martes, 8 de marzo de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 30

Era mucho más fácil mentir dando la espalda y escondiendo la cara. No sabía por qué había accedido a perder el tiempo de ese modo.

Pedro  permaneció en silencio unos instantes interminables, mirando a las estrellas. Buscaba inspiración, de eso no cabía duda. Tenía que inventarse alguna historia que ablandase su corazón y derribase sus defensas. Bueno, se dijo, si pretendía conseguirlo, tendría que ser una verdadera obra de arte.

Cuando por fin habló, lo hizo en una voz tan baja que Paula tuvo que esforzarse por escucharlo.

-Fue en una noche despejada y llena de estrellas, igual que ésta, cuando recibí una llamada telefónica de la policía... -de nuevo volvió a caer en el silencio, pero por fin se dio la vuelta y continuó-. Será mejor que empiece por el principio -añadió a modo de disculpa.

Podía empezar por donde quisiera, pensó Paula. De cualquier modo, el resultado sería el mismo.

-Cuando tenía veinte años, mi madre, viuda, volvió a casarse y yo tuve un hermanastro. Martín sólo tenía diez. Era un gran chico. Siempre estaba riéndose y jugando con todo. Nos hicimos inseparables.

Paula  gimió para sí misma. Recordaba que Magda le había contado que su hermanastro había muerto y que a Pedro le había costado tiempo superarlo. Así que se trataba de inspirar en ella lástima, se dijo. ¿Por qué si no iba a contarle esa historia? ¿Qué tenía que ver con la situación en la que se encontraban?, se preguntó.

-Hubo un accidente -continuó Pedro-. Martín se chocó contra el pilar de un puente cuando iba conduciendo a gran velocidad. Gracias a Dios nadie más se vio envuelto en aquello, pero yo nunca comprendí cómo podía haber ocurrido. Para empezar, Martín era una de las grandes promesas de este país como piloto de carreras, y no iba borracho. Además, según la policía, no había nada en el coche que pudiera haber fallado.

Pedro se pasó una mano cansada por la frente como si estuviera reviviendo aquel momento de pesar. Paula lo interrumpió.

-Escucha... yo... siento lo de tu hermano, de verdad que... Pero...

-Déjame terminar, ¿quieres?

Paula  dió marcha atrás ante la respuesta ligeramente molesta de Pedro y se mordió el labio. Las cosas no iban exactamente como ella había esperado. Su voz sonó firme desde ese momento, como al borde del enfado.

-Se suponía que el funeral iba a ser un acto familiar, pero una chica se coló y se sentó al final de la iglesia. Había estado llorando. Se acercó a mí después del servicio y me dijo que sabía toda la verdad sobre el accidente. Yo la llevé a tomar café y escuché una de las historias más horribles que jamás haya tenido que oír.

Pedro  volvió a hacer una pausa, y Paula se asustó al ver la expresión de su semblante. Era fría, de ira.

-Según parece en la noche del accidente Martín había ido a una fiesta en Chelsea -continuó amargamente-... Estaba harto de las típicas mujeres que van siempre a esas fiestas, ya sabes, de ésas que están por el día en los cafés y en los bares. Se sientan a cotillear. Su única meta en la vida es cazar a un marido rico para poder seguir manteniendo el estilo de vida al que están acostumbradas.

Paula seguía mirándolo. Era toda oídos. Era extraño, pensó. Sabía exactamente a qué tipo de mujeres se estaba refiriendo. Eran como aquellas dos que estaban sentadas en el café en la mesa de al lado el día en que Magda la invitó a comer.

-Según esa chica, Martín había rechazado a un par de amigas cuando la situación se le hizo violenta, así que ellas decidieron darle una lección. Mientras estaba bailando le pusieron una droga en la bebida. Pensaron que sería divertido que el guapo y ambicioso corredor de carreras se chocara contra algo y le quitaran el permiso de conducir.

-Pero eso es... eso es... terrible -exclamó Paula horrorizada.

-Sí... -asintió Pedro amargamente-, eso es exactamente lo que pensé. Supongo que ni siquiera se plantearon que estaban jugando con su vida.

-Y la chica que te lo contó, ¿era una de ellas?

-Me juró que no lo era. Y yo la creí. Sin embargo lo había visto todo desde el principio, le remordía la conciencia. Nunca he llegado a averiguar realmente quién le puso la droga, pero desde mi punto de vista todas esas mujeres eran responsables. Lo que sí me dio aquella chica fue una lista con los nombres de las mujeres que solían entrar en ese tipo de juegos y que estuvieron en esa fiesta.

Si no se hubiera quedado atónita ante aquella historia, probablemente Paula habría adivinado el final, pero sólo fue capaz de quedarse mirando a Pedro con la mente en blanco. -Los Chaves no son los únicos capaces de vengarse, Paula. A eso era a lo que me refería cuando te dije que tú y yo nos parecíamos. Aquellas mujeres habían utilizado a mi hermano para divertirse, así que yo decidí utilizarlas a ellas.

-¿Te refieres a... -Paula seguía sin comprender-... a acostarte con ellas?

-¿Qué otra cosa si no? -se encogió de hombros-. Ellas no tenían ni idea de que Martín era mi hermanastro. Yo era... para decirlo con las mismas palabras que utilizaron los periódicos, «el soltero más codiciado de Londres». Y Dios sabe que, si alguna conseguía que yo le pusiera un anillo en el dedo, iba a ser rica para el resto de su vida. Así que las engatusaba... tomaba de ellas lo que quería, y luego buscaba a otra -volvió a encogerse de hombros-. Era mi forma de humillarlas. Teniendo en cuenta lo que le habían hecho a Martín,  aún salían bien paradas -hizo una pausa y la miró con ojos interrogativos-. Supongo que no apruebas mi conducta.

Paula trató de pensar en una respuesta que darle, pero de pronto la horrible verdad de todo lo ocurrido apareció ante ella de golpe. Tragó fuerte y abrió mucho los ojos.

-¿Y esa fue la razón por la que me escogiste a mí? ¡Pensaste que yo era... una de ellas!

-Tú no estabas en la lista -comentó haciendo un gesto como de contricción-, pero interpretaste tu papel muy convincentemente. Hasta me hiciste creer que frecuentabas las fiestas de Chelsea. Luego me confesaste que las habías imitado. Pensaste, en tu inocencia, que a mi me atraían ese tipo de chicas.

Paula se sentó al borde de la cama y sintió que la cabeza le daba vueltas. Nadie podía inventarse una historia como ésa en un momento de apuro. Y desde luego sonaba a verdadera. Él tenía razón. Ella misma había caído en su propia trampa.

-Está bien... -contestó por fin mirando para arriba suspicaz-. Te creo. ¿Pero qué me dices de todo lo demás? En aquel momento tú no me amabas, y tampoco me amabas cuando viniste a Kindarroch a chantajearme. ¿Y qué me dices de los recortes de periódico que te has traído, de los que están en tu maleta? Dijiste que se los ibas a enseñar a todo el mundo.

-Fue una fanfarronada -admitió-. Una amenaza falsa. Sólo tenía uno, y tú lo tiraste en el puerto, ¿recuerdas? Si quieres, puedes rebuscar en mi equipaje en cuanto volvamos.
-Lo haré -prometió ella-, puedes apostar tu vida a que lo haré -repitió mirándolo suspicaz. Su corazón deseaba desesperadamente creerlo, pero su mente seguía confusa-. Así que en eso me mentiste. ¿Cómo puedo saber que no me estás mintiendo ahora, cuando me dices que estás enamorado de mí?

-Tendrás que creer en mi palabra, Paula -contestó Pedro  con voz suplicante-. La decisión es tuya.

-¡Vaya! -sacudió la cabeza llena de frustración-. Tienes una forma muy extraña de tratar a las personas que dices que amas. ¿Tienes idea de la angustia que he pasado? Nadie hace una cosa así a alguien a quien ama.

Pedro se acercó y tiró de ella suavemente para que se levantara. Después de besarla con ternura en la frente, miró en sus ojos llenos de preocupación y se explicó:

-Cuando llegué aquí por primera vez esperaba encontrarme con la chica rica y estúpida que había salido conmigo en Londres. Pensaba vengarme de ella por lo de Tamara Torres-dijo tomando su rostro entre las manos y besándola levemente en la boca antes de continuar-: Pero te encontré a tí. Y fuiste como el aire dulce y fresco de la mañana después de la hipocresía de las mujeres con las que me había visto envuelto. No pude hacer otra cosa más que enamorarme locamente de tí.

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