sábado, 5 de marzo de 2016

Recuerdo perdurable: Capítulo 28

-No es ninguna rabieta -contestó dando un paso atrás-. Sólo quiero saber qué había de malo en mi modo de vestir aquel día. A mí me pareció que te gustaba. ¿O es que sólo estabas mintiendo como tantas otras veces?

-No, desde luego, no era una mentira. Estabas verdaderamente arrebatadora -admitió deprisa-. Pero claro, en aquel momento yo no sabía bien quién eras, ¿no es así, señorita Chaves? -¿Y qué tiene eso que ver? -preguntó ella perpleja-. Sabías mi nombre y dónde vivía, ¿no es cierto?

-Si mal no recuerdo era un vestido de seda de diseño -musitó en voz alta-. Debía de costar una fortuna. Y no es cierto que te lo pusieras sólo para corresponder a mi invitación. Lo elegiste a propósito para resultar atractiva -Paula comenzó a sospechar que aquella discusión no podía acabar bien. Pedro se proponía llegar a algún sitio-. Por cierto, ¿de dónde lo sacaste? Supongo que lo tomaste prestado de la tienda en la que trabajas, ¿no?

-Era... era un vestido con un defecto -murmuró, y luego añadió como si aquello fuera una excusa-. Tenía un desperfecto en el bajo.

-Comprendo... -contestó divertido y enfadado-. Sin embargo, no fue eso lo que me dijiste en aquel momento, ¿verdad? Recuerdo incluso que cuando te hice un cumplido tú me contestaste... -Pedro se rascó la oreja como intentando recordar las palabras exactas-... sí, me dijiste que habías tenido problemas para decidir qué ponerte, y que al final habías escogido ese vestido. Pero ésa no es la contestación que hubiera dado una mujer a no ser que quisiera dar la impresión de que tenía un armario lleno de ropa, ¿no crees?

-¡Está bien! -contestó Paula tragando e intentando defenderse-. Pero no era más que un vestido, ¡Maldita sea! No comprendo por qué estás armando tanto escándalo por un vestido. Puede que yo dijera alguna mentira insignificante, pero no fue nada comparado con lo que me hiciste tú a mí.

-Como ya te he dicho antes -se encogió de hombros-, la única culpable eres tú -Paula abrió la boca dispuesta a protestar, pero él la miró con tal dureza que calló-. Sé que no eres una estúpida, Paula. ¿Cómo no te das cuenta de que caíste en tu propia trampa? Si no hubieras fingido ser lo que no eras, las cosas no habrían sucedido tal y como sucedieron.

-Lo siento -contestó al fin-, no tengo ni la menor idea de qué estás hablando. Tendrás que explicármelo.

Pedro hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera mientras caminaban a lo largo del río. El sol estaba a punto de ponerse tras las montañas del oeste, por donde el cielo se había tornado de un color rojo encendido.

-El vestido es lo de menos -explicó él-. Sin embargo, tomado en su conjunto con todo lo demás, con las cosas que dijiste o que omitiste, creaste una imagen de tí misma que estaba muy lejos de la verdad -de pronto rió al recordar-. Estuviste tan convincente que cuando llegué a Kindarroch la primera vez fui tan ingenuo como para preguntar por las propiedades de los señores Chaves. Por supuesto nadie había oído hablar nunca de nada parecido. La única Paula Chaves que ellos conocían eras tú, así que me enseñaron la casa de tus padres. Sólo entonces comprendí hasta qué punto me habías engañado.

Paula se ruborizó. Todo lo que había dicho era cierto. Había muchas formas de mentir. Si alguien interpretaba algo erróneo por tus gestos y tú no lo desengañabas estabas mintiendo. Igual que cuando lo dejó creer que el apartamento de Palmerston Court era suyo. De pronto, él se volvió, la agarró por los hombros y la sacudió.

-¿Por qué lo hiciste? -preguntó volviendo a sacudirla y haciéndola temblar-. Dame una sola razón para actuar de un modo tan estúpido.

Paula se soltó y gritó:

-¡Porque quería impresionarte! Sí, tienes razón, quería atraer tu atención. No podía creer que un hombre como tú pudiera interesarse por alguien como yo. Trataba de parecer elegante y sofisticada, como las mujeres que iban a la tienda -añadió mordiéndose los labios y mirando a otro lado-. Espero que por fin estés satisfecho. Quería que te fijaras en mí, pero todo lo que conseguí fue una humillación tras de otra. ¿Y ahora por qué no le haces un favor al mundo, te atas una cuerda al cuello y te tiras al río?

Pedro se echó a reír. Al principio fue sólo una pequeña risa, como si encontrara divertida la situación, pero su risa fue creciendo hasta convertirse en sonoras carcajadas en sus oídos. Paula sintió que su corazón le pesaba de tanta desesperación. Acababa de abrir su alma ante él, y el... lo encontraba divertido. Lo miró una última vez con disgusto y luego volvió sobre sus pasos para dirigirse al hotel. Pero él la alcanzó y la llevó a caminar.

-Dame tu mano, Paula-dijo alcanzándola.

-Déjame sola-contestó ella soltándose-. Te odio.

-Te estás comportando de un modo muy infantil -comentó él.

Paula no se molestó en responder. Se soltó y apresuró el paso. Cuando llegaron al vestíbulo del hotel, él trató de llevarla de nuevo al salón, pero ella se negó.

-No, gracias. Estoy cansada, me voy a la habitación.

-Todavía tengo cosas que discutir -añadió él apretándola el brazo.

-Pues yo no -respondió ella sacudiendo la cabeza-. La única discusión que voy a tener es conmigo misma, y para eso necesito paz y tranquilidad.


La habitación  estaba a oscuras. Durante más de quince minutos Paula estuvo inmóvil, mirando por la ventana, observando con tristeza cómo el cielo se oscurecía y teñía de púrpura mientras iban apareciendo las estrellas una a una. Hizo caso omiso del ruido de la puerta al abrirse y de la suave luz que penetró por ella desde el pasillo. Luego, volvió a cerrarse y oyó el ruido de una bandeja al dejarla sobre una mesa. Por fin Pedro encendió la luz. -He traído vino y sandwiches de pollo frío por si te apetece tomar algo esta noche.

Paula siguió mirando por la ventana. No deseaba volver a enfrentarse a él ni tener otra discusión, aunque sabía que, más pronto o más tarde, sería inevitable. -No tenías que haberte molestado -contestó cansada-, no tengo hambre.

-Ni tampoco parece que estés muy contenta. No importa. Un par de vasos de vino lo arreglarán.

Otra vez volvía a la carga, pensó amargamente Paula. Suponía, con toda su arrogancia, que sólo necesitaba chasquear los dedos para que ella se rindiera a sus pies. Bueno, pues eso se había acabado, se dijo. Nunca debería haber dejado que las cosas llegaran hasta esos extremos. Pero aún no era demasiado tarde. Estaba cansada de bailar al son que él tocaba. Se volvió lentamente, con expresión resignada pero resuelta, y dijo:

-Puedes quedarte con la cama si lo deseas. Yo dormiré en el sofá. Preferiría cambiarme de habitación, pero no quiero causar problemas al personal del hotel a estas horas.

Pedro la escrutó impasible y luego se encogió de hombros.

-Olvídate del personal del hotel, es su trabajo. Ese problema puede arreglarse. Llamaré inmediatamente a recepción si eso es lo que quieres. Estarán encantados de ocupar otra habitación -dijo sirviendo dos copas de vino y ofreciéndole una-. Así que piensas que todas mis amenazas no son más que fanfarronadas, ¿no es eso? Paula tomó el vaso que él le ofrecía y lo miró desafiante.

-Puede que sí o puede que no, ya no me importa. En cuanto vuelva a Kindarroch mañana, voy a hacer lo que tenía que haber hecho cuando apareciste tú. Voy a contar la verdad. Le voy acontar a todo el mundo lo estúpida que fui metiéndome a la cama contigo en nuestra primera cita -se mordió el labio-. Eso les hará daño a mis padres, pero es inevitable. Después, les contaré que traté de vengarme cuando tú no volviste a llamarme y que viniste aquí a hacerme chantaje.

2 comentarios:

  1. Me encanta cómo la hace rabiar jajajaja. Está buenísima esta historia.

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  2. Muy buenos capítulos! Se rindió Paula, ojalá Pedro deje de torturarla, y le diga lo que siente por ella!

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