martes, 8 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 11

Sin embargo, era evidente que había estado llorando y tenía que admitir que su explicación parecía cierta. Aquellas lágrimas habían estado ya ahí cuando él había entrado en el establo. De repente recordó las veces que había sido el pañuelo de lágrimas de Karen y dió un paso atrás. Ya había tenido bastante, no estaba dispuesto a lidiar con más llantos.


—Pronto se hará de día. ¿Por qué no volvemos a la casa? — preguntó.


Paula lo miró fijamente y él sintió el impulso de abrazarla.


—Subiré en un momento —contestó ella.


Pedro clavó su mirada en sus ojos. Obviamente no había pillado la indirecta de que no quería que se quedara sola en el establo. También era cierto que desde el principio le había dicho que se sintiera como en su casa, pero aquello era demasiado. Más que demasiado. No le gustaba que cotilleara, fuera su jefe quien fuera. Lo primero para él eran sus caballos. Lo sabía desde hacía mucho tiempo. Y la lección había tenido un precio.


—Insisto. Insisto en que salgas conmigo ahora. Mañana habrá tiempo de sobra para que veas los caballos. Conmigo.


Pedro no tenía nada que esconder, pero tenía que proteger Prairie Rose.


—Por favor…Solo necesito un rato para recomponerme.


—Entonces me quedaré contigo —declaró cruzándose de nuevo de brazos.


Ella miró por encima del hombro de Pedro, como si estuviera buscando por dónde escapar. Pretty, molesta porque Paula no le estuviera prestando atención, movió la cabeza buscando más caricias.


—Le gustas —añadió él.


—Y a mí me gusta ella —contestó Paula acariciando de nuevo las crines de la yegua. 


Era evidente que aún no se había tranquilizado y Pedro no quería dejarla sola allí. Se retiró un poco y se apoyó en la pared de madera.


—¿Por qué? —preguntó.


—¿Por qué qué?


—¿Por qué te interesa tanto Pretty Piece? Aún le quedan años, es cierto, pero no es lo que vienes buscando.


—No lo es. Pero es una sorpresa deliciosa. Yo conocí… Conocí a su madre. 


La voz de Paula se rompió en la última palabra. Por favor, que no hubiera más lágrimas.


—Vámonos de aquí —dijo agarrándola suavemente de un brazo. Su cuerpo desprendía calor—. Antes de que aburras a los caballos y a tí misma.


La guió fuera del establo y le acarició suavemente el codo.


—Para —dijo ella bruscamente soltándose.


—Prefieres hablar sobre por qué estabas llorando. Porque yo quiero respuestas. Respuestas convincentes.


—No estoy llorando por un motivo en concreto —replicó alzando la barbilla—. Es solo que no podía dormir.


Pedro soltó algo ininteligible y Paula lo miró.


—He cruzado medio mundo hoy, ¿Sabe?


Pedro la miró benévolamente. Aquello no tenía nada que ver con el desfase horario. Y aunque hubieran discutido aquella tarde, también sabía que no era la razón. Había otro motivo. ¿A qué se habría referido ella cuando había murmurado que no era justo? Nunca había sido capaz de ver a una mujer llorar y los años anteriores había tenido una buena ración de lágrimas. Aquél había sido uno de sus grandes errores, a pesar de ello no podía evitar querer consolar a Pau. Quería creerla. Creer que sus motivos eran verdaderos aunque sus actos fueran algo sospechosos. Dió un paso adelante y extendió el brazo. Estuvo a punto de tocarla, pero no lo hizo.


—¿Qué pasa, Pau? ¿Qué es lo que sucede aquí que te entristece tanto?


Paula entrelazó los dedos, como si estuviera echando de menos las crines de la yegua. Tenía que mantener la compostura porque Pedro estaba muy cerca de la verdad. La estaba observando fijamente, esperando. Esperando una explicación razonable. Él era un hombre con carácter. Ella se había dado cuenta desde el principio. Hacía las cosas a su manera y tenía sus propias opiniones, y la primera sobre ella no había sido favorable. Sin embargo… Allí estaba, esperando pacientemente. Y no tenía ni idea de qué contestarle. En ningún caso la verdad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario