jueves, 3 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 7

 —Estás rehuyendo mi mirada. Mi madre siempre decía que eso era propio de mentirosos.


Paula se enfadó. Una hora. ¡Solo lo conocía de una hora y ya la estaba llamando mentirosa! Dejó la taza suavemente sobre la encimera. La señora Polcyk, que había regresado a la cocina, los miró y se puso de nuevo a cortar verdura.


—¿Me está acusando de algo?


—Por supuesto que no. Solo me preguntaba qué te estabas dejando en el tintero. Vas a revisar a mi ganado y es una operación importante. Yo no voy a viajar a Marazur antes de firmar. Y me da la sensación de que hay alguna historia escondida. Quiero saberlo antes de firmar.


Paula se levantó del banco. Maldición, aun estando sentado él era un poco más alto que ella.


—Está insistiendo en que le estoy ocultando información sobre los establos Navarro. Y no me parece un gesto muy amistoso. El hotel cada vez me parece una opción mejor. Los establos Navarro no necesitan al rancho Prairie Rose, al menos tanto como… —miró a su alrededor y después lo miró a él alzando la barbilla—. Como usted necesita a Navarro. No tiene el único criadero de caballos del mundo.


Soltar la rabia le sentó bien. Fue liberador, a pesar de ser consciente de que provocar al señor Alfonso era un error táctico.


—Quizás no, pero tenía entendido que el rey Miguel quería lo mejor —replicó él con los ojos brillantes como el azabache. 


Paula lo miró fijamente y admiró la seguridad que tenía en sí mismo, a pesar de que a la vez la sacaba de quicio.


—Y usted es lo mejor, supongo.


—Si no fuera así, no habrías venido hasta aquí.


Paula apretó los labios. Tenía toda la razón. Había recorrido todo aquel camino porque Ahab era de Alfonso. Aquel caballo era el motivo principal por el que estaba allí, aparte de negociar tarifas con discreción y conseguir algún caballo más.


—Está muy seguro de sí mismo.


—No te pongas así. Me has descrito los establos tal y como lo haría un folleto. Solo tengo curiosidad y me gustaría que me contaras más. Quiero saber más sobre con quién estoy tratando.


Aquella calma implacable terminó de encender el genio de Paula. ¿Quién se creía que era para cuestionar la integridad de Navarro? Mantuvo las manos en los bolsillos y cerró los puños. Sabía que no tenía que entrar al trapo, pero estaba emocionalmente agotada y le costaba controlarse.


—Todo lo que necesita saber es que estoy aquí para hacer mi trabajo. Un trabajo para el que estoy más que cualificada. No hay más que decir —dijo dispuesta a marcharse. Pero la voz de él se lo impidió.


—Entonces puedes marcharte.


Paula se quedó helada. ¿Marcharse? Se quedó sin aliento ante aquel tono tan resuelto. Si pudiera hacerlo. Si solo pudiera abandonar su nueva vida… Estaba agotada de que todo el mundo le dijera que había tenido mucha suerte. Para ella no era así en absoluto. Todo. Le habían arrebatado todo. Su vida había cambiado de forma irrevocable y ella solo podía echar de menos lo que había perdido. Su trabajo. Su hogar. Su madre. Se dió la vuelta y observó a Pedro. Era como si aquellos ojos negros que la miraban amistosamente estuvieran esperando una respuesta. Parecía que pudieran atravesar todas las barreras que había construido para protegerse y que conociera lo que escondía en su interior. Por un momento tuvo el instinto irracional de salir corriendo. Pero no lejos, sino a los brazos de Pedro. Unos brazos fuertes que eran perfectos para abrazar a una mujer y hacerla olvidar el resto del mundo. Llevaba meses saliendo adelante sola y estaba cansada. Cansada de tener que disculparse por no ser feliz. Cansada de fingir cuando en realidad lo único que deseaba era que las cosas volvieran a ser como antes. Cansada por haber descubierto que el pasado, lo único inalterable, había estado fundado en una mentira. Por unos instantes fantaseó con la sensación de descansar en los brazos de él y olvidarse de todo. Soñó con olvidarse de su carga por un rato. Tragó saliva. Aquello era ridículo. Apenas conocía a aquel hombre y lo que había descubierto no le gustaba demasiado. Tenía que ser el cansancio, era la única explicación. No había ninguna otra razón que explicara la atracción que estaba sintiendo por Pedro Alfonso. Ninguna. Con solo mirarlo se daba cuenta de que… Él sabía cuál era su lugar en el mundo. Era un hombre sólido y estable. Había construido un mundo a su medida, cosa que ella nunca había logrado. Sin embargo aquélla era una razón de peso para no echarse en sus brazos. Lo envidiaba, pero él no sabía valorar lo que tenía. La idea deabrazarlo era absurda.

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