-¡Tienes que estar bromeando!
-Creo que ya me recordó. - Dijo Pedro, y al escuchar su voz, sentí algo extraño en el estomago.
Pedro se rió despreocupadamente. Su risa era tan masculina, pero a la vez tan verdadera, tan natural, tan contagiosa…
Me miró de nuevo. Su mirada era tan penetrante que a pesar de estar de espaldas podía sentirla. Me volteé en su dirección como si el me estuviese hablando telepaticamente. Al enfrentar su mirada, me sonrió de nuevo. No soportaba su sonrisa. Esa sonrisa podría convencer a alguien de saltar de un precipicio.
-Te vas a perder la diversión por un simple accidente? - Dijo él un tanto altanero.
Para cuando volteé, los chicos habían tomado su camino.
Mónica y Federico estaban quien sabe donde, mientras Isabella y Lucas iban por comida rápida.
Fantástico, que se supone que iba a hacer yo con Pedro?
Espere unos segundos mientras escuchaba las risas de la gente hasta que me harte y caminé en dirección contraria a Pedro.
-¿Por que te vas?
-No estoy divirtiéndome.
-Ni siquiera lo estás intentando.
-No tengo con quien divertirme.
-Repito, no lo estas intentando.
-Me voy a casa.
-Te perderás.
-No lo haré.
-¿Sabes llegar?
-En teoría.
-Es tarde, no vayas sola. - Esta vez su voz no era provocándome, pude ver que se preocupaba de verdad.
-Entonces voy a los juegos. - Dando vuelta y dirigiéndome de nuevo a la feria. Pedro caminaba detrás de mí, y en vez de molestarme, sonreí tontamente. Pero, por supuesto, tenia que seguir con este juego.
-¿Es tu trabajo seguirme?
-No, como ciudadano de Charleston, Carolina del Norte, tengo el deber de enseñar las cosas buenas de mi estado.
-Ahhhh.
-Ven, quiero mostrarte algo.
Pedro caminó confiado entre la multitud, con cuidado de no perderme de vista mientras pasábamos entre la gente.
Se detuvo al frente de la gigantesca rueda de la fortuna y entrego dos tickets.
-¿Vienes?
Yo estaba petrificada. Mi miedo a las alturas no me dejaba ni siquiera pensar.
-Oh, adelante. Yo… yo estoy bien.
-Oh no, vamos Paula. Sin tí no voy a subir.
-Pero…
-¿Por favor?
Me sonrió de nuevo, y me ofreció su mano (Por segunda vez en, aunque las circunstancias fueran muy diferentes).
Pedro abrió la pequeña puerta del asiento. Me ayudó a pasar, y aun sosteniendo mi mano entro él.
La rueda aun no se movía. Pedro quitó su mano y se apresuró a bajar de la rueda.
-¡Pedro! - No pude decir mas nada. El pánico me atacó.
-Espérame, no tardo.
Estaba tan asustada por una estúpida rueda de la fortuna que estaba a punto de llorar. Traté de pensar en otra cosa. Seguí a Pedro con la mirada, hasta que lo conseguí en el lugar donde estaba el chico que operaba esta cosa.
Después de decirle algunas palabras al chico, Pedro corrió hacia donde yo seguía aterrada y se sentó a mi lado.
..... estusiasmada 😄
ResponderEliminar