martes, 1 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 2

 —Pau Chaves—dijo mientras suplicaba que aquel tipo tan atractivo no fuera Pedro Alfonso. No podía ser que se hubiera prendado del hombre con el que tenía que hacer negocios. Había sido amor a primera vista.


Él se quitó el sombrero. Tenía el pelo negro, los ojos aún más negros y con un brillo especial. El corazón de Paula se aceleró ante aquel gesto, aunque probablemente allí fuera lo más natural del mundo. Él sonrió, se acercó a ella y le dió la mano con energía.


—Lo siento, señorita Chaves. Soy Pedro Alfonso. No ha tardado mucho.


Así que era Alfonso. Las súplicas de Paula no habían servido de nada. Al sentir el contacto de su mano notó un escalofrío. Prairie Rose eran unas cuadras con muy buena reputación y ella había esperado que el dueño fuera un hombre mayor. Y menos guapo, como la mayoría de rancheros entre los cuales había crecido. No se había imaginado que se iba a encontrar con un hombre alto y sexy de unos treinta o treinta y cinco años. Mantuvo la sonrisa en los labios, a pesar de que sus piernas estaban a punto de fallarla. Estaba actuando como una colegiala. Por el amor de Dios, había ido allí a hacer negocios.


—El vuelo ha llegado con un poco de adelanto —contestó retirando la mano, a pesar de que le había encantado sentir la calidez de la mano enorme de Pedro. 


No entendía cómo un simple apretón de manos podía alterarla de aquella manera. «Es una reacción física», pensó. Él era un hombre guapo, eso era un hecho innegable. A ella siempre le habían gustado los tipos grandes, toscos y capaces. Pedro, sin lugar a dudas, pertenecía a esa especie. Cualquier mujer hubiera reaccionado de la misma manera.


—Ella es la veterinaria, Marta —añadió Pedro señalando a una mujer de unos cuarenta y cinco años que estaba examinando a la yegua.


—Es de Marazur, ¿No? —dijo Marta tendiéndole la mano—. La familia Navarro es conocida por sus estupendos establos. Es un placer.


Paula se sintió orgullosa sin motivo. Llevaba en Marazur solo dos meses, así que no podía apuntarse el mérito de las cuadras de Su Majestad. No era de allí, no tenía ningún arraigo. Miguel simplemente la había dejado rondar por los establos. Y aquel viaje era un capricho que le había concedido para mantener las apariencias. No había sabido qué hacer con ella y le había resultado sencillo enviarla de viaje. No obstante, ya estaba en el rancho y estaba dispuesta a sorprender a todos haciendo que su viaje fuera todo un éxito. Alfonso no conocía su verdadera identidad ni la iba a conocer.


—Brody me había anunciado su visita —añadió Marta.


—No hacemos tratos con una familia real todos los días —admitió Pedro con una mueca burlona. 


A Paula le dió un vuelco el corazón. Pedro Alfonso era un engatusador. Al darse cuenta, se sintió de repente más aliviada. Sabía cómo manejarse con ese tipo de hombres. Su encanto no llegaba muy lejos y las miradas atrevidas no hacían mella en Paula. No era como su madre y estaba segura de que no se iba a enamorar de un hombre solo porque le guiñara un ojo y la sonriera. La sonrisa de Pedro se iba a borrar muy pronto de su rostro, tan pronto como se diera cuenta de que ella sabía hacer su trabajo.


—Sí, bueno. En lo que yo estoy realmente interesada es en los caballos —dijo ella acariciando una mancha que la yegua tenía junto al hocico. Cerró los ojos un instante disfrutando del animal—. ¿Cómo estás, preciosa? ¿Humm?


—Es un moratón, nada más. Tuvo una caída ayer durante uno de nuestros paseos.


—¿Uno de sus paseos?


—Sí, siempre los hemos ofertado. Consisten en un par de horas con los que la mayoría de la gente sacia sus ganas de montar a caballo y los caballos más viejos se mantienen en forma. Además son divertidos. Marta me ha asegurado que, con que esta chica pase un par de días en el establo, estará completamente recuperada —comentó Pedro con su sonrisa encantadora. 


Paula apartó la mirada de él y examinó rápidamente a la yegua.


—Y esta chica guapa qué tiene, ¿Dieciséis? ¿Diecisiete años? — preguntó. 


La sonrisa de Pedro se apagó levemente.

—Dieciséis.


Paula observó el cuello de la yegua, la forma de las orejas, los ojos. No había duda. Hubiera reconocido aquella cabeza en cualquier parte. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Qué sorpresa más agradable.


—Entonces deduzco que es… Una de las Pretty Colleen —afirmó triunfante.


Quería dejarle bien claro que no tenía nada que hacer con ella a pesar de su sonrisa encantadora. Paula conocía el negocio y quería que Pedro fuera consciente de ello. No era una mera emisaria que hubiera ido a cerrar un trato. 

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