—¿Y tú tienes un Walter's Butte donde refugiarte, Pau? —preguntó inclinando la cabeza de manera que casi tocaba la cabeza de ella con los labios.
Por primera vez en muchos meses Paula no se sentía sola. Cerró los ojos y se entregó a la sensación de disfrutar de estar contra el sólido cuerpo de Pedro.
—Algunas veces salgo a montar a caballo por las mañanas. Si consigo madrugar, escojo a una de mis yeguas favoritas y voy a ver el amanecer en los acantilados. El sol sale por el océano y tiñe todo de un color rosa y púrpura que contrasta con el azul y el verde del agua. Eso de alguna manera hace que no me sienta completamente desconectada.
Durante un buen rato permanecieron así, sentados hombro con hombro.
—¿Cómo de mal está tu padre, Pedro? ¿Qué sucedió? —preguntó Paula.
Pedro se separó de ella, se recostó sobre la roca y abrió las piernas para que Paula se sentara entre ellas. Ella lo hizo y, al sentir el abrazo de él, la tensión que había sentido, desapareció por completo. Él le entregó la rosa que aún tenía entre los dedos y ella la aceptó mientras admiraba la fragilidad de sus pétalos. Habían ido de un extremo al otro, habían discutido amargamente para después fundirse en un beso. En aquel momento Paula sintió que las cosas por fin habían encontrado el equilibrio.
—Está paralizado de cintura para abajo —murmuró Pedro en su oído—. Pero también sufrió heridas en la cabeza. Tiene días mejores y días peores. Y mi madre y Ricardo… —movió la cabeza ligeramente — murieron. Nada tenía sentido. Después de que sucediera, fue la señora P. quien evitó que el mundo se desmoronara por completo para mí. Acababa de perder a su marido y aun así se hizo cargo de todo hasta que yo me recuperé. Le debo mucho. Prairie Rose le debe mucho. Y lo primero que hice fue decirle que siempre habrá un sitio para ella aquí. Y desde entonces vive en el rancho.
—¿Por qué Prairie Rose le debe tanto? —preguntó.
Pedro se quedó callado unos instantes.
—Supongo que será mejor que lo sepas todo. Mi padre era el dueño de Prairie Rose y Ricardo tenía interés en emprender una nueva empresa. Mi padre quería expandirse, así que se asociaron y buscaron un tercer inversor… Lo que sucedió fue que no resultó tan fiable como ellos habían pensado —contó mientras sus músculos se ponían en tensión—. Digamos que fue demasiado generoso con él mismo. Una vez que firmó los papeles comenzó a engañar en los libros de cuentas. Cuando mi padre se dió cuenta. Ricardo y él decidieron ponerlo en su sitio. Se fueron los cuatro un fin de semana a Calgary. Mamá y la señora P. de compras. Papá y Ricardo para dejar las cosas bien claras con su socio. Pero nunca llegaron. Les sacaron de la carretera y la señora P. fue la única superviviente con heridas leves. Mamá y Ricardo iban en los asientos del pasajero y se llevaron todo el impacto.
Paula sacó conclusiones sin dificultad. Aquello explicaba el hecho de que Pedro se hubiera hecho cargo del negocio y el lapso de un año en los movimientos y operaciones. Había perdido a su madre y prácticamente a su padre. Había heredado un rancho, una viuda y un problema legal que seguramente hubiera sido una pesadilla. Se soltó de su abrazo para poder girarse y mirarlo con la boca abierta.
—¿Cuánto? ¿Cuánto robó? Fue eso, ¿No? Malversación de fondos.
—Demasiado —admitió Pedro.
—Dime que lo pillaste.
—De alguna forma. Yo no sabía nada, pero cuando me enteré no intenté hacer como papá. No fui a por él yo mismo, sino que dejé que la policía montada de Canadá se encargara de él. Pero no recuperamos el dinero.
Paula le acarició la mejilla poblada con una áspera barba de dos días. Trató de imaginarse lo duro que debía de haber sido verse tan joven y perderlo todo. Tener tanta responsabilidad sobre los hombros. Él giró la cara y evitó la caricia. Apretó la mandíbula.
—Ésta es la razón por la que no te lo quería decir. No quería que me miraras tal y como lo estás haciendo. Nunca he querido que sientas pena de mí.
Pero Paula no se echó atrás.
—Por supuesto que no. Estás demasiado ocupado haciéndote responsable de todo el mundo. Tú no tienes tiempo para la pena.
Los ojos negros de Pedro se clavaron en los de ella. Por lo visto no se había imaginado que Paula lo iba a comprender. Pero lo comprendía. Lo comprendía mucho más de lo que él podía imaginar.
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