jueves, 17 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 17

 —¿Puedo hacer algo para ayudar? —preguntó Paula en la cocina logrando no ruborizarse. Pedro estaba friendo unos filetes. La señora Polcyk entró en la cocina con una bandeja de cubiertos y platos—. Deje que yo me encargue de eso —insistió—. Me siento tonta sin hacer nada.


—¿Cómo te gusta la carne? —le preguntó él. 


—Medio hecha —respondió aún rendida ante los encantos de aquel vaquero rudo.


 Él asintió. Llevaba puesto el sombrero así que no podía ver la expresión de sus ojos. Estaba deseando que hubiera una tregua. En realidad Paula necesitaba un aliado, un amigo después de tanta soledad. Terminó de colocar los platos y se acercó a él.


—Pedro —dijo posando la mano en el brazo de él. Era fuerte y cálido. Tragó saliva y se forzó a mirarlo a los ojos. Estaba intentando ponerse en su lugar, no quería ser egoísta. Ella no era la única que había sufrido. Necesitaba pedir disculpas para que pudieran empezar de nuevo—. Esta mañana no he querido crear más tensión. Yo… Solo quería ver tus archivos para contextualizar lo que observe de ahora en adelante. Quiero tomar la mejor decisión para Navarro y eso significa obtener la mayor información posible. Espero que entiendas que he venido para eso. No estaba intentando… Bueno, no sé. Lo único que quiero que sepas es que no pretendo dañar en absoluto a Prairie Rose —«Ni a tí», pensó.


Durante unos segundos se miraron fijamente, solo el trino de un pájaro rompió el silencio. Paula seguía tocándolo y tuvo tantas ganas de besarlo como la noche anterior. Se humedeció los labios… Besar al gran Pedro Alfonso… Contuvo el aliento y Pedro dió un paso atrás rompiendo el contacto entre ellos.


—Sí, bueno, en mi opinión lo importante desde luego no está en los papeles. Le queda mucho para lograr mi confianza, señorita Chaves.


La noche anterior había sido Pau, pero de nuevo volvía a llamarlapor su apellido. Quizás fuera lo mejor.


—¿Confías en mí… En el rey Miguel?


—No lo sé.


Paula dió un paso atrás. No sabía cómo reaccionar. La señora Polcyk regresó y dejó unas ensaladas sobre la mesa, parecía ajena a la tensión que había en el ambiente.


—¿Están listos los filetes, Pedro?


—Falta un poco.


—¿Puedo hacer algo? —le preguntó Paula de nuevo al ama de llaves.


—Nada, querida. En cuanto esté la carne, nos sentaremos a cenar. Bueno, mira, la cerveza de Pedro se ha acabado, puedes sacarle otra y una para mí, si no te importa. Con este calor… 


Paula fue a la nevera y los oyó discutir, aunque no entendió lo que decían. Cuando regresó la señora Polcyk estaba sentada satisfecha. Le dió la cerveza a Pedro.


—Gracias —respondió él forzando una sonrisa. Sirvieron los platos y comieron un buen rato en silencio.


—¿Y cómo conociste al rey Miguel, Pau? —preguntó de repente la señora Polcyk.


Ella estuvo tentada a contar toda la verdad, pero sabía que era la forma de perder la confianza de Pedro por completo. Mientras reflexionaba sobre qué respuesta dar, él dejó de comer.


—Sí, Pau, exactamente, ¿Cómo conociste al rey? —insistió él mirándola fijamente. La habían pillado y no le quedaba más opción que decir la verdad, pero sin desvelarla completamente.


—Él conocía a mi madre —contestó finalmente intentando mostrarse relajada sin lograrlo. Si hubieran sabido lo incómoda que se sentía, quizás hubieran dejado de hacerle preguntas. Forzó una sonrisa. No estaba dispuesta a que Pedro le comiera el terreno—. El rey siempre ha estado interesado en los caballos. Como ya les mencioné, crecí en Virginia y mi madre llevaba la oficina de Trembling Oak. Allí conoció a Miguel, que aún era príncipe, en uno de sus viajes. Yo llevaba años trabajando en los establos. Cuando mi madre enfermó, pensó que me convenía viajar y conocer mundo. Pensó que quizás el rey Miguel podría contratarme en Marazur. Era una oportunidad de viajar y trabajar en lo que realmente amo. 

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