jueves, 24 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 26

—Mi padre y mi madre se separaron cuando yo era aún bebé.


—¿Y sabes quién es? —insistió, a pesar de que una voz interior le decía que estaba presionando demasiado.


Paula inspiró profundamente. Por lo visto Pedro acababa de tocar un tema delicado. Bien. Para él el matrimonio tampoco era un tema fácil. Karen no lo había amado. Había amado una falsa idea que se había hecho de Pedro y, cuando se había dado cuenta de que no era real, había roto y se había marchado corriendo. Muy deprisa.


—Sí conozco a mi padre, sí. Y te digo que te estás poniendo muy impertinente con tanta pregunta molesta —dijo medio en broma.


—¿Y está casado? —insistió. 


Paula cerró los ojos y se ruborizó.


—¿Qué más te da?


—¿Y esa experiencia es la que te permite opinar sobre el matrimonio? No has crecido en uno y no lo has experimentado por tí misma —soltó Pedro bruscamente.


Paula se acercó a él.


—No necesitas que un tractor te pase por encima para saber que te va a doler —afirmó frente a él—. La gente se puede imaginar en distintas situaciones, buenas y malas, y soy lo suficientemente lista como para hacerme una idea de lo que es el matrimonio.


—¿De verdad?


Paula soltó un bufido de frustración.


—Sinceramente, Pedro, eres más cambiante que el viento. Estás bromeando, alegre y, un instante después, te conviertes en un auténtico monstruo. ¿Acaso nunca te has imaginado algo maravilloso sin haberlo vivido?


La mirada de Pedro se fijó en los labios de Pau. Claro que sí. En aquel preciso momento se estaba imaginando cómo sería besarla. Sentir el contacto de sus labios, escucharla suspirar contra él. Tocar su piel suave como la seda, abrazarla. ¿Tendría Pau razón? ¿Se habría vuelto tan cascarrabias?


—Quizás quieras volver al caballo para ir a casa —murmuró incapaz de apartar la mirada de aquella boca.


—¿Por qué? ¿Por qué estás a punto de soltarme una de las tuyas otra vez? ¿Vas a insultarme a mí o a mi familia? Te informo de que a estas alturas, soy ya casi inmune —bromeó.


—Maldita sea, Pau…


Ella soltó una carcajada y aquello hizo que Pedro perdiera el control. Le quitó la gorra y descubrió la cascada de rizos. Paula se quedó boquiabierta al sentir las manos de él sobre su pelo. La sorpresa en sus ojos pronto fue sustituida por algo nuevo. Pasión. Deseo. Pedro se dejó arrastrar por aquella mirada, inclinó la cabeza y la besó. Paula sintió los labios de él que no pedían, sino que exigían una respuesta. Eran unos labios seguros y hábiles, muy hábiles. Se agarrócon fuerza a él y se puso de puntillas para poder acariciarle los rizos de la nuca. Sus bocas se entreabrieron mientras el sombrero de Pedro los protegía a ambos del sol deslumbrante. Él mordió suavemente el labio inferior de Paula, quien sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo.


—Estabas equivocada —dijo él en un tono de voz grave. 


Le dejó de acariciar el pelo que estaba completamente alborotado.


—Equivocada —contestó ella en un hilo de voz. Se aclaró la garganta—. ¿Equivocada en qué?


—Puedes imaginar lo que quieras, pero en raras ocasiones se cumplen las expectativas —soltó.


Paula se ruborizó. El insulto estaba bien claro. Acababa de cometer una tontería. Se había echado encima de él como si fuera irresistible. Pedro la había besado, se recordó a sí misma, no había sido al revés. Era él quien había dado el primer paso. Era él quien cambiaba de humor constantemente. Ella había mantenido la cabeza fría… La mayor parte del tiempo. Alzó la barbilla.


—Tú, Pedro Alfonso, eres malo —dijo. No estaba dispuesta a que nadie la tratara como a una tonta. Nunca más—. Has hecho esto a propósito. Bien, felicidades por haberte llevado el gato al agua. Puedes seguir siendo insoportable, tal y como te gusta —añadió. Se agachó, agarró la gorra y la sacudió—. Y de ahora en adelante vamos a limitarnos a hablar de tu ganado, ¿De acuerdo? Voy a preparar una propuesta sobre lo que he visto y después hablaremos de dinero. Para eso es para lo que vine y eso es lo que me voy a llevar conmigo.


—¿Dónde vas?


Paula lo miró con un pie en el estribo.


—Ya encontrarás a otra persona con la que discutir, desde luego no está recogido en mis obligaciones profesionales —afirmó con los ojos inundados de lágrimas de humillación. 


Montó en el caballo y se recogió de nuevo el pelo con la gorra. Espoleó a Bruce y comenzaron a galopar a través de la pradera en dirección a los establos. Pedro Alfonso la había tratado cornos si fuera tonta. Se sintió aliviada porque al menos no le había contado toda la verdad. ¡Lo único que quería en aquel momento era hacer bien su trabajo! Y después pillar el primer vuelo de regreso a su hogar. Bruce aminoró el paso y ella se fue relajando. Su hogar. Había pensado en Marazur como en su hogar. ¿Cómo era posible? 

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