—Y así fue. Pero ¿Por qué te contrató? Él no te conocía realmente, ¿No?
—No, nunca lo había visto antes —contestó con un nudo en la garganta. Pero no podía callarse, tenía cuatro ojos fijos sobre ella. Forzó otra sonrisa—. ¿Quién sabe por qué hacemos a veces las cosas? Lo importante es que decidió contratarme y por el momento no se ha arrepentido. Soy buena en lo mío. Tengo buen ojo.
Ya estaba. Lo había hecho. Había contado una historia sin que Pedro hubiera quedado encima de ella. No podía llevarle la contraria, además Paula no se parecía en nada a su padre.
—Una ensalada estupenda, como siempre —declaró Pedro levantándose de la mesa.
—¿No te quedas al postre? —preguntó la cocinera. Él negó con la cabeza y se puso el sombrero.
—No, gracias. Tengo cosas que hacer. Después comeré un poco.
—¿Te echo una mano? —le ofreció Paula, pero él negó con la cabeza.
—No, disfruta de la tarde. Mañana tendrás todo el despacho para tí, yo tengo que salir del rancho.
Y sin mediar más palabra se marchó.
Paula ya había revisado suficientes papeles. Recogió la mesa y puso punto final a su consulta. No había encontrado ningún documento del año de inactividad en el rancho. Se puso las botas en la puerta. Quizás visitara a Pretty y le llevara una manzana. La pobre había estado encerrada como ella en un precioso día de verano. El cielo estaba completamente despejado y el aire era muy seco. Respiró profundamente y agradeció estar sola. Era una soledad agradable y distinta a la que había sentido en Marazur, donde se aislaba en los establos para no estar constantemente rodeada de gente. A pesar de la hosquedad de Pedro, Prairie Rose le resultaba un lugar más acogedor que los establos Navarro. La soledad no tenía que ver con que hubiera gente o no, sino con sentir que se había encontrado un lugar propio en el mundo. Ella estaba viviendo en un palacio cuyos habitantes eran unos desconocidos. Trembling Oak había sido el lugar de Paula en el mundo y Prairie Rose era el espacio más parecido en el que había estado desde su marcha. No encontró a Pretty en su casilla en el establo. Caminó sobre la paja y llegó hasta el ruedo. Allí estaba Pretty en el centro atada con una cuerda larga acompañada de dos hombres. La sonrisa de Paula se evaporó.
—Parece que está bien, Antonio. Quizás debamos llamar a Marta y que se ahorre el viaje. No pasa nada porque salga ahora un rato —le dijo uno de los hombres al otro.
Paula se acercó con la mirada fija en la yegua. Marta era la veterinaria. Hacía solo dos días que Pretty se había golpeado. ¿Sabría Pedro lo que aquellos hombres estaban a punto de hacer? La veterinaria tenía que ver a Pretty antes de soltarla. O al menos tenía que ser él quien diera esa orden.
—Suéltele cuerda y hágala trotar —ordenó desde el otro lado del ruedo. Los dos hombres se volvieron hacia ella, quien caminaba hacia delante.
—¿Perdone?
—Ya me ha oído. Dele más cuerda y hágala trotar.
—¿Y usted es…? —dijo el que supuestamente era Antonio. Se llevó la mano al sombrero en señal de saludo pero su mirada era gélida.
—Pau Chaves—contestó cuando estuvo junto a ellos.
Su nombre no les decía nada.
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