martes, 8 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 12

Se moría de ganas de contar lo que realmente le sucedía, pero estaba segura de que él no la iba a entender. Nadie la entendía. Le invadió de nuevo una sensación de soledad absoluta. Nada le resultaba ya familiar, salvo el olor del heno, de los caballos y del cuero.


—¿Pau?


No pudo evitarlo. Al escuchar su nombre las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. Pau. ¿Quién era ahora Pau? Nadie.


—Apenas te conozco —contestó. Aunque no sonara bien tenía que decirlo.


Pedro no contestó, pero no dejó de mirarla intensamente con sus impresionantes ojos negros. La situación se le iba de las manos y no podía hacer nada para remediarlo. Sin embargo prefería estar muerta a permitir que él la viera así.


—Por favor, deje que me vaya. Ya me he puesto bastante en evidencia. No debería haber venido.


Pedro se echó a un lado invitándola a pasar. Ella se estiró para salir con la poca dignidad que le quedaba. Parpadeó y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Echaba tanto de menos su hogar. Había sido una estúpida al pensar que podría estar a gusto en el rancho. Dió un paso, otro mientras las lágrimas nublaban su vista. De repente tropezó. Él le tendió el brazo para que no se cayera, pero ella no pudo contener un sollozo. Él suavemente la abrazó. La impresión solo duró una millonésima de segundo. La sorpresa de verse entre sus brazos desapareció ante la calidez de su pecho y la sensación de la tela vaquera contra el rostro. Paula respiró, el olor era de alguna forma familiar. Era un hombre fuerte y estable. Pedro le acarició la cabeza, el pelo haciendo que la angustia fuera desapareciendo. Era un hombre bueno. Y estaba allí. Eso era lo importante en aquel momento.


—Shhh —susurró Pedro junto a la oreja de Paula—. No pasa nada.


Durante los tres largos meses anteriores nadie la había rodeado con sus brazos. Nadie la había abrazado. Nadie le había dicho que no iba a pasar nada. Se abrazó a la cintura de Pedro y se agarró a la tela vaquera. Él la abrazó más fuerte sin dejar de acariciarle la nuca.  Toda la pena que Paula había contenido salió en un sollozo, como si fuera una ola rompiendo contra la orilla. Se sintió muy frágil, pero a la vez como si le hubieran quitado un terrible peso de encima. Suspiró y sollozó mientras escuchaba la voz fuerte y tranquila de Pedro.


—Pau.


Los latidos de su corazón se detuvieron un instante. Ya no era la señorita Chaves, sino Pau. Aquella noche, se había convertido en Pau. Se separó de Pedro. Aquello era una locura. Estaba agotada y era completamente de noche. Él era un extraño. Muy guapo, pero un extraño. Estaba muy confundida.


—Lo siento —dijo horrorizada. No se atrevió a mirarlo a los ojos. 


Ya le había mostrado demasiado y no quería que viera nada más. Tampoco quería que él se mostrara más. La situación era peligrosa. Dió un paso atrás.


—No tienes que pedir disculpas.


—Olvide que esto ha pasado.


—¿Por qué no me dices primero qué es lo que te hace llorar así?


¿Por dónde empezar?


Pretty dio una patada al suelo. Estaban molestando a los caballos.


—Hay sillas en la oficina. Una tetera y una lata de galletas. Así podremos poner fin a esta situación —añadió él amablemente. 


Paula negó con la cabeza.


—He creado una situación incómoda. Esto no va a volver a suceder —respondió en un tono de voz más convincente—. Será mejor que vuelva a la casa.


—Vas a quedarte unos días. Es mejor que me lo cuentes porque si no yo voy a estar haciéndome preguntas y tú vas a estar aguantando y eso solo puede crear fricción entre nosotros. Lo cual no es lo más apropiado en un viaje de negocios —insistió. Le tendió una mano—. Deja que te prepare un descafeinado.


—Señor Alfonso, yo…


—Llevas diez minutos sollozando en mis brazos. Creo que ya es hora para que dejes de llamarme señor Alfonso. Y si volvemos ahora a casa la señora Polcyk nos oirá y tendrás que explicarle por qué tienes los ojos hinchados. 


Pedro le ofreció la mano, pero Paula no quiso tomarla. Se adelantó a él lo más dignamente que pudo. 

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