miércoles, 23 de marzo de 2016

El Negocio: Capítulo 27

¿Conveniente para quién?, se preguntó ella, irónica.

Pedro  le había contado más cosas sobre su pasado, siempre sorprendentes. Y, aunque no lo parecía, estaba segura de que todo eso tenía que haberle afectado de alguna forma. Era medio griego y, sin embargo, parecía más peruano que otra cosa.

Admitía que el trabajo era toda su vida, pero su único interés verdadero era criar caballos en su finca de Perú.

Habían nadado desnudos en el mar, habían hecho el amor cada vez que lo deseaban, que era casi constantemente… pero todo aquello tenía que terminar porque, en sus pocos momentos de soledad, e incluso haciendo un esfuerzo por entender su comportamiento, seguía sin perdonar u olvidar la razón por la que se había casado con ella.

—No me gusta demasiado ir de compras y puedo alojarme en mi casa.

Paula vió que se ponía tenso. No, no le gustaba eso. En su masculina presunción, creía saberlo todo sobre ella, pero sólo conocía su nombre. Y su cuerpo.

—No tienes que preocuparte —siguió—. No le contaré a Gonzalo y a  Agustina la razón por la que te casaste conmigo. No tiene sentido darles un disgusto repitiendo las mentiras que dijiste sobre mi padre —Paula se levantó—. Voy a reservar un vuelo antes de irme a la piscina.

—No —Pedro se levantó también para sujetarla del brazo—. No te mentí sobre tu padre y tengo una carta que lo demuestra.

—Lo creeré cuando lo vea.

—La verás, te lo aseguro.

—Si tú lo dices… —Paula se encogió de hombros—. Claro que tu hermana podría haber mentido, ¿no se te ha ocurrido pensar eso? —Estaba siendo deliberadamente insultante y le dolía serlo, pero tenía que escapar de alguna forma.  Después de todo, no era precisamente la madre Teresa de Calcuta…

Pedro  tiró de su mano para atraerla hacia sí y aplastó sus labios en un beso salvaje, más un castigo que una caricia.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —le preguntó después—. Pensé que…

—¿Qué creías, que tu habilidad en la cama me haría olvidar por qué te has casado conmigo? Pues lo siento, pero no lo olvidaré nunca. Necesito estar en Londres el martes para seguir con mi carrera como habíamos acordado, eso es todo lo que tienes que saber.

Pedro la soltó y dio un paso atrás, mirándola con expresión helada.

—Muy bien, pero tendremos que comparar agendas. No tengo intención de estar solo mucho tiempo —dijo luego, alargando una mano para apartar el pelo de su cara—. En cuanto a reservar vuelo, olvídalo. Ve a nadar, una de las criadas hará tu maleta. Nos iremos después de comer. Te acompañaré a Londres y viajaré a Nueva York mañana por la mañana.

Que hubiese cambiado de opinión era extraño en él, pero su expresión era indescifrable, distante.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto. Evidentemente, la luna de miel ha terminado y no tiene sentido pasar otra noche aquí. Nos vemos luego, Paula. Ahora tengo que hablar con el piloto.

Y, después de decir eso, se alejó.

El almuerzo fue servido en la terraza, pero no había ni rastro de su marido.

Aunque no tenía apetito, Paula estaba intentando comer algo cuando la criada apareció con un mensaje de Pedro. Por lo visto, estaba demasiado ocupado para comer con ella y había pedido que llevasen una bandeja a su estudio. También le decía, en el tono habitual, que debía estar lista en una hora.

Paula bajó las escaleras exactamente una hora después, vestida con el traje azul marino. Pedro, en el vestíbulo, con el ordenador portátil en una mano y el móvil en la otra, se volvió al oír el repiqueteo de los tacones, sus ojos oscureciéndose un poco más al recordarla bajando la escalera de Schulz Hall el día de su boda. Entonces llevaba el mismo traje azul, sus ojos azules brillando de felicidad, con una sonrisa que podría iluminar todo el salón.

De repente, reconoció la diferencia que había estado dando vueltas en su cabeza desde que llegaron los invitados en Montecarlo. El sexo entre ellos era genial, pero no había vuelto a ver un brillo de felicidad en sus ojos, ni la había oído susurrar palabras de amor como en su noche de boda. Paula se había vuelto una amante entusiasta, pero silenciosa.

Aunque eso daba igual. Era su mujer y había conseguido lo que quería.

Entonces, ¿por qué no se sentía satisfecho?

—Ah, veo que ya estás lista —cuando se acercaba al pie de la escalera se le ocurrió una idea que le pareció brillante—. Vamos, el helicóptero está esperando.

En Atenas tomaron el jet privado de Pedro, pero en cuanto estuvieron en el aire se apartó de ella y, sentándose al otro lado del pasillo, abrió su ordenador y se puso a trabajar.

Después de servir el café y ofrecerle unas revistas, José, el auxiliar de vuelo, le preguntó si necesitaba algo más. Era un joven agradable y, charlando con él, Paula descubrió que su ambición era viajar por todo el mundo y su trabajo una manera de conseguirlo.

En cuanto a Pedro, apenas la miró.

Paula cerró los ojos, pensativa. ¿Hacia bien volviendo a Inglaterra?  Gonzalo y Agustina enseguida se darían cuenta de que le pasaba algo. Aunque podría alojarse en el ático de Pedro… podía buscar excusas para no verlos y, además, estar sola era justo lo que necesitaba en ese momento.

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