—Conozco un lugar aquí a la vuelta -así era Flor. Nadie conocía, como ella los «lugares» de Londres. Fueron allí y en cuanto entraron, Florencia llamó al camarero y pidió unas bebidas. Poco después, levantaba su copa y brindaba «por la vida en todos sus sentidos».
Paula recordó que antes de la boda, su amiga le dijo:
—¿Dejar el teatro? Estás loca.
Y se oyó murmurar soñadora:
— La vida ofrece gran variedad de papeles.
Flor la estudió de nuevo de pies a cabeza por encima del borde de su copa.
—Vamos, «escupe», ¿cómo logró Pedro convertirte en esto?
—No es culpa de Pedro —exclamó Paula y se humedeció los labios. Tenía que decirlo -. Tuve un aborto hace seis meses - lo dijo a toda prisa porque si lo hacía con lentitud se pondría a llorar.
— ¡Oh, lo siento! ¡Pobre Paula, qué mala suerte! —Hizo una seña al camarero y éste se acercó. Paula terminó su bebida y aceptó otra.
Flor siempre fue el tipo de persona vivaz y brillante necesaria para animar una fiesta. Alta, muy delgada, con cabello negro y corto, peinado en rizos que rodeaban su rostro de mejillas hundidas, magnetizaba a las personas y aunque hablaba rápido y era graciosa y vivaracha sabía escuchar y hacer que la gente le contara sus más íntimos secretos.
Paula debió haber recordado la habilidad de Flor para sacarle a uno los pensamientos más íntimos. Después de tres copas, le había contado toda su amarga historia.
—Fuimos felices el primer año. Fue perfecto. Teníamos una intensa vida social, pero también éramos felices estando solos y nos pasábamos los días dando los toques finales a nuestra casa. Pedro sabía lo que quería... tenía la visión del hogar perfecto, muy tranquilo, muy elegante. Y así es, Florencia, tienes que verlo.
— Esperaré a que me inviten — dijo con acritud porque sabía que no le era simpática a Pedro. Fue una de las amistades que quiso que Paula dejara. La consideraba inculta, un poco vulgar y por lo tanto, indigna de contarse entre sus amistades.
Paula miró su vaso, movió el contenido con el dedo meñique y se lo llevó a la boca. Pedro criticaba esa costumbre, así que instintivamente dejó de hacerlo.
—Pero comenzó a trabajar para conseguir mejorar su prestigio entre los abogados y eso significaba que cada vez pasaba menos tiempo en casa. Me llamaba todas las noches desde los juzgados, pero yo no podía ir con él, era aburrido y además, conmigo allí, no se podía concentrar. Así que decidí tener un... - se detuvo y se mordió el labio inferior— un hijo.
— Buena idea.
—Pedro no lo creyó así. No quería hijos. Dijo que tal vez más adelante pero no en ese momento, porque desorganizarían todo —hablaba con rapidez, con frases cortadas y era la primera vez que se lo contaba a alguien. Respiró profundamente—.
Pero yo quedé encinta —dijo con voz profunda.
—¿Deliberadamente? —preguntó Florencia.
—Oh, sí —sonrió Paula—. Dejé de tomar precauciones.
—¿Qué dijo Pedro cuando se lo contaste?
—Tuvimos un disgusto. Estaba furioso. Lo hice a sus espaldas a pesar de saber sus puntos de vista... debió haber sido una decisión mutua, yo no tenía derecho a forzarlo a tener un hijo que no deseaba.
— ¡Dios, qué sinvergüenza! —No, tenía razón. No debí hacerlo.
— ¡Qué diablos! Para entonces ya estaba hecho y él participó. Era su hijo.
— Lo perdí a los tres meses. En realidad, dos días después del disgusto. Aunque no fue por eso... me caí de las escaleras al resbalarme en la madera recién barnizada. Pedro se portó muy bien, estaba muy preocupado.
Florencia la miró de arriba abajo.
—Alguien tiene que ayudarte —de pronto cambió de tema—. ¡Ven! Paula dejó que la levantara para ponerla de pie y frunció la frente perpleja, un poco mareada por la bebida.
—¿A dónde vamos?
—Aquí y allá. Conozco un sitio justo a la vuelta.
Paula seguía riendo cuando entraron en la boutique donde la propietaria se la quedó mirando con extrañeza.
—Queremos un cambio de aspecto —le dijo Flor.
—Lo voy a realizar con verdadero gusto —murmuró la propietaria. Quitó a Paula el sencillo vestido gris que la hacía parecer más pálida, sugiriéndole uno color turquesa, cuyo corte y color la favorecían notablemente. Cuando se miró en el espejo no podía creer que esa esbelta y elegante figura fuera la suya. En ese mismo estado de aturdimiento, Paula se encontró provista de zapatos y ropa interior. Cuando llegó el momento de ir a la peluquería vaciló.
— A Pedro le gusta mi cabello como está —explicó y Flor hizo una mueca.
—Te hace parecer una tímida mojigata. ¡Córtaselo!
Paula salió del salón de belleza con un peinado corto, que la favorecía extraordinariamente, haciendo resaltar sus bellos rasgos.
—A comer a mi departamento -ordenó Florencia—. Tengo comida y necesitamos tener una conversación a solas antes que desaparezcas de nuevo.
Mientras comían dijo bruscamente:
—Te conseguí un exterior nuevo ¿y qué pasa con el interior? Paula, no puedes seguir rumiando tu fracaso. Fue mala suerte, pero ya pasó y tienes que continuar tu vida. Nunca me agradó Pedro, pero creí que te quería. ¿Qué ha hecho para ayudarte a salir de la depresión?
—Lo intentó. No puedo explicar qué sentí, Flor. El desaliento se apoderó de mí. No podía ver claro. Nos separamos -se quedó mirando su plato y picoteó la lechuga—. Desde que sucedió, hemos estado separados.
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