martes, 1 de marzo de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 20

-Preferiría no haberte conocido. Es lo peor que me podría haber ocurrido, y lo segundo ha sido que me siguieras hasta aquí.

Paula  no vacilaba un instante en hacerle saber sus verdaderos sentimientos, reflexionó Pedro. Eso le gustaba. Era refrescante, todo un cambio. Conocer a alguien con carácter resultaba mucho más atractivo que un cuerpo impresionante. La miró a los ojos y sintió algo poco frecuente, como un calor en el corazón. Entonces se preguntó si...

Una vez había recorrido ese mismo camino, recordó. Se enamoró de una chica en la universidad, pero sólo le había causado disgustos y desilusión. Sin embargo algo le decía que aquella vez sería diferente.

Él le acariciaba el pelo de nuevo. Lo único que Paula podía hacer era evitar sacudirse como una hoja. Se apartó de él y encendió el motor. Durante unos cuantos kilómetros se hizo el silencio. Aprovechó para calmarse, y entonces él preguntó de repente:

-¿Quién es esa mujer, esa tal Magda de la que me estuvo hablando tu madre? ¿Es amiga tuya?

-Trabajo para ella. Tiene una boutique en King's Road. Vivo en su piso.

-¿Así que el departamento de Palmerston Court es de ella?

-Sí. Y ahora cállate y déjame concentrarme en la carretera.

-Conduces muy bien. Cuéntame más cosas sobre esa mujer. Pero esta vez dime la verdad. No quiero escuchar más mentiras.

Paula apartó la vista de la carretera por un momento y lo miró furiosa.

-¡Mentiras! -explotó-. ¿Y tienes la sangre fría de sentarte ahí tan tranquilo y acusarme de mentir? Aquí el único que miente eres tú. Probablemente ni siquiera te das cuenta. Para tí engañar es como una segunda naturaleza.

Pedro la escuchó impasible, y cuando por fin terminó, dijo pensativo:

-Esa idea de hacerte pasar por Tamara Torres asegurándote de que hubiera un fotógrafo delante... fue todo un plan. Seguro que alguien te ha echado una mano. Me figuro que ha sido esa amiga tuya, Magda. De hecho estoy convencido que todo fue idea suya. ¿Me equivoco?

-¿Y qué si fue idea suya?

-Que creo que es una mala influencia para tí, que eres tan impresionable y tan ingenua...

-En eso tienes razón. Soy una ingenua y me dejé impresionar, pero la única mala influencia que he recibido es la tuya. Y lo que más lamento es que ella no estuviera conmigo para advertirme a tiempo sobre tí.

-¿Advertirte sobre mí? ¿Es que me conoce? ¿Qué sabe de mí?

-Que eres un mujeriego de mala reputación. Y que te expulsaron del ejército.

-Fui yo quien renunció.

-Sí, para evitar que te formaran un consejo de guerra por desobedecer órdenes. Da igual, ¿no crees?

Pedro no contestó a esa pregunta. Sólo rió sarcástico.

-Parece que Magda está muy bien informada. O quizá sea una chismosa metida.

-Cuida tu lengua. No eres quién para hablar mal de ella. Tendrá sus defectos, pero al menos es una persona honesta, que es más de lo que se puede decir de tí.

-Oh, está bien. No volveré a mencionar su nombre.

Paula volvió a relajarse y condujo unos cuantos kilómetros en silencio. Abrió la ventanilla a pesar del aire acondicionado y sintió que la brisa le revolvía el pelo. De vez en cuando miraba a Pedro a hurtadillas. Estaba tomando notas sobre el paisaje. Fuera lo que fuera lo que estuviera haciendo parecía muy profesional. Siempre había tenido la impresión de que todo lo que hacía lo hacía muy en serio. Sobre todo seducir a las mujeres. Él ponía todo su empeño en esa tarea. ¿Pero por qué?, se preguntó. Otras personas simplemente se enamoraban. ¿Por qué no se enamoraba él? ¿Habría alguna razón para que se comportara de aquel modo?

Por un instante, sus ojos se encontraron. Él la estaba mirando, así que se apresuró a fijar la vista en la carretera. Pronto estarían en el hotel. Su corazón comenzó a latir aprisa. ¿Qué haría si él reservaba una sola habitación?, se preguntó. ¿Rendirse? ¿Justificarse a sí misma con la excusa de que lo hacía en contra de su voluntad? Eso no sería cierto, se confesó. Sentía cierta agitación... su cuerpo comenzaba a dar señales de excitación, a recordar la noche pasada en Londres exigiendo volver a sentir lo mismo.

Trató de ignorar esas sensaciones, pero era imposible. Con cada minuto que pasaba se hacían más y más patentes, más fuertes y urgentes. Debía de ser el calor, se dijo. Daría cualquier cosa por un baño refrescante, por algo que pudiera parar su imaginación.

¿Y si accedía? ¿Y si pasaba la noche con él?. se preguntó. Él sólo deseaba eso. Una vez que lo hubiera obtenido perdería todo interés en ella e iría en busca de otra mujer, como había hecho la primera vez. Entonces él dejaría de ser un problema para ella. ¿Pero podría vivir consigo misma después? Lo peor de todo era saber que él había ganado, que su venganza se había quedado en nada. Sería otra más de sus víctimas. La abandonaría triunfante, ondeando en su mástil una nueva victoria. Sólo el hecho de pensar que vacilaba la llenaba de desprecio por sí misma. Ningún otro hombre había producido ese efecto en ella, por muy sexy o atractivo que fuera.

-Debemos de estar a unos diez minutos. Espero que tengan algo decente en el menú. ¿Tienes hambre, Paula?

-No especialmente -contestó manteniendo la vista sobre la carretera.

Pedro la miró y sonrió. Paula agarró con fuerza el volante.

-Pues yo estoy hambriento. Espero ansioso el momento de poder probar algo de verdad delicioso.

El Pine Lodge era una de aquellas enormes casas victorianas construidas como refugio de verano por algún olvidado magnate de la industria de Midland. Aunque por dentro había sufrido una modernización importante, el exterior, con sus ventanas en forma de arco y sus amplias terrazas, permanecía intacto como testigo de tiempos más elegantes. Estaba situado entre el río y la carretera.

Paula llevó el coche hasta el estacionamiento, apagó el motor y le dió las llaves a Pedro. Era un gesto simbólico que significaba que por el momento su trabajo había terminado, pero no sabía si él lo comprendería así o no. Antes de salir hizo una pausa y dijo:

-Escucha... no me he traído nada, y tengo todo el pelo enredado. Supongo que no tendrás un peine que puedas prestarme, ¿no?

-Deberías de haber dejado cerrada la ventanilla. Bueno, no vamos a dejar que entres en el restaurante con ese aspecto dijo rebuscando en la chaqueta-. Aquí tienes. Prueba con esto.

Si había algo en el mundo que la molestara era precisamente el tener que usar la toalla o el peine de otra persona. Lo miró suspicaz pero, para su sorpresa, estaba impecable. Musitó las gracias y comenzó a desenredarse el largo cabello rojizo. Una vez que hubo terminado se lo devolvió.

-Si hubiera sabido que íbamos a venir a comer a un sitio como éste, me habría vestido de otra manera.

Sus ojos la escrutaron de arriba abajo provocativamente, como otras veces, haciéndola ruborizarse y sentirse violenta.

-Yo creo que estás encantadora -contestó él con sinceridad-. Eres el vivo retrato de la juventud y de la inocencia, como diría el reverendo McPhee.

Podía haber contestado a ese comentario, pero lo dejó pasar y siguió a Pedro hasta la entrada del hotel en silencio. Necesitaba un refresco con urgencia. Algo servido en un vaso alto, helado y con mucho hielo, algo que le quitara la sed y la sequedad de la boca.


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