—Mi confianza hay que ganársela. Y yo no confío fácilmente en la gente, sobre todo si lo que está en juego es mi sustento. Tu relación con el rey es lo único que te mantiene aquí, quiero que seas consciente de ello. Tienes razón cuando dices que no eres lo que yo esperaba. Es cierto qué me sorprendí al ver que Navarro enviaba a una mujer muy joven y guapa para cerrar un trato tan importante. Ésa fue la primera señal. Después te sorprendí husmeando la primera noche. Segunda señal. Y después te empeñaste en ver todos mis archivos. Conozco a la gente como tú. Están más interesados en los papeles y en la apariencia de las cosas que en la realidad. Esto es la realidad —dijo extendiendo el brazo— . Y es el último sitio al que has venido, no al primero.
Paula inspiró y expiró lentamente. Sabía que no le convenía explotar de nuevo y aún se estaba recuperando de que la hubiera llamado «Joven y guapa». Se esforzó por dejar a un lado la vanidad femenina, su género y su edad eran irrelevantes.
—El hecho de que haya abordado la operación de forma distinta a la tuya no quiere decir que el mío sea un enfoque incorrecto. Y no quiere decir que no sepa lo que estoy haciendo. Si tienes en cuenta la opinión de esos hombres y no la mía, más adelante tendrás problemas. ¿Quieres una oportunidad para confiar en mí? Aquí la tienes.
—De acuerdo. ¿Qué te hace pensar que están equivocados?
—Les he pedido que la hicieran trotar. No es evidente, pero si te fijas, te darás cuenta. Creo que está teniendo una infección, la pezuña está caliente y tiene síntomas.
Pedro la miró fijamente, sentía curiosidad, pero no estaba completamente convencido. Era el momento de demostrarle que sabía de qué estaba hablando.
—No tienes por qué creer mi palabra. Puedes verlo con tus propios ojos —añadió antes de hacer trotar a la yegua. Le señaló el leve movimiento de cabeza cada vez que movía la pezuña afectada—. No es mucho, pero la pezuña está caliente. Más caliente que las otras. Lo he medido con la misma mano para estar segura. No me lo estoy inventando, Pedro.
—Tienes razón —contestó él tras tocar las pezuñas del animal.
—Gracias.
—Supongo que ahora esperarás que te pida disculpas por lo que he dicho antes.
—Me da la sensación de que no eres de los que piden disculpas — respondió sonriendo irónicamente. Alzó la barbilla—. Estabas hablando en serio. Y yo también.
—Entonces no te pediré perdón si tú no me lo pides a mí —añadió él con una mirada más cálida.
—Bueno.
—¿Basta si reconozco que tenías razón sobre la yegua y que sabes más de lo que en principio creí?
—Eso es suficiente —dijo ella con una media sonrisa.
Pedro dió un paso adelante y Paula se preguntó si la iría a tocar. Quería que la tocara. A pesar de las duras palabras que se habían intercambiado. Sin embargo él acarició a la yegua.
—Entonces, en tu opinión, lo que necesita ¿Es…? —preguntó él.
—Antibióticos y antiinflamatorios. Quizás durante cinco días. Si no funciona, llama a la veterinaria. Aunque creo que bastará.
—Estoy de acuerdo.
Había llegado el momento de desaparecer del establo. Si le había resultado difícil discutir con Pedro, le estaba resultando aún más complicado estar allí de pie y ocultar su atracción. No podía separarse de él. ¿Por qué? Asintió y comenzó a caminar.
—Pau —oyó. Se dio la vuelta y vió cómo Pedro la miraba intensamente—. Gracias.
Pedro no iba a valorar su conocimiento, tenía que conformarse con que le diera las gracias. Sin embargo, Paula quería más. En el fondo deseaba que reconociera no solo sus conocimientos, sino a ella.
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