Era un hombre que había cuestionado la integridad de Paula. Sin embargo, ella estaba agotada y no iba a luchar. Su mirada descendió hasta los labios de Pedro Alfonso y sintió un escalofrío. Enseguida se echó atrás y controló su impulso.
—No es muy productivo que discutamos —dijo Paula finalmente en el tono más frío que pudo—. Creo que tenías razón cuando has mencionado el desfase horario. No sé lo que digo. Si me disculpas… Estoy segura que mañana ya me habré recuperado y estaré lista para trabajar.
—Por supuesto —repuso él con una mirada indescifrable y un tono gélido.
—Te acompañaré arriba, querida —dijo la señora Polcyk con una amable sonrisa. Paula se giró y forzó una sonrisa. Aún podía sentir los ojos negros de Pedro sobre ella, era como si estuviera desnudándola con la mirada—. Estarás deseando darte un baño caliente y comer algo. No queda mucho para la cena.
Lo que Paula deseaba era desaparecer el resto de la noche, sin embargo la actitud maternal de la señora la reconfortó.
—Suena estupendo.
Siguió a la señora Polcyk hasta las escaleras y se giró antes de empezar a subir.
—Lo veré en la cena, señor Alfonso —dijo tratando de usar los buenos modales que su madre le había inculcado.
—Sí.
El ama de llaves la guió hasta la última habitación del pasillo. Era un dormitorio enorme con una ventana orientada hacia el oeste.
—El baño es en la puerta de al lado —escuchó Paula mientras su mirada quedó cautivada por el impresionante paisaje que se veía por la ventana.
Había visto el perfil de las montañas desde la autopista de Calgary, pero desde que había torcido al este en Larch Valley, las había perdido de vista. Desde el segundo piso de la casa la visión de las montañas en contraste con el cielo azul era impresionante.
—¿Siempre se ven las montañas desde aquí? —preguntó Paula cuando la señora Polcyk estaba a punto de salir.
—Casi todos los días que está despejado. Y espera a ver las vistas desde Walter's Butte.
—¿Walter's Butte?
—Pídele a Pedro que te lleve allí. Está a dos horas a caballo. En la linde del rancho.
—No me suena ese nombre.
—Claro que no. No lo encontrarías en un mapa, pero la gente de por aquí lo conocemos. Debe su nombre al abuelo de Pedro —le explicó y puso una amplia sonrisa—. Ahora relájate y ponte cómoda. Voy a preparar pollo asado para cenar y de postre hay pastel de melocotón. Carla trajo dos cajas el otro día.
Paula no tenía ni idea de quién era Carla, pero se le hizo la boca agua ante la idea del pastel.
—Estoy deseando probarlos —contestó lo más amablemente que pudo.
La señora Polcyk cerró la puerta y dejó a Paula a solas. Observó la habitación. Era diferente de cualquier lugar en el que hubiera estado. El suelo era de tarima de madera y estaba perfectamente encerado. Los muebles brillaban, la colcha estaba hecha a mano con telas de colores brillantes que formaban una flor. Sobre la mesa había un jarrón con flores recién cortadas que Lucy corrió a oler. Eran flores cortadas ese mismo día. Para ella. Aquel gesto de bienvenida la emocionó, a pesar de las groserías de Pedro. La había acusado de mentir y lo peor era que había estado en lo cierto. Quizás eso hubiera sido lo que la había enfurecido tanto. Aunque nunca lo fuera a reconocer. Sacó la ropa de la maleta y se dirigió al cuarto de baño donde se encontró con varias toallas suaves y limpias y con una amplia gama de jabones para elegir. Llenó la bañera y echó unas sales de baño que perfumaron el agua. Un baño caliente, después del día que había tenido, le pareció un lujo. Una hora después bajó las escaleras, con el pelo aún húmedo, dispuesta a cenar. Pedro estaba ya en la cocina, preparando un puré de patata. Ella se detuvo en las escaleras y observó la escena sin ser vista. La señora Polcyk estaba montando la nata. Se quedó boquiabierta contemplando los movimientos seguros y firmes de Pedro. Era cierto que llevaba demasiado tiempo sin tener una cita. La visión de Pedro Alfonso en la cocina estaba despertando en su interior sensaciones que llevaba mucho tiempo sin experimentar. Era tentador.
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