Desde luego, no a la bonita Camila. Pensar eso la animó lo suficiente como para contestar:
—No lo creo.
Sabía que era atractiva y estaba acostumbrada a que los hombres intentasen coquetear con ella, pero desde que rompió con Facundo había aprendido a quitárselos de encima sin ningún problema.
— Y también creo, señor Alfonso, que un hombre como usted es absolutamente consciente de sus talentos y los explota para su propio interés.
Pedro Alfonso podía hacer que su corazón se acelerase y sintiera calor por todo el cuerpo, pero no tenía intención de dejarse seducir por él.
—Como estoy segura de que las revistas del corazón, y su amiga Camila, podrían confirmar —añadió, irónica.
—Ah, veo que has estado escuchando cotilleos. ¿Qué te han contado, que crecí en un burdel rodeado de mujeres? Pues siento desilusionarte, pero no es verdad.
Aunque mi abuela tenía uno —admitió él—. Y dice bien poco de los hombres que ganase tanto dinero. El suficiente para enviar a su hija a los mejores colegios de Suiza.
Paula lo miró, atónita por aquella admisión.
—En Europa se enamoró de un hombre griego que, desgraciadamente, estaba casado —siguió Pedro—. Pero tuvo la decencia de comprarle una casa en Corinto, donde yo nací. Murió cuando yo tenía doce años y mi madre decidió volver a Perú.
—Lo siento mucho. Pobrecito… —murmuró ella, compadecida.
—Debería haber imaginado que sentirías pena por mí. Eres tan ingenua —dijo Pedro entonces—. Como amante de un millonario, mi madre nunca fue pobre y tampoco lo fui yo —añadió, mirándola a los ojos—. Siento desilusionarte, pero estás desperdiciando tu compasión conmigo.
—¿Y por qué me has contado todo eso?
No parecía el tipo de hombre que desnudaba su alma delante de un extraño.
—Quizá porque quería que te relajases.
—¿Todo es mentira? —preguntó ella, sorprendida.
—No todo. Soy un bastardo —sonrió Pedro, deslizando la mano por su espalda, empujándola un poco más hacia su torso—. Y como tú misma has dicho, uso mi talento para conseguir lo que quiero. Y te quiero a tí, Paula Chaves.
Atónita, ella miró esos ojos negros y vio un brillo de deseo que no intentaba esconder.
—Eres un demonio…
—Un ángel caído —la corrigió Pedro, apretándola contra sí para que notase su evidente excitación—. Y por cómo tiemblas, sé que tú también me deseas. La atracción entre nosotros ha sido inmediata. Y no me digas que no porque yo sé que es así.
—Eres increíble —consiguió decir Paula. Aunque no podía negar que estaba temblando, no tenía la menor intención de sucumbir ante aquel hombre—. Coquetear conmigo cuando has venido con tu novia…
—Camila es una vieja amiga, no mi novia. Y está casada. Es una estrella de la televisión famosa en Sudamérica, pero quiere ser famosa en el mundo entero. Por eso está aquí. Ha venido para firmar un contrato como protagonista de un musical el año que viene. Mañana volverá con su marido, así que no tienes por qué estar celosa.
—¿Celosa yo? ¿Estás loco? Pero si ni siquiera te conozco…
—Eso podemos remediarlo. Mañana te llamaré para cenar —anunció Pedro, soltándola—. Pero ahora creo que lo mejor será volver a la mesa antes de que la gente empiece a murmurar. La música ha terminado.
Paula no se había dado cuenta y, avergonzada, lo siguió. Lo siguió como un cordero yendo al matadero, se dio cuenta después… mucho después.
—Por favor, Paula, ¿quieres dejar de comer esos asquerosos huevos fritos y hacerme caso? —Exclamó Agustina—. Tienes que cenar con él. Te ha enviado rosas todos los días y el ama de llaves está cansada de apuntar sus mensajes. Esta casa está llena de flores y, en mi estado, voy a terminar con fiebre del heno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario