—Acabo de llegar. Lo siento, pero no me ha dado tiempo a entrar y a hacer las compras —dijo Paula.
—Pero has estado de tiendas —dedujo él al ver las bolsas.
—Bueno, sí. No me he podido resistir ni a la pastelería ni al anticuario.
—¿Estaba Micaela esta mañana? —preguntó pícaramente.
Paula trató de ignorar los celos que estaba sintiendo.
—Sí, me ha dado algunas cosas para la señora Polcyk y me ha dado instrucciones de comprar salchichas.
—Su plato favorito, debería haberlo pensado —sonrió Pedro.
Paula se moría de ganas de hablar sinceramente con él, pero pensó que sería mejor charlar en el rancho, sin todas aquellas miradas curiosas sobre ellos.
—También ha mencionado un baile, ¿Sabes algo?
—Sí —respondió él. La expresión de su rostro se relajó de golpe—. Es la barbacoa que celebramos todos los años en el rancho. Carne, pasteles y los hermanos Christensen vienen a tocar para el baile — explicó, y la miró con un brillo especial en los ojos—. Deberías quedarte. A no ser que tengas prisa por regresar a Marazur. Siempre nos lo pasamos bien y…
—¿Y qué, Pedro? —preguntó con el corazón latiendo a toda velocidad.
—Y si la señora P todavía está pachucha, le vendrán bien un par de manos más.
Paula se sintió decepcionada. No tenía ningún interés en bailar con ella, no obstante, forzó una sonrisa.
—Hablando de la señora Polcyk, ¿Dónde está la lista de la compra?
—Aquí —dijo Pedro entregándosela—. Pero antes vamos a dejar estas bolsas en la camioneta —así lo hizo y regresó—. Vamos a por lo que necesitamos y después vuelta a casa.
Recorrieron todo el mercado. Paula nunca había visto uno tan bien surtido y con productos de tan buena calidad. Salieron cargados de bolsas y durante parte del trayecto se mantuvieron en silencio.
—¿Qué tal te ha ido la mañana? —preguntó Paula sin poder olvidar todo lo que había averiguado.
—Bien —contestó mirando a la carretera.
—¿Dónde has estado? —intentó de nuevo.
—Por ahí, haciendo recados.
—Pedro, ¿Por qué no intentamos algo nuevo? ¿Por qué no probamos a decirnos la verdad y empezamos desde cero?
Paula era consciente de que estaba siendo una hipócrita. Si él le hubiera hecho la misma proposición, ella lo hubiera contestado con alguna evasiva. Sin embargo, tenía ganas de ayudarlo.
—Vale. Empieza.
—Podríamos empezar admitiendo que esta mañana has estado visitando a tu padre.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Nadie. Es decir, he oído que tu padre estaba ingresado en una clínica y he sumado dos y dos.
—Bueno. Puedes dejarlo ahí.
—¿Por qué? —insistió.
—Pau…
—¿Todavía estás enfadado con él?
Pedro frenó en seco en el arcén. La miró fijamente.
—¿Enfadado? ¿Por qué iba a estar enfadado? —soltó irritado.
—Eso solo puedes contestarlo tú —repuso. Se hizo un silencio—. Está bien, ¿Sabes? No pasa nada por estar enfadado. Yo ahora mismo estoy enfadada con mi madre. Y enfadada conmigo misma por estar enfadada. Un poco lioso, ¿No?
Pedro no dejaba de mirarla a los ojos.
—Sí —dijo finalmente exhausto—. Sí, estoy enfadado. Estoy enfadado porque dejó Prairie Rose muy desprotegido y enfadado porque se metió en lo que no debía y enfadado por todo lo que me ha costado a mí limpiar y arreglar todo el lío que montó.
Sin mediar más palabra, arrancó de nuevo la camioneta y condujo hasta el rancho sin abrir la boca.
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