—Soy responsable. He sido responsable por la señora P. Responsable por mi padre y Ricardo. Responsable por mi madre. Por Prairie Rose.
—Ninguno de ellos podría cargar con un peso tan grande solo — señaló Paula.
Por no hablar de la esposa que aún no había nombrado. ¿Qué lugar había desempeñado en aquel escenario? ¿Cuándo lo habría abandonado? ¿Por qué?
—No había nadie más. Mi padre… —por primera vez se le quebró la voz y Paula se dió cuenta del calvario que había vivido—. Mi padre quería que Prairie Rose llegara a lo más alto. Planeaba iniciar un programa de cría y construir un nombre. Lo hizo, pero no completamente. Está en mi mano el hacerlo por él.
—Y con un acuerdo con Navarro lo cumplirías.
—Eso es. Por eso no te he contado todo esto antes. No quería echarlo todo por tierra.
El sol del mediodía brillaba en el cielo. Un halcón voló sobre ellos por el cielo azul. Paula lo siguió con la mirada. Pedro necesitaba Navarro. Y ella necesitaba Prairie Rose.
—Me doy cuenta ahora, Pedro. Hemos estado peleándonos cuando más nos hubiera valido trabajar codo con codo. Solo que…
—Yo no confiaba en tí.
—Pero ahora ya confías —dijo ella deseando que la abrazara de nuevo.
—Por alguna razón que se me escapa —confesó con una sonrisa en los labios, la primera en aquella conversación. Ella también sonrió y se miraron radiantes—. Ni loco.
—¿Qué?
—Ni loco quería contártelo. Pensaba que afectaría a tu visión sobre el rancho. Pero no es así, ¿Verdad?
—Pues claro que no. No ha sido culpa tuya. Ya te he dicho que solo juzgo lo que veo con mis propios ojos.
—Gracias —dijo con sencillez, y Paula sintió como una barrera que había estado separándolos se venía abajo.
—Entonces, trabajemos juntos. Me necesitas para establecer una relación con Su Alteza. Y yo te necesito para demostrarle que puedo desempeñar este trabajo.
—Oh, supongo que el rey Miguel sabrá de sobra que eres competente.
—Yo no estoy tan segura. Soy nueva, soy joven y soy una mujer en un negocio dominado por hombres. Pero estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie a los dos.
—Pensaba que, si averiguabas la verdad, te llevarías el negocio a otra parte.
«Y si supieras quién soy en realidad, estoy segura de que no estarías aquí», pensó Paula. Miró hacia abajo, a la florecilla que tenía entre los dedos. El nombre de la flor era el nombre más adecuado para el rancho. Prairie Rose. Hermosa. Fuerte. Y resistente.
Pedro confiaba en ella. Paula intentó dejar a un lado el peso de la culpa. Ojalá también pudiera confiar en él. Y sabía que podía hacerlo, al menos en algunos aspectos. ¿Pero cómo decírselo? Cómo confesarle su identidad. Si algo había aprendido aquel día, era que tenía ante ella a un hombre íntegro. Estaba segura que se lo pensaría dos veces antes de firmar un acuerdo con alguien que había ocultado su identidad. Todo lo que le había contado Paula era verdad. Sin embargo existían mentiras por omisión. No quería perderlo. Necesitaba estar así con él, abrazados. No se encontraban hombres como él todos los días. Y ella se marcharía pronto. ¿De verdad quería estropear el poco tiempo que les quedaba juntos? No. Paula iba a regresar a Marazur con un acuerdo firmado para demostrarle a su padre que era competente y Prairie Rose iba a lograr prestigio gracias a un acuerdo con el rey de Marazur.
—¿Paula?
Se forzó a mirarlo intentando dejar a un lado la culpabilidad por perpetuar el engaño. Quizás si hubiera dicho algo antes… Pero ya era demasiado tarde.
—Lo siento —susurró.
—Ven aquí —le pidió Pedro abriendo los brazos.
Ella lo obedeció deseosa, lo necesitaba por encima de todas las cosas. Enterró la cabeza en el cuello de Pedro. Los caballos pastaban ajenos a lo que estaba sucediendo junto a ellos. Y de esa manera, envuelta en aquel abrazo, Paula se dió cuenta de una verdad que nunca antes había imaginado: Llevaba esperando a Pedro toda su vida. Alguien fuerte y seguro en quien poder confiar. Alguien que se enfrentara a los desafíos de la vida y saliera de ellos más fuerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario