—¿Tú? —soltó él impresionado.
—Llevo años metida en los establos. Primero montando, después ayudando a limpiar a los caballos. Mientras iba al instituto trabajaba media jornada y después me involucré más. El dueño se estaba empezando a meter en carreras y yo quería acción. Cambié la disciplina por la velocidad.
—Me sorprendes.
—Cuando mamá enfermó, ya era la segunda de abordo en las cuadras.
—¿Entonces por qué te marchaste? —preguntó Pedro.
Paula no pudo mirarlo. No sabía qué contar y qué no.
—Le había hecho una promesa a mi madre. Ella quería que conociera otras cosas en la vida y le prometí que lo haría. No me puedo echar atrás. Me…
De repente la angustia volvió a invadirla. Mientras su madre había estado viva no se había dado cuenta de lo importante que era para ella y de la fuerza que le transmitía. Y cuando se había ido, Paula se había quedado sin suelo bajo los pies. Hubiera dado cualquier cosa por volver a hablar con ella. Le hubiera pedido disculpas por las cosas que le había dicho al final. Unas palabras de las que siempre se arrepentiría. Había estado tan enfadada. Tan rabiosa contra su madre por haberla engañado. Y también contra Miguel por no pedirle nada en absoluto. Había sido como si a él no le importara lo que ella hiciera. Siempre tan afable y tranquilo que se había sentido inútil. Superficial.
—Yo sé bastante sobre promesas. Aunque a veces sean duras. Y seguro que tu madre estaría contenta si te viera cumplirla, Pau.
Ella lo miró con los ojos inundados de lágrimas. Recordó cuando su madre le había hablado por primera vez de Miguel. Cuando le había dicho que había invitado al rey a los Estados Unidos para que conociera a Paula. La respuesta que ella le había soltado… Era incapaz de repetir aquellas palabras. También recordó cuando su madre les había contado a ella y a su padre que se estaba muriendo. Paula había sentido rabia y desolación, de alguna manera se había sentido manipulada. Después había pedido perdón, pero no podía remediar lo que ya había dicho. Cuando su madre le había hecho prometer que iría a Marazur no le había quedado más opción que aceptar. De hecho, el día después del funeral se había alegrado de marcharse.
—Es lo único que me pidió en la vida. No había opción a decir que no —explicó.
Al ver las lágrimas, Pedro quiso abrazar a Paula tal y como había hecho en el establo. Ella no tenía la culpa de que él hubiera estado enfadado. Llevaba demasiado tiempo enfadado, ya casi ni recordaba cómo era vivir con otro estado de ánimo. Y sin embargo… había momentos en los que se sorprendía a sí mismo buscando a Paula y de alguna manera ella saltaba sus barreras.
—Siento mucho lo de tu madre, Pau.
—No quiero ponerme otra vez a llorar —contestó ella limpiándose las lágrimas—. Me has sacado a dar un paseo y yo me pongo a llorar como una chiquilla.
Un chiquilla, eso era verdad. Aquellas pecas sobre la nariz y los pechos redondos bajo la camiseta. Aquel día Pau estaba más natural. ¿Una princesa? Probablemente no, pero no menos seductora. La mata de pelo rojizo recogida en la gorra, los vaqueros desgastados y una camiseta oscura que resaltaba la palidez de su piel. Era delicada. Maldición. Aquellos pensamientos solo le traerían problemas. Y cada vez se sentía mejor con ella, al menos más seguro de sus competencias profesionales. Había sido honesta y le había demostrado que sabía lo que quería. Era una mujer que entendía de caballos. Lo había demostrado al diagnosticar a Pretty. A Pedro le gustaba pensar que él también hubiera hecho ese diagnóstico, pero no estaba tan seguro. Miró los dedos largos de Pau, sintió la tentación de acariciarlos, pero sabía que no era lo correcto. Pau se había ganado un buen paseo por el rancho y él necesitaba un descanso. La visita al pueblo del día anterior no había sido plato de buen gusto. Se alegró de que ella no le hubiera preguntado que a qué iba. Detalles. Detalles que requerían atención y que le recordaban la gran responsabilidad que tenía. De alguna manera ella le recordaba que la vida era algo más que responsabilidades. Pedro podía engañarse a sí mismo y decirse que enseñarle sus tierras era parte del trabajo. Sin embargo lo cierto era que necesitaba relajarse y quería hacerlo con ella. Pau se sentía libre y feliz. Pedro lo vió en su mirada. No era algo que a él le pasara a menudo, pero sí le recordó que Prairie Rose era una obra de amor más que de obligación.
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