martes, 15 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 13

Una vez en la oficina hizo un rápido inventario. Había un sofá viejo, una silla también muy vieja y un archivador de madera detrás del escritorio desgastado. Se sentó en la silla, ya que hacerlo en el sofá hubiera significado estar demasiado cerca de él. Pedro preparó dos cafés y le entregó uno.


—Bueno. Ha sido un día largo. Primero has llegado y antes de que termine la noche, aquí nos tienes —comentó en un tono afable.


—Lo siento. No suelo desmoronarme de esta manera.


—No me habías dado la impresión de ser una mujer que se derrumbe. Así que imagínate mi sorpresa al encontrarte merodeando en mis establos en mitad de la noche.


—No confías en mí.


—¿Lo harías tú si estuvieras en mi lugar?


—No —reconoció—. Sospecharía de cualquiera que necesitara estar cerca de mis caballos en medio de la noche. Solo puedo decir que mis  actos han sido completamente inocentes y que espero que me creas.


—¿Hay alguna razón para no creerte?


Paula lo miró y por un instante pensó en los secretos que guardaba.


—No, no la hay.


—Aquí casi todo el mundo nos conocemos. Hay gente a la que dejo entrar en mi círculo y gente a la que no. Pero a tí apenas te conozco. Todavía no he decidido si te voy a dejar entrar o no. Alguna verdad que otra vendría bien.


¿Entrar en su círculo? Eso era lo último que Paula quería.


—He venido aquí a realizar un trabajo.


—Es cierto —dijo cruzándose de piernas—. Pero por ahora tengo más preguntas sobre tí que respuestas y eso no me inspira mucha confianza que digamos.


—¿Confianza? El nombre de mi pa… Del rey Miguel debería bastar —corrigió Paula tratando de disimular el desliz.


—Como ya te dije antes, conozco lo suficiente a la caballería Navarro como para saber que Su Alteza busca solo lo mejor.


—En cualquier caso, ¿para qué necesitas este trato? —preguntó Paula alzando la barbilla.


—¿Bromeas? Los establos Navarro son conocidos en todo el mundo. Una alianza con la familia real de Marazur podría cambiarlo todo.


—Es evidente entonces que tú vas a ganar más que nosotros —dijo ella tras dejar la taza sobre la mesa y cruzarse de brazos—. Quizás no te convenga hacer tantas preguntas.


—¿Y si regresaras con las manos vacías? —preguntó Pedro alzando una ceja.


Paula palideció. Aquello no podía suceder. El trabajo era lo único que le quedaba. Tenía que demostrarle a su padre lo que valía y eso implicaba también demostrárselo a Pedro en aquel momento.


—El rey te ha enviado aquí. Reconócelo. Nos necesitamos mutuamente —añadió.


—¿Qué quieres de mí?


—Quiero saber por qué estabas llorando en mis establos en mitad de la noche.


—Es algo privado.


Pedro se puso de pie impaciente.


—Como tú quieras —dijo dándose la vuelta para salir por la puerta.


Paula no sabía qué decir, pero era consciente de que no podía dejarlo marchar.


—¡Pedro, espera! —dijo echando a correr hacia la puerta—. Espera.


Él se detuvo y la miró. Paula se volvió a sobresaltar. Se suponía que aquel viaje era un respiro. No había pensado que se iba a encontrar con un vaquero sexy dispuesto a cotillear en su vida y a chantajearla.


—Ya que insistes te diré que crecí en Virginia. Rodeada de caballos. Mi madre era contable en una granja. Así es como conocí a la madre de Pretty, Pretty Colleen. Estaba en Trembling Oak cuando yo era niña, antes de que la vendieran. Este sitio… Me recuerda a Trembling Oak.


—¿Echas de menos tu casa? —preguntó algo incrédulo.


—Sí… Pero hay más. Mi madre… —se detuvo ante el nudo que se le acababa de formar en la garganta—. Mi madre murió hace unos meses. Ha habido tantos cambios… —inspiró profundamente para recuperar fuerzas—. Tantos cambios que no he tenido tiempo para asimilarlo. Al llegar aquí hoy me ha venido todo de golpe. Y necesitaba estar con alguien… Con alguien que me entendiera.


—Pretty —señaló Pedro con una leve sonrisa. 

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