martes, 22 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 23

 —Pedro, yo… —tragó saliva—. Mira, yo intento obtener un juicio de lo que observo. Y, sí, es cierto, también necesito conocer a quien está dirigiendo Prairie Rose. Es importante. Lo que no quiere decir que necesite saber todos los detalles —dijo mirándolo. 


Dios, era tan guapo. Y algo más. Era un tipo fuerte. No sabía a qué se estaba enfrentando, pero obviamente lo estaba haciendo de frente. Y a Paula le gustaba.


—Yo dirijo Prairie Rose solo.


Era el momento de preguntarle sobre su padre, pero ¿Y si él le preguntaba por el suyo?


—Creo que eres un hombre bueno, Pedro, y que estás enteramente dedicado al rancho. En realidad eso es todo lo que tengo que saber.


Acarició a Bruce y salieron del establo. Quizás eso fuera todo lo que tenía que saber, aunque no era todo lo que deseaba saber. Quería saber sobre su familia y allegados. ¿Dónde estaba la familia de Pedro? La señora Polcyk era solo una parte de ella. No obstante, Paula era consciente de que cualquier información la tendría que obtener directamente de Pedro. No iba a cotillear, no estaba dispuesta a caer tan bajo. Él la alcanzó segundos después. Estaba montando el caballo del que Paula se había encaprichado. Al instante se puso a cabalgar. Había nacido para montar a caballo, lo hacía con total soltura.


—Vale, ahora estoy celosa —confesó. 


Pedro le soltó una sonrisa.


Paula se dió cuenta de que le gustaba mucho Pedro cuando estaba en su elemento. Estaba más relajado, menos en guardia. A ella le pasaba lo mismo. En cuanto se subía a un caballo, los problemas desaparecían. Se sentía ella misma.


—Ahab es mi orgullo y mi alegría.


Era un caballo grande y lustroso. No era un caballo corriente. Por la forma en que se movía dedujo que era ágil y fuerte. Exactamente lo que Navarro estaba buscando.


—Entonces supongo que no estará en venta —dijo.


—No. No está en venta. ¿Quieres ir allí? —preguntó señalando con la barbilla una pradera.


—Vale. Aunque dudo que Bruce y yo seamos capaces de seguiros.


—No subestimes a Bruce. Tiene un corazón muy competitivo.


Cabalgaron en silencio mientras Paula disfrutaba cada segundo de aquella sensación de libertad. Tuvo por un instante la impresión de estar empezando una nueva vida. Menuda tontería. Acababa de empezar una nueva vida y estaba muy lejos de allí. Fijó su mirada en las anchas espaldas de Pedro. No podía dejar de intentar descifrar su comportamiento, sus cambios de humor. Él se detuvo junto a una valla, contempló el horizonte y suspiró. Ella respondió de la misma manera. En Marazur había intentado buscar la misma sensación de libertad, sin embargo había fracasado. Cada vez que había salido a cabalgar a los acantilados, los guardaespaldas la habían seguido por orden de su padre. En aquel instante nadie la seguía. Paula era libre. ¿Cómo sería vivir siempre en Prairie Rose? ¿Estar con Pedro? Se humedeció los labios. Quizás fuera más sencillo imaginarlo si pudiera comprender a aquel hombre. Se detuvo a su lado.


—Has ido pegada a mí todo el camino, princesa.


Paula cerró los ojos y respiró.


—Qué va, vaquero. Cuando tenía ocho años mi madre finalmente decidió que tenía que hacer algo conmigo y empecé a recibir clases en Oak. Hasta que fui adolescente montaba mucho a caballo por placer. Después empecé a trabajar… 

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