caminar por la playa agarrados de la cintura. Luego Pedro se detuvo.
-Aquí es donde estará nuestra casa -dijo señalando el lugar.
-¿Dónde? Enséñamelo -exigió saber Paula nerviosa cruzando el escenario de su futura casa a la luz de la luna.
Pedro la tomó de la mano y la guió desde la playa hasta una pequeña explanada cubierta de hierba y rodeada de pinos.
-Justo aquí. ¿Qué te parece?
Paula miró a su alrededor y asintió.
-Cuando era niña, solía jugar aquí. Sólo con niñas. Lo llamábamos el jardín de las hadas. Está escondido, no se ve desde la carretera. Es perfecto, cariño -murmuró apretándole la mano-.
No podrías haber escogido otro sitio mejor. Será nuestro pedacito de cielo en la tierra.
Pedro se sintió feliz ante aquella reacción. Apretó su mano y luego contestó:
-Mañana comenzarán a construir los cimientos. Mira, aquí estará el salón dijo dando unos pasos-. Tendrá un patio que dará al jardín. Y allí estará la cocina, con...
-La cocina no me interesa -lo interrumpió ella, arrastrándolo a su lado con impaciencia-. En este momento no puedo concentrarme en la cocina. Enséñame dónde estará el dormitorio.
-Estás justo en mitad de él.
Pedro miró para abajo y dio unos cuantos pasos.
-Hmmm... me gusta la alfombra. Y las cortinas -volvió a caminar y abrió contenta una puerta imaginaria-. Este debe de ser el baño y la ducha, dentro de la habitación, claro. Es precioso. -No -sonrió sacudiendo la cabeza-. Ése es el armario. La puerta que querías abrir es ésta Pedro dió unos cuantos pasos a su izquierda y abrió otra puerta imaginaria. Paula se tapó la boca con una mano.
-¡Qué tonta soy! Sí, claro... es mucho mejor.
-Me alegro de que te guste -murmuró él-. ¿Qué te parecen el suelo de mármol, los azulejos en verde claro y los grifos dorados?
-¡Grifos dorados! ¡Dios mío! Somos extravagantes, ¿no crees?
-¿Y qué me dices de la bañera de hidromasaje?
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