jueves, 3 de marzo de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 24

-Alguien nos está observando -dijo de pronto.

-¿Quién? -preguntó ella parpadeando y mirando a su alrededor-. Yo no veo a nadie.

-Está escondido.

Paula  volvió a mirar a su alrededor y luego lo miró a él incrédula.

-Aquí no hay nadie excepto tú y yo. Estás tratando de asustarme, nada más.

-Él es el que está asustado -declaró en voz baja-. Es por eso por lo que se esconde. Probablemente se trate de un cazador furtivo -dijo tomando su mano y sonriendo-. Vamos, charlaremos con él.

Paula  se dejó llevar de la mano a lo largo de un arroyo a sólo unos metros de distancia, y entonces vio la figura de un niño acurrucado en la maleza. Sólo se le veía la cara sucia y el pelo rizado. Se puso en pie al acercarse ellos y los miró cauto, dispuesto a salir corriendo en cualquier momento. Pedro sonrió y recogió una caña de pescar que tenía a los pies.

-¿Has tenido suerte, hijo? -el niño los miró a ambos. Debió decidir que no eran una amenaza, pero a pesar de todo respondió sólo sacudiendo la cabeza. Pedro miró la lenta corriente de agua y añadió-: Aquí debe de haber muchas truchas. ¿Qué estás usando para pescar? ¿Gusanos?

-Sí -asintió limpiándose la nariz con el dorso de la mano y encogiéndose de hombros-. ¿Qué otra cosa voy a usar?

Paula sonrió. Aquel niño probablemente viviera en la granja por la que acababan de pasar. Tenía los vaqueros llenos de parches y la camisa era vieja.

-No necesitas gusanos para pescar, hijo -contestó Pedro sonriendo-. Sólo necesitas una mano.

¿Es que no te ha enseñado tu padre ese truco?

-A mi padre lo asesinaron. Era soldado.

Pedro  se quedó mirándolo en silencio por un momento, luego le apartó el pelo negro de la frente y añadió:

-Si quieres, yo puedo enseñarte -el chico asintió y Pedro  sonrió-. Muy bien, vamos a buscar un lugar adecuado.

Caminaron corriente arriba y de pronto Pedro los miró a ambos haciéndolos callar. Se quitó la camisa, se inclinó sobre el arroyo y bajó la mano despacio hasta que estuvo a sólo un palmo de la superficie del agua. Paula y el niño se agacharon y vieron una enorme trucha nadando contracorriente. Cuando estuvo justo debajo de su mano Pedro la acarició despacio. La trucha se quedó quieta. Pedro siguió acariciándola unos segundos, levantó la mano de golpe y el pez salió volando por encima de sus cabezas. El chico gritó entusiasmado.

-¿Has visto lo fácil que es, hijo? Ahora iremos a otro sitio y probarás tú. Sólo tienes que recordar que no tienes que agarrar al pez. Si lo haces se te escurrirá como una pastilla de jabón. Lánzalo hacia arriba deprisa.

Una hora más tarde regresaron al coche. Pedro sonrió e hizo un gesto hacia la granja.

-Bueno, al menos hoy una familia cenará trucha.

No había nada de jactancioso en la forma en que había dicho aquello, reflexionó Paula. Sólo la satisfacción de haber ayudado a alguien. Lo miró extrañada. Sabía que nunca olvidaría la expresión de admiración del niño. Incluso ella había estado a punto de besarlo. Se sentó al volante y dijo:

-He visto pescar así antes. Es un viejo truco de pescador furtivo. ¿Dónde lo aprendiste?

-En el ejército. Hice un ejercicio de entrenamiento de supervivencia a unos setenta y cinco kilómetros al sur de aquí. Te dejan con un helicóptero en medio de la noche con sólo un mapa, una brújula, un cuchillo y un trozo de pedernal. Luego mandan a un equipo detrás de ti. Tienes que sobrevivir sin que te atrapen veintiún días -terminó con nostalgia, como si echara de menos aquella vida y los desafíos que conllevaba.

Paula lo miró de nuevo... miró su perfil, la fuerza y resolución de su mandíbula. Era cien por cien masculino. Y ante todo era un superviviente. Pero si él era un superviviente, ¿quésería ella entonces?, se preguntó. ¿Qué posibilidades tenía contra él? Bueno, se dijo, al menos resultaría interesante averiguarlo. Sabía que debía tratarlo con antipatía, pero cada vez se sentía más intrigada y no pudo evitar preguntar:

-Y si te gustaba tanto el ejército, ¿por qué te negaste a obedecer órdenes?

Esperaba que se enfadara, que le contestara que se metiera en sus asuntos, pero para su sorpresa él parecía deseoso de contárselo.

-Fue durante una de esas guerras civiles del sur de Europa -contestó con cierta amargura-. La gente se mataba una a la otra en nombre de la religión. Las Naciones Unidas organizaron un alto el fuego, pero los rebeldes siguieron disparando desde sus trincheras hacia una población que estaba cerca de nuestro campamento. Estaban matando a cientos de personas con sus disparos indiscriminados. Mis hombres y yo estábamos deseando tomar esa posición pero teníamos órdenes estrictas de no cruzar la línea de fuego -hizo una pausa y se pasó la mano por la frente con un gesto de cansancio-. Cuando un obús cayó sobre el colegio del pueblo mis hombres y yo no pudimos quedarnos de brazos cruzados. Mandamos al infierno al observador de las Naciones Unidas, atravesamos la línea de fuego y destruimos el armamento del enemigo.

Paula redujo la velocidad despacio hasta parar el coche y luego se volvió en el asiento para mirarlo.

-¿Y te obligaron a renunciar por eso? -preguntó airada.

Tenían que sacrificar a alguien, era un asunto de política.

-¡Valientes idiotas! ¡Yo te habría dado una medalla! -¿Por qué? -preguntó él volviendo los ojos grises hacia ella -Porque yo habría hecho lo mismo.

Aquellos ojos continuaron estudiándola. Luego Ryan esbozó una amplia sonrisa y asintió.

-Me imagino que sí, Paula. Te guste o no, somos iguales en muchos aspectos, ¿no crees? De pronto, Paula sintió que se estaba metiendo en un terreno peligroso, así que miró hacia otro lado. -Bueno... lo dudo.

Pedro levantó una mano y la agarró del pelo. La atrajo hacia sí y la besó. Larga y apasionadamente. Por fin, la dejó marchar y dijo desafiante:

-Estás dispuesta a cualquier cosa con tal de vengarte o de corregir lo que está mal. Como yo. El problema es que sólo puede haber un ganador en nuestra lucha, Paula. Y la pregunta que me queda por hacerte es: ¿qué tal vas a encajar la derrota?

Paula tragó y dio la única contestación que se le ocurrió ante semejante pregunta.

-No... no lo sé, Pedro. Supongo que dependerá de la piedad que demuestres como vencedor. La sonrisa de sus labios era toda una provocación, y su mirada gris la abrumaba. Su corazón latía furioso en el pecho cuando él volvió a preguntar.

-¿Y cómo de caritativo quieres que me muestre? ¿Quieres que simplemente tome lo que es mío y que me contente con eso?

Paula luchó por encontrar las palabras adecuadas en su boca seca.

-Sólo... sólo deja que conserve cierto respeto por mí misma. Eso... eso es todo lo que te pido, Pedro. Destruye esas fotos del periódico para que nunca nadie en Kindarroch pueda saber la verdad. Dame la oportunidad de llevar una vida respetable.

-¿Eso es todo? -preguntó elevando las cejas-. Me decepcionas, Paula. Esperaba que te hubieras puesto una meta más alta. Después de todo estás enamorada, ¿no?

Aquella pregunta la dejó atónita. No sólo por ser directa, sino porque la obligaba a enfrentarse a algo que había estado tratando de evitar. Hasta ese momento le había resultado fácil explicarse a sí misma sus sentimientos. No eran más que crudo deseo sexual. Él, al fin y al cabo, no tenía nada más a su favor, a menos que se contara el dinero y el poder, cosa que era por completo estúpida. Pero de pronto tenía ante sí otro aspecto de él. Había visto a un hombre con generosidad de espíritu y con la suficiente humanidad como para tirar por la borda toda una carrera profesional en pos de la justicia y contra la barbarie.

2 comentarios: