martes, 8 de marzo de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 32

Toda la población de Kindarroch asistió a la boda. Unos se apretujaron dentro de la diminuta iglesia y otros esperaron fuera a los novios para darles la enhorabuena y arrojarles confeti cuando salieran. Celebraron el tradicional ceilidh en el salón del Harbour Hotel. La música y la danza de Highland continuarían hasta primeras horas de la mañana siguiente, o incluso hasta más tarde si es que había whisky suficiente. Pero para entonces Pedro y Paula ya se habrían marchado de luna de miel. Iban a pasar un mes de felicidad en una remota isla del Caribe.

Paula se retiró a un rincón tranquilo después de un baile de reel típicamente escocés y muy movido. Se contentaba con estar sentada dando sorbos a su bebida y observando cómo la gente se divertía. Se había quitado el vestido de novia y se había puesto una blusa de algodón y una falda. Entonces, oyó una voz a su lado.

-Hola, señora Alfonso. Así que es aquí donde estabas escondida.

Paula sonrió a Pedro. Qué atractivo estaba, pensó. Era el hombre más guapo de toda la fiesta. No... no sólo de la fiesta... de todo el planeta, del universo. Su corazón estaba henchido de orgullo.

-He estado bailando los últimos seis bailes -explicó con una sonrisa-, y mis pies necesitan un descanso.

-No esperaba que viniera tanta gente -sonrió Pedro-. Eres una mujer muy famosa por esta parte del mundo, señora Alfonso. La gente no cesa de decirme lo afortunado que soy de tenerte por como esposa. Aunque lo cierto es que no necesito que me lo digan.

-Pues tú también eres muy famoso, señor Alfonso dijo dándole un sonoro beso-. Sobre todo conmigo. ¿Tienes idea de lo delirantemente feliz que me haces? ¿Te das cuenta? -No -contestó con un destello de humor en los ojos grises-. ¿Querrías decírmelo al oído?

-Lo haría, pero tardaría toda la noche. Y terminaría comiéndome el lóbulo de tu oreja, tiene un aspecto delicioso -Paula vio una infinita ternura reflejada en los ojos de Pedro, que sonreía. Sintió entonces de nuevo aquel nudo en la garganta, pero en esa ocasión era por buenas razones. Sonrió, y murmuró en su oído-: De todos modos hay otras formas de demostrarlo aparte de hablando. Lo descubrirás en cuanto estemos a solas.

Los brazos de Pedro la rodearon por la cintura mientras la besaba en la nariz jugueteando.

-Eso suena interesante. Apenas puedo esperar. Ya sabes que el cuerpo siempre es más de fiar que las palabras.

Estaba a punto de besarla de nuevo cuando Magda, después de abrirse paso entre la multitud, llegaba junto a ellos.

-¿Es que van a estar ahí toda la noche mirándoos a los ojos el uno al otro como dos tortolitos?

Durante la última hora no he hecho otra cosa que buscarte para bailar -añadió señalando a Pedro con el dedo en el pecho-, pero siempre ha habido alguien que me lo ha impedido -luego, con una mirada malévola irreprimible, agarró el brazo de él arrastrándolo hasta la pista de baile. Sonrió hacia Paula y añadió-: No te preocupes, no voy a secuestrarlo. Sólo lo tomo prestado durante cinco minutos. Lo tendrás para ti sola el resto de tu vida, tienes suerte.

Paula  rió al ver la cara de resignación de Pedro antes de que se lo tragara la multitud, luego dio otro sorbo a su bebida y recordó la reacción de Magda cuando le dijo por teléfono tres días antes con quién iba a casarse.

-¿Que te casas el sábado? -repitió Magda atónita-. Bueno, eso es maravilloso. Me alegro mucho por tí, Paula. Pero es un poco repentino, ¿no? ¿Y quién diablos es el afortunado? ¿Uno de tus viejos novios del pueblo?

-No, Magda -contestó vacilando un momento y pensando que de todos modos ella era una mujer de mundo acostumbrada a encajar noticias como ésa-. Con Pedro Alfonso.

Paula oyó que Magda tomaba aliento con fuerza y se la imaginó rebuscando un cigarrillo y el encendedor. Luego la oyó toser.

-Lo siento, debe de haber algún error de comunicación en el teléfono. Juraría que te he oído decir que ibas a casarte con Pedro Alfonso.

-El teléfono está perfectamente, Magda. Has oído bien. Lo creas o no, estamos enamorados y soy la mujer más feliz de este mundo. Estábamos equivocadas con él, Magda. En serio, en cuanto lo conozcas, comprenderás a qué me refiero.

Hubo otra tos al otro lado del cable, y luego oyó algo que le pareció como un gemido.

-Bueno, supongo que sabes lo que te haces, querida niña. Espero sinceramente que no estés cometiendo un error. Quiero decir, espero no tener que verte abandonada a las puertas de la iglesia.

-No, Magda, él no va a hacer eso -le aseguró-. Ha comprado el anillo y ha hecho todos los preparativos. Ya están mandadas las invitaciones. Y después de la ceremonia, habrá un gran ceilidh en el hotel.

-¿Un gran qué?

-Una fiesta. Con música, baile, comida y bebida.

-Ah, bueno, eso está bien -contestó Magda aliviada-. Si ya te ha comprado el anillo, eso significa que puedes demandarlo por incumplimiento de promesa si te abandona en el último momento.

-Eres una terrible cínica -rió Paula-. Escucha, insisto en que asistas a mi boda, Magda. Pedro lo ha arreglado todo para tu viaje. El viernes una limusina te recogerá después de comer. Pasarás la noche en un hotel de cinco estrellas en Edimburgo, y si sales de allí nada más desayunar estarás aquí a tiempo para la ceremonia. Por favor, dime que vendrás.

-¿Estás de guasa? -rió-. ¿Para ver al Golden Alfonso ondeando las banderas y arribando a puerto con sólo un toque mágico de tus dedos? Por supuesto que iré. Mi querida niña, no me lo perdería por nada.

Magda había llegado ese mismo día, y nada más hacerlo le había exigido una explicación ante tan repentino cambio de sentimientos. Le había costado convencerla, pero al fin se había mostrado satisfecha viendo que Pedro no mantenía el motor de su coche a punto para huir en el último momento.

Después, había presentado a Magda a sus padres y, para ser sincera consigo misma, tenía que admitir que aquello la había amedrentado. Pero no debería de haberse preocupado. Tendría que haber tenido fe en Magda, que enseguida captó la situación y se amoldó a ella transformándose por arte de magia en la tía solterona favorita. Incluso había dejado de fumar en presencia de sus padres, y su madre se había quedado encantada de ella.

-Es una dama verdaderamente amable -le dijo su madre a la primera oportunidad que se le presento-. Se ve que es de una buena familia. La buena educación siempre se nota, ¿no crees? Ya le he dado las gracias por darte un empleo y cuidarte en Londres como lo hizo. Parece tener muy buena opinión de tí.

-Y yo la tengo de tí, mamá -contestó Paula contenta.

Magda y Pedro seguían aún en la pista de baile, exhibiendo su interpretación personal de un baile escocés para risa y diversión de los asistentes. Entonces Paula vió a María, sentada en el extremo opuesto del salón. Atravesó la pista y la miró.

-Hola, María. ¿Estás disfrutando del ceilidh? ¿Quieres otro refresco? ¿O prefieres un poco de pollo frío u otra cosa?

-Eres muy amable, Paula -sonrió ofreciéndole el vaso vacío-. Un poco de whisky con agua, gracias. Es fantástico como tónico para estos viejos huesos míos.

-Enseguida vuelvo -contestó tomando el vaso y sonriendo.

Paula se dirigió hacia las amplias mesas en las que estaba situado el buffet. Eran dos, y estaban unidas y repletas de comida: jamón, roast beef, cordero, venado, pato y salmón ahumado. Pablo, que estaba a cargo de las bebidas, llenó el vaso y Paula se lo devolvió a  María sentándose a su lado. Por un momento se quedaron mirando a los que bailaban en la pista. Luego María dio un trago y sonrió.

-Tu amiga de Londres, Magda, parece estar pasándoselo bien.

-Sí -asintió-, pero no te sorprendería si la conocieras. Magda es una de esas personas con más experiencia que la vida misma. Podría divertirse incluso en una isla desierta con sólo el reverendo McPhee como compañía. Se portó muy bien conmigo cuando estuve en Londres. Es una verdadera amiga. Fue quien... -de pronto Paula se interrumpió. Luego rió-. No hace falta que te lo cuente, ¿verdad? Fuiste tú quien me dijo que encontraría a alguien que me ayudaría. Hasta me dijiste que sería una mujer. Y también me dijiste que me encontraría a un rico y guapo hombre esperándome para enamorarse de mí. Bueno, todo lo que me dijiste se convirtió en realidad, María. No debería haber dudado de tí.

-¿Es Pedro el hombre que esperabas?

Paula sintió de nuevo un nudo en la garganta y asintió.

-Él... es más de lo que nunca me habría atrevido a esperar, María. Ni siquiera en mis más fantásticos sueños. Es el hombre más maravilloso del mundo, y voy a amarlo durante el resto de mi vida -hizo una pausa y sonrió-. Es verdad que, al principio tuvimos ciertos problemas, pero eso ya quedó atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario