jueves, 24 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 28

Paula estuvo a punto de decir: «Mira Pedro mi padre en realidad es el rey Miguel de Marazur, pero no lo he sabido hasta hace tres meses». Y estuvo a punto de echarse a reír al imaginar la expresión de su rostro, especialmente por todas las veces que la había llamado princesa.


—No, la verdad es que no soy de esas chicas que lo cuentan todo.


—De acuerdo, pues entonces nos hemos ganado un día libre de peleas y de trabajo. Tengo algunos recados que hacer y tengo que bajar de todas maneras. Te va a gustar venir. Hoy hay mercado y también hay tiendas que puedes visitar.


—Suena bien.


—Me gustaría salir en una hora.


—Estaré lista.


Pedro cerró la puerta y Paula volvió a su café.



Larch Valley era el típico pueblo grande del oeste. Estar allí era dar un paso atrás en el tiempo, tenía un aire antiguo y rural.


—Si quieres, te puedo dejar aquí. Si sigues esta calle, que es la principal, llegarás al mercado. Y en el camino te encontrarás con variastiendas.


—Puedo acompañarte. No me importa esperar —contestó. Pedro apartó la vista y miró por la ventanilla.


—Te aburrirías como una ostra.


Paula no tenía ganas de provocar otra bronca. No quería romper la tregua que tanto les había costado alcanzar. Tendría que encontrar respuestas en otro sitio.


—Vale. ¿Nos vemos luego en el mercado?


—En una hora más o menos.


Paula abrió la puerta de la camioneta y bajó. Él la despidió con la mano, pero no sonrió. Estaba claro que no tenía muchas ganas de hacer aquel recado pendiente. Caminó calle abajo. Estaba en el pueblo en el que Pedro había vivido toda la vida. Probablemente hubiera ido al colegio allí. Probablemente hubiera tenido novias allí. Chicas que conocería de siempre. Ella frunció el ceño, molesta por sus propios pensamientos. La vida amorosa de Pedro no tenía por qué afectarle. No había nada entre ellos. No podía haberlo. Se sentó en un banco. Tenía un trabajo maravilloso, dinero en los bolsillos, vivía en un palacio. ¿Por qué era tan infeliz? ¿Por qué de pronto se sentía como en casa caminando por una calle de Larch Valley? Era la primera vez que estaba allí. No era su sitio. Y Pedro ya se lo había dejadobien claro. No. Faltaban solo unos días para que regresara a Marazur. Y si Miguel estaba satisfecho con su trabajo, iba estar a cargo de una de las mejores caballerías de Europa. Eso era lo que ella quería. Era una forma sutil de quedar por encima de su padre, de demostrarle que se las había apañado perfectamente sin él. Iba a regresar y le iba a demostrar que era más que apta para el trabajo. Siempre había soñado con un puesto de tal categoría. Volvió a caminar y se detuvo delante de una pastelería. Empujó la puerta y sonó una campana.


—¡Ahora mismo voy! —dijo una voz, y enseguida apareció una mujer de unos treinta años delgada y sonriente—. ¿En qué puedo servirle?


—Pues quiero algo que sepa tan bien como huele la tienda — contestó sonriente.


—Me temo que va a tener que especificar un poco más —bromeó la pastelera.


—Sabía que me iba a decir eso —repuso tras soltar una risotada.


—Chocolate. Me gustaría algo con chocolate.


—Hay bizcocho de chocolate. Recién hecho, aún está caliente.


—De acuerdo —dijo, y se preguntó si a Pedro le gustaría—. Y…


—¿Y?


—¿Conoce a Pedro Alfonso? —soltó sin mayor preámbulo.


—Claro que lo conozco. Todo el mundo lo conoce.


Paula se dió cuenta de que se había puesto colorada como un tomate.


—Oh… —añadió la pastelera.


—Oh, no, no —intentó aclarar Paula rápidamente—. No es… Quiero decir que… Tenía que haber supuesto que lo conocía. Estamos en un pueblo. Quiero decir… —se quedó sin palabras. Dios, se estaba comportando como una estúpida. No sabía qué preguntar—. Estoy en Prairie Rose en viaje de negocios y he venido con él al pueblo. Le dije a la señora Polcyk que llevaría algo de compra, porque ella no se encuentra bien…


—¿Clara está enferma?


—Bueno, está algo resfriada.


—Esta mujer… Ya está otra vez trabajando demasiado. Le voy a dar un pan de hierbas y unos bollos para ella. Y después vaya al mercado y compre unas salchichas, aunque no estén en la lista, le encantan.


—Una última cosa —dijo Paula entretenida por la naturalidad de la conversación—. ¿Sabe si Pedro tiene algún capricho? La señora Polcyk siempre está cocinando y me gustaría que descansara al menos por un día.


La pastelera metió una caja de pasteles en la bolsa. 


—¿Conoce mucho a Pedro? —preguntó la pastelera. 


Paula intentó con todas sus fuerzas no ruborizarse.


—Estoy haciendo una visita de trabajo. Eso es todo.


—Entiendo. Pues mándele un saludo de Micaela y dígale que más le vale guardarme un baile en la fiesta de su rancho el próximo sábado.


¿Micaela? ¿Un baile? Paula forzó una sonrisa mientras su mente iba a toda velocidad.


—Lo haré. Gracias.


Una vez fuera, respirando el aire fresco de la mañana, se pregunt qué relación tendría la tal Micaela con Pedro y de qué baile había hablado. Aunque en realidad no era importante porque ya se habría marchado para entonces. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario