Paula se sentó en un banco de madera con una taza de café entre las manos. Mientras se la tomaba llegó a dos importantes conclusiones. La primera: Pedro Alfonso dirigía un buen barco. Todo estaba perfectamente cuidado por lo que había visto. Aquello era un punto positivo. Se podía saber mucho de los caballos de un ranchero solamente con ver el estado de su rancho. Prairie Rose estaba limpio, cuidado y bien organizado. La segunda: La señora Polcyk era la que llevaba la casa. Punto y aparte. Sonrió al recordar cómo el ama de llaves había puesto a Pedro en su sitio. Cuando él había procedido a presentarlas, la señora Polcyk enseguida le había mandado subir el equipaje de Paula al dormitorio y él la había obedecido sin rechistar. Ella se había quedado en la cocina y estaba observando cómo la cocinera estaba sacando unos pasteles del horno. La sala olía a café, canela y frutas.
—El equipaje está en su habitación —anunció Pedro por detrás.
Paula tragó saliva y contuvo unas lágrimas. No se había esperado que viajar allí le iba a causar tanto dolor. No se había imaginado que le iba a recordar tanto a un lugar al que ya no pertenecía. Sin embargo, Pedor estaba en su ambiente y se preguntó si sería consciente de lo afortunado que era. Recuperó su falsa sonrisa y se dió la vuelta para mirarlo.
—Gracias.
—Un placer —contestó acercándose. Miró a la cocinera—. Si me dice que es pastel de cereza, la querré toda la vida, señora P.
La cocinera no lo contestó, pero le sirvió una taza de café. Paula sintió que Pedro la estaba mirando, sin embargo no quiso alzar la mirada para que no se diera cuenta de que estaba a punto de llorar. Lo último que necesitaba era que apreciara su vulnerabilidad. Abrió los ojos lo más que pudo esperando que la humedad se evaporara. Se había imaginado que aquel viaje le iba a servir para escapar. Sin embargo, el dolor que había acumulado durante los meses anteriores estaba aflorando y se sentía desnuda y sin aliento. Durante unos minutos bebieron café en silencio. Parecía que él estaba deseando que Paula comenzara a hablar, pero no se le ocurría nada que decir. Su vida privada estaba completamente fuera de lugar. Quizás simplemente estuviera cansada por el desfase horario porque en realidad sabía que tenía que preguntarle sobre el rancho, sobre los caballos… Había cientos de preguntas. ¿Por qué estaba solo allí? ¿Dirigía él solo el negocio? ¿Qué parentesco tenía con la señora Polcyk? Pero si le hacía ese tipo de preguntas personales, se arriesgaba a que él le respondiera con otras similares que no podría contestar. Así que se quedó mirando al café, luchando por contener los recuerdos. Estaba agotada de que nada tuviera sentido. El resentimiento era un sentimiento cada vez más fuerte en su interior y no ayudaba. Sin embargo él parecía estar tan cómodo…
—¿Señorita Chaves? —dijo él. Paula alzó la vista y se encontró con una mirada seria—. Tenemos mucho tiempo para hablar de negocios. Si está cansada, no tiene por qué mantener las apariencias. Supongo que debe de estar agotada por el desfase horario.
Pedro le estaba ofreciendo una excusa, estaba siendo amable con su huésped. Era una buena oportunidad para poner más distancia entre ellos. Debía aceptarla. Sin embargo, la perspectiva de verse sola en una habitación desconocida no resultaba tentadora. Ya había pasado suficiente tiempo sola aquella temporada.
—Puede empezar por llamarme Pau —dijo. Estaba harta de que la gente en Marazur la llamara señorita. Había logrado que desistieran a llamarla por el título, pero nadie había accedido a llamarla Pau tal y como lo habían hecho sus compañeros en los establos de Virginia. Ya no quería ser ni señorita ni princesa, quería ser simplemente Pau. Quizás si Pedro la llamara así, se sentiría mejor—. Me gusta su casa. Es muy… Hogareña —añadió tratando de comportarse civilizadamente.
—Como representante de los establos del rey Miguel supongo que estarás acostumbrada a residencias mucho más distinguidas.
—En absoluto. Yo no me crié en un palacio —contestó. Y estaba siendo sincera. Había pisado Marazur por primera vez meses atrás y la llegada a palacio había sido muy impactante. Paula había crecido en un barrio de clase media. Había estado acostumbrada a los muebles desgastados y los platos desportillados, non a antigüedades ni a porcelana china. Había tenido que cambiar los vaqueros desgastados y las camisetas por el lino y los encajes—. Debo decir que crecí en el seno de una familia de clase media. Soy bastante… Normal.
—Entonces, ¿Cómo conseguiste el trabajo? Realmente eres muy joven.
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