Quería convencerlos de que, con sus expertos consejos y generoso apoyo económico, sería posible ampliar el negocio en Estados Unidos y China. Y luego, cuando estuvieran endeudados hasta el cuello, les quitaría la alfombra bajo los pies para hacerse cargo de la firma, arruinando a la familia Chaves. Con eso en mente había hecho amistad con el hijo de Miguel Chaves, Gonzalo, director gerente de la empresa.
El único fallo en su estrategia era que estaba tardando más de lo esperado en arrastrar por el suelo el nombre de la familia. Tres meses de maniobras y aún no había logrado su objetivo. El problema era que el hijo y el tío eran competentes como hombres de negocios, pero muy conservadores. Y, de nuevo desafortunadamente para él, ninguno de los dos era avaricioso ni quería arriesgarse innecesariamente.
¿Y por qué iban a hacerlo? La empresa tenía ciento sesenta años y ninguno de los dos había tenido que luchar para ganarse la vida o para ser aceptados por la sociedad.
—Pedro, cariño, ¿en qué estás pensando?
La experiencia le había enseñado a contestar a esa pregunta con una mentira.
—Estaba pensando en las cifras del Dow Jones… nada que te interese, Camila.
—En lo único en lo que deberías estar pensando es en mí —respondió ella,apoyando la cara en su hombro.
—Ahórrate los coqueteos para tu marido. Yo soy inmune —replicó Pedro.
Camila era muy guapa, pero no le atraía en absoluto. Lo único que le gustaba de ella era que se parecía un poco a su hermana. Por eso la había ayudado en un mal momento doce años antes, en Lima, cuando, sin que ella lo supiera, su representante la obligó a firmar un contrato para una película pornográfica. Él, además de romper el contrato, le había buscado un representante decente. Estaba casada con un amigo suyo y, sin embargo, siempre que tenía oportunidad intentaba seducirlo.
Seguramente era culpa suya porque una vez, diez años antes, había sucumbido a sus encantos una noche. Aunque enseguida se dio cuenta de que era un error. Su amistad había sobrevivido, sin embargo, y era un juego al que ella jugaba cada vez que se encontraban. Debería haberle parado los pies tiempo atrás.
Pensó luego en el informe que le había enviado su investigador privado sobre los Chaves. En ella había una fotografía de Paula en una playa desierta, con una gorra en la cabeza, una camiseta ancha y pantalones vaqueros. No podía saber si era alta, delgada, rubia o morena.
Y se había llevado una sorpresa al verla.
La foto no le hacía justicia, desde luego. Una ridícula diadema con cuernos sujetaba una larga melena rubia que caía por debajo de sus hombros, aunque no sabía si era natural o teñida. Tenía la piel muy blanca, unos magníficos ojos azules y unos pechos perfectos. En cuanto al resto, no podría decirlo porque sólo la había visto sentada. De estatura normal, seguramente. Pero, como buen conocedor de las mujeres que era, se reservaría el juicio hasta que la viese de pie. Podría tener un enorme trasero y los tobillos gruesos. Aunque eso no le importaba, claro. El hecho de que fuera una Chaves lo echaba para atrás. No la tocaría aunque fuese la última mujer en la tierra.
Miguel Chaves se había casado con Alejandra Schulz, en la que había sido la boda del año en Londres, veintiséis años antes. Su mujer le había dado un hijo nueve meses después, Gonzalo, y una hija, Paula, un año más tarde. La familia perfecta…
Paula Chaves vivía una vida regalada. Lo tenía todo: una familia que la quería, la mejor educación, una carrera como arqueóloga marina, y se movía en la sociedad de Londres como pez en el agua. Pensar eso le hizo sentir una punzada de rabia, lo que sentía desde la muerte de su madre.
—No me lo creo —Camila inclinó a un lado la cabeza—. Hernán está bailando un
tango…
Pedro siguió la dirección de su mirada y se quedó perplejo al ver a su jefe de seguridad y guardaespaldas, aunque Hernán era más un amigo que otra cosa, bailando el tango apasionadamente. Y lo más curioso era que su pareja seguía cada uno de sus pasos como si fuera una profesional.
Y su pareja era Paula Chaves. Una mujer impresionante. Tenía unas piernas interminables, el trasero respingón, la cintura estrecha y unos pechos altos y firmes.
El traje rojo parecía pegado a su cuerpo como una segunda piel, sin dejar nada a la imaginación. Pedro no tenía duda de que todos los ojos masculinos estaban clavados en ella en aquel momento. El pelo rubio caía sobre sus hombros con cada giro… y menudos giros. Una placentera sensación, aunque inconveniente, empezó a hacer cosquillas entre sus piernas.
—Qué ridículos. Ya nadie baila así —dijo Camila, desdeñosa.
—¿Qué? Ah, sí... —Pedro no la estaba escuchando.
Curiosamente, Hernán y Paula hacían una pareja estupenda y todos los invitados estaban pendientes de ellos. Cuando el tango terminó, Paula se incorporó, riendo, y todo el mundo empezó a aplaudir.
Aquella mujer no tenía miedo de exhibirse, pensó. Y, dado el fuego y la pasión que había mostrado durante el tango, no debía de ser tan inocente. Tanta pasión no podía ceñirse sólo a una pista de baile. Según el informe que le había enviado el investigador privado había estado prometida una vez y, seguramente, habría habido más hombres en su vida.
De repente, después de decidir que no la tocaría aunque fuese la última mujer en la tierra, Pedro estaba imaginando su cuerpo desnudo y tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse… algo que no le había pasado en años.
Pensativo, frunció el ceño mientras volvía con Camila a la mesa. Había decidido destruir a la familia Chaves quedándose con su empresa, pero ahora veía un escenario alternativo, una manera maquiavélica de conseguir lo que quería. Y esa posibilidad de justicia romántica le hizo sonreír de forma siniestra.
El matrimonio no le había interesado nunca pero tenía treinta y siete años, un momento ideal para casarse y tener un heredero. Él criaba caballos en Perú y, al menos físicamente, Paula Chaves parecía un buen espécimen para criar, pensó, sarcástico. En cuanto a sus valores morales, no le molestaba que hubiera habido hombres en su pasado. Claro que podría haber alguno en su vida en aquel momento,pero él no tenía miedo de la competencia. Con su dinero, el problema para él era quitarse a las mujeres de en medio. Y Paula había ido sola al baile, de modo que, por el momento, tenía el camino libre.
—Gracias, Hernán —Paula seguía sonriendo mientras su compañero de baile la llevaba a la mesa—. Lo he pasado muy bien.
—Me alegra comprobar que el dinero que se gastaron nuestros padres enviándonos a una escuela de baile no fue un gasto inútil —rió Gonzalo.
—En tu caso, sí —replicó Agustina—. Me has pisado más de cuatro veces.
—A mí me pasa igual —protesto su tía Mónica—. Después de cuarenta años de matrimonio e innumerables intentos, Jorge sigue sin saber dar un paso de baile.
Paula soltó una carcajada, sin darse cuenta de que la otra pareja había vuelto a la mesa.
Fue una sorpresa que Pedro Alfonso le pidiera el siguiente baile.
Paula iba a decir que no, pero Hernán había tomado la mano de Camila para llevarla a la pista y la mirada hostil que la mujer lanzó sobre Pedro dejaba claro que no le gustaba nada el cambio de pareja.
—Vamos, Paula—la animó su hermano—. A tí te encanta bailar. Y, por lo visto, Jorge y yo somos unos inútiles. Pedro es tu única oportunidad.
—Gracias, hermano —replicó ella, levantándose de mala gana.
—Tu hermano no es muy sutil —sonrió Pedro—. Pero si así consigo tenerte entre mis brazos, no me quejaré.
Le pasó un brazo firmemente por la cintura, la fuerte mano rozando su cadera.
El roce era demasiado personal en opinión de Paula, pero en cuanto llegaron a la pista y la tomó entre sus brazos se estiró, decidida a resistir el inexplicable deseo de dejarse caer sobre su pecho.
—Bailas el tango de maravilla… la verdad es que Hernán me ha dado mucha envidia. Aunque, si quieres que te sea sincero, el baile no es uno de mis talentos. Espero que no te lleves una desilusión.
Desilusión… Paula no lo creía. Mientras bailaban, su capa negra los envolvía a los dos, creando una extraña intimidad. Y el roce de las piernas masculinas aceleraba su pulso. El maldito traje de látex no ayudaba nada; al contrario, enfatizaba cada roce. Y dudaba que Pedro Alfonso hubiera desilusionado alguna vez a una mujer.
Ya me enganchó esta historia.
ResponderEliminarMuy buen comienzo! se me hace que Pedro la va a hacer sufrir mucho a Paula...
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