Paula tenía miles de preguntas y aún le quedaban veinte minutos para encontrarse con Pedro. ¿Dónde había estado él cuando sucedió el accidente? ¿La señora Polcyk había sido la única superviviente? ¿Sería la única familia que le quedaba ? Sintió una punzada en el pecho al imaginar el dolor que había sufrido. Tenía la intuición de que había sucedido algo más en relación con el rancho a parte del accidente. Y su curiosidad no se debía a que quisiera proteger a Navarro. Quería saber más de Pedro. Quizás alargara su visita un par de días más. Se detuvo delante de la ropa y le llamó la atención una falda larga azul marino hecha a mano que iba a juego con una blusa de flores también azules.
—Es bonito, ¿Verdad? —preguntó Gladys—. Lleva aquí mucho tiempo. Perteneció a Matilda Brown, una mujer muy aficionada a los rodeos. Y no veas cómo bailaba. Era la chica favorita de Stampede durante la guerra.
Incluso ella, que venía de Virginia, había oído hablar de Calgary Stampede.
—El mejor corredor de rodeos que ha habido —apuntó, y se sintió reconfortada cuando Gladys sonrió.
—Pues creo que es justo tu talla.
Paula miró el conjunto un buen rato. Durante años no había tenido dinero para caprichos. Pero ya no tenía que preocuparse. Sonrió. En aquel momento podía permitírselo. Y quizás cuando regresara a Marazur podría ponérselo en alguna ocasión y recordar aquel viaje. Podía jugar a ser Matilda Brown y sentir el cosquilleo de la tela entre sus piernas mientras bailaba… Bailar. ¿Cómo sería bailar con Pedro? Todavía podía recordar la sensación de estar contra su pecho cuando la había besado. ¿Y si Micaela hubiera tenido razón? ¿Y si fuera a haber un baile? Si se quedaba unos días más, podría ir. Quería estar de nuevo con Pedro. Sentir que la miraba con aquella intensidad, sentir el contacto de sus labios. No era ni racional ni inteligente, pero era lo que deseaba. Quería llevarse un poco de él consigo.
—Me lo llevo —dijo finalmente.
Gladys sonrió radiante.
—Oh, vas a estar guapísima. Y he oído que el baile anual de Prairie Rose es el próximo fin de semana. Será un momento perfecto para estrenarlo.
—Ésa es la idea —contestó Paula también sonriendo.
—La antigua señora Alfonso nunca se hubiera puesto algo así, por supuesto, pero yo creo que es lo más adecuado —comentó Gladys mientras envolvía el conjunto.
—¿La antigua señora Alfonso? ¿Por qué no? —preguntó.
Miró la falda de nuevo, era muy tradicional, muy propia del oeste. No había conocido a la madre de Pedro, pero la prenda era muy adecuada para Prairie Rose.
—Era demasiado fina para este tipo de cosas. A mí siempre me ha dado lástima por Pedro. Hubo muchos jaleos cuando su esposa lo dejó. Fue en busca de pasto nuevo en cuanto las cosas se complicaron.
Paula se quedó paralizada. No estaban hablando de la madre precisamente. Esposa. Pedro había estado casado. De repente comprendió sus cambios de humor. Evidentemente no había superado el divorcio. Y lo que había sucedido aquellos días no había sido por ella… Sino por su ex esposa. Aquello le dolió más de lo debido. Después de lo que había averiguado, no le cupo duda de que Pedro había sufrido mucho en el pasado. Y saber quién era Paula realmente solo le causaría más dolor. Aun así… todavía quería quedarse para ese baile. Deseaba estar entre sus brazos, con la falda de Matilda Brown. Quedarse a vivir en Prairie Rose no era una opción, no tenía sentido. Pedro no necesitaba una jefa de establos y tampoco estaba enamorado de Paula, ni lo estaría nunca. Si no había superado el divorcio, difícilmente iba a sentir algo por ella. Además tenía que regresar a Marazur. Sin embargo, podía permitirse quedarse para un baile. Bailar con él… Sería un excelente recuerdo. Algo a lo que agarrarse. Consultó el reloj. Ya era casi la hora de reunirse con él. Le dió las gracias a Gladys y se marchó. Lo vió estacionar y, cuando bajó de la camioneta, la expresión de su rostro era aún más sombría que anteriormente.
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