jueves, 10 de marzo de 2016

El Negocio: Capítulo 3

Había rumores de todo tipo sobre él. Según su tía Mónica, su abuela había sido madama de un burdel de lujo en Perú y su madre la amante de un magnate griego.

Pedro Alfonso, decían, era el resultado de esa relación.

Su tía también le contó que tenía una magnífica villa en una isla griega, una enorme finca en Perú, un lujoso apartamento en Nueva York y otro en Sidney.

Recientemente había adquirido un prestigioso edificio de oficinas en Londres, en cuyo ático residía cuando estaba en la ciudad, y seguramente tendría más propiedades. Ah, y las fiestas que organizaba en su yate eran famosas.

Jorge intentó dejar a un lado los cotilleos, contándole que había conocido a Pedro unos meses antes en una conferencia en Europa, donde se hicieron amigos.

De ahí que Gonzalo lo hubiese invitado esa noche. De hecho, los expertos consejos de Pedro Alfonso habían sido fundamentales para su decisión de diversificar y ampliar Ingeniería Chaves, le dijo su tío casi con tono reverencial.

Para Paula era una noticia que la empresa familiar necesitara diversificarse y ampliarse, pero no tuvo tiempo de hacer preguntas porque su tía volvió a intervenir.

Aparentemente, Pedro era un soltero tan famoso por las mujeres con las que había mantenido relaciones como por su habilidad en los negocios. Sus incontables aventuras con modelos y actrices eran, aparentemente, documentadas por la prensa del corazón.

En realidad, eso fue un alivio. De modo que su reacción ante aquel hombre era normal... emitía un magnetismo animal que probablemente afectaba a todas las mujeres de la misma forma. Y si había que creer lo que contaban de él, Pedro Alfonso se aprovechaba bien de eso. No era el tipo de hombre con el que una mujer que se respetase a sí misma quisiera tener una relación.

Después de su desastroso compromiso con Facundo, Paula tenía ideas muy firmes sobre el tipo de hombre con el que quería casarse. Quería uno en el que pudiera confiar. Desde luego, no un mujeriego famoso en todo el mundo. Además, ella no tenía prisa por casarse. Le gustaba demasiado su trabajo como para interrumpir su carrera por un hombre.

Tomando un sorbo de café, sonrió cuando sus tíos se levantaron para ir a la pista de baile. Luego, mirando alrededor, comprobó que en la mesa sólo quedaban Hernán y ella.

Ella, que era una chica naturalmente alegre, también era realista y nunca dejaba que algo que no podía cambiar la molestase durante mucho tiempo. Creía firmemente en ser positiva y en aprovechar cada situación, por adversa que fuera. Ni el disfraz que su cuñada le había comprado ni su extraña reacción ante Pedro Alfonso iban a evitar que disfrutase de la fiesta.

—Bueno, Hernán, ¿quieres bailar? —le preguntó.

El hombre se levantó a toda prisa.

—Encantado —contestó, mirándola con admiración—. Es usted muy guapa, señorita —dijo luego, tomando su mano para llevarla a la pista de baile.

Hernán era un poco más alto que Paula y bastante más grueso, pero también era un buen bailarín y Paula decidió pasarlo bien.

Pedro Alfonso no pudo disimular una sonrisa de satisfacción. Cierto, el hombre al que quería conocer, Miguel Chaves, había muerto un año antes, pero su familia y su empresa seguían existiendo y servirían de igual modo a sus propósitos.

Luego miró alrededor, haciendo una mueca de desdén. La élite social de Londres soltándose el pelo en un baile de disfraces con objeto de recaudar dinero para los niños de África, aparentemente uno de los proyectos favoritos de la familia Chaves. No se le escapaba la amarga ironía. Sus ojos negros brillaron, furiosos.

En diciembre pasado su madre, como si intuyera que el final estaba próximo, por fin le había contado la verdad sobre la muerte de su hermana Sonia veintiséis años antes. En realidad, Sonia era su hermanastra, pero para él siempre había sido su hermana mayor, la que cuidaba de él.

Él creía que había muerto en un accidente de tráfico, trágico pero inevitable.

Pero la realidad era que se había lanzado deliberadamente a un acantilado, dejando una nota que su madre había destruido inmediatamente.

Sonia se había suicidado porque estaba convencida de que era su condición de hija ilegítima por lo que su novio, Miguel Chaves, la había dejado para casarse con otra mujer. Razón por la que su madre le había hecho jurar que nunca se avergonzaría de su apellido ni de su familia.

Pensando en ello, Pedro no podía evitar la amargura. Le había puesto a su empresa el nombre de su hermana, pero ese nombre tenía ahora más significado que nunca. La carta que había descubierto entre sus papeles personales le confirmó que le había contado la verdad. Y Pedro había jurado sobre la tumba de su madre vengar el insulto.

Él no era aficionado a los bailes de disfraces y normalmente se negaba a acudir, pero en esa ocasión tenía un motivo oculto para aceptar la invitación de la familia Chaves.

Nunca en su vida había tenido problema alguno absorbiendo una empresa e

Ingeniera Chaves debería haber sido una adquisición sencilla. Su primera idea había sido lanzar una OPA hostil para luego destruirla, pero después de estudiar la documentación tuvo que admitir que ese plan no iba a funcionar.

La empresa Chaves era propiedad exclusiva de los miembros de la familia, aunque una pequeña porción del negocio estaba divida en acciones para los empleados. Desafortunadamente para él, los  Alfonso  la dirigían bien y daba beneficios. Originalmente se había basado en la propiedad de una mina de carbón pero, ahora que las minas de carbón estaban en declive en Gran Bretaña, la firma había encontrado un sitio en el mercado construyendo tuneladoras y maquinaria de construcción.

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