jueves, 31 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 34

Pedro se incorporó y ella se sintió desnuda un instante. Había algo excitante en estar tumbada sobre una roca en medio de la nada. No podía arrepentirse de lo que acababan de hacer. Pero tampoco podía permitirse llegar más lejos. Se retiró el pelo de la cara y sonrió a Pedro seductoramente.


—Gracias, Dios, por mantenerme la cabeza fría —soltó, y él sonrió. Aquel tipo le estaba empezando a importar y mucho—. Me has traído aquí sabiendo que esto iba a pasar, ¿Verdad? Pedro no contestó. Quizás aquel beso no hubiera significado mucho para él. A fin de cuentas, tampoco lo conocía apenas. Esperaba que no se lo hubiera tomado como una aventura. Paula nunca tenía aventuras. Bajo ninguna circunstancia—. ¿Pedro? ¿Me has traído aquí para acostarte conmigo? ¿Pensabas que iba a acceder?


Él se puso de pie con el sombrero en la mano. En realidad no había considerado la posibilidad de hacerle el amor a Pau y en cuanto la había sentido quieta entre sus brazos, se había separado. Sabía que no era justo lo que estaba haciendo. Sin embargo… Se había muerto de ganas de estar junto a Pau.


—Quizás debamos limitarnos a hablar de temas tranquilos y seguros —dijo ella secamente estirándose la ropa—. Como por ejemplo tu familia.


—Yo no creo que para mí sea un tema tranquilo y seguro —soltó Pedro.


—¿Cómo es que tu padre ha terminado en una clínica? —preguntó ella suavemente. Era como si pudiera entender cualquier respuesta que él le fuera a ofrecer.


Había algo en Paula que lo empujaba a decir la verdad. De alguna manera se lo había ganado. Pedro quería confiar en ella. Agarró una rosa salvaje de un arbusto y jugueteó con ella. Además, prefería que Paula se enterara por él que por terceras personas y, cuanto más tiempo se quedara, era más probable que alguien se fuera de la lengua. Quizás hubiera llegado el momento. Se aclaró la garganta mientras pensaba por dónde empezar.


—Hubo un accidente de tráfico. Mi madre y Ricardo, el marido de la señora P., murieron. Mi padre no. Algunas veces… —dijo alzando la cabeza y estirando el cuello deseo que se hubiera muerto. Hubiera sido más sencillo que verlo tal y como está. 


—Lo siento mucho —dijo ella. Pedro se sentó de nuevo en la roca y Paula posó la mano sobre su muslo—. Debe de haber sido muy duro para tí.


Él no se movió.


—Vienes de los establos Navarro y quieres, bueno, más bien el rey Miguel quiere, que establezcamos algún tipo de operación. No creo que aún entiendas exactamente lo que eso significa para Prairie Rose, Pau. No es un simple acuerdo lo que he puesto en peligro. Pero ya lo he hecho. Te he besado cuando no debería haberlo hecho. Te he traído aquí… —confesó desviando la mirada—. No suelo hacer las cosas de esta manera.


—Esto no tiene nada que ver con las relaciones entre Navarro y Prairie Rose.


—Gracias por decirlo.


Los ojos oscuros de Paula se volvieron a clavar en los de Pedro.


—Y por favor, no me pidas que me arrepienta —soltó ella. El cuerpo de Pedro reaccionó ante aquellas palabras. Se había imaginado que quizás ella se hubiera enfadado u ofendido. Pero… volvió a mirar la boca perfecta de Paula—. Entiendo perfectamente por qué este lugar es tan especial. La pradera se extiende a tus pies como si fuera una alfombra gigante, ¿Verdad? La vista está despejada en todas direcciones. Es una paradoja bonita… ¿Cómo puede un lugar tan vacío alimentar tanto a un alma?


—Nunca había escuchado a nadie explicarlo de esa manera — contestó Pedro impresionado. 


Era como si Paula le hubiera leído la mente. Algo más que les unía. Lisa nunca había llegado a comprender su predilección por aquel lugar, al menos no con aquella sensibilidad.


—Venías mucho aquí, ¿Verdad? Después del accidente.


—Sí, sí. Venía. Para aclarar mis pensamientos. Para decidir el siguiente paso.


Paula inspiró profundamente y soltó el aire. Descansó la cabeza sobre el hombro de Pedro, quien trató obviar aquel gesto tan reconfortante.


—Es terrible. Como vivir sin la brújula que has usado toda la vida — comentó ella—. Todo lo que conocías de repente desaparece y no sabes qué dirección tomar. No hay nadie que te aconseje ni que te guíe.


—Como cuando tu madre murió.


—Sí, así. 

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