Pedro cerró la puerta de la camioneta e inspiró profundamente mientras Paula salía del vehículo. Tenía que haberse imaginado que llevarla al pueblo sería un tremendo error porque la gente siempre se iba de la lengua. Sin embargo, tras haberse comportado con ella de forma tan desagradable días atrás, ella había estado distante y él había querido volver a romper el hielo. Era consciente de que Paula no era como Karen, y cuanto más tiempo pasaba con ella, más seguro estaba de ello. Lo cual no dejaba de sorprenderlo.
—Voy a meter la compra dentro —dijo ella. Parecía molesta.
—Supongo que has oído cosas en el pueblo.
—Algunas.
—Y ahora sientes curiosidad. No tenía que haberte invitado a venir.
—Porque no quieres que haga más preguntas, ¿No es así, Pedro? — preguntó Paula soltando las bolsas.
—No —repuso sin atreverse a mirarla a los ojos.
Su padre había tenido un mal día y él estaba agotado. Las manos de Pedro se agarrotaron. Siete años. Siete años y aún cargaba con toda la responsabilidad. ¿Qué hubiera pensado Paual de él y del rancho de haber sabido toda la verdad? ¿Los apreciaría menos? No pudo evitar fijarse de nuevo en sus labios, a pesar de que sabía que había cometido un error al besarla. Lo había sabido desde que había rozado sus labios. Y lo peor de todo es que estaba deseando volver a besarla. Constantemente. Quizás le viniera bien confiar en alguien.
—Pero igual deba responderlas —añadió suavemente—. Cuando termines de recoger vente a dar una vuelta a caballo conmigo —sugirió.
Quizás con un poco de compañía olvidara todo lo que su padre le había dicho aquella mañana… Y todo lo que no había dicho.
Los ojos de Paula brillaron de forma extraña. Reflejaban un poco de miedo y algo de resentimiento. Pedro no podía culparla después de la forma en la que la había tratado, sin embargo sonrió. Sabía cómo ganársela.
—Te dejaré que montes a Ahab —añadió, y una sonrisa iluminó el rostro de ella.
Pedro había echado de menos aquella sonrisa esos días y deseó besarla con aún más fuerza. Pero Paula dió un paso atrás.
—Si me dejas montar a tu caballo ganador, es porque confías en mí.
—Si no quieres montarlo…
—Es una oferta que no puedo rechazar —afirmó agarrando las bolsas—. Dame diez minutos.
Paula dejó las bolsas de comida en la cocina y subió a la habitación a por un sombrero. Normalmente llevaba gorra porque en Marazur la habían mirado de forma extraña cuando se había puesto el sombrero de vaquero. Pero formaba parte de ella y además la protegía del sol. Se apresuró a cambiarse de botas. No podía negar que estaba emocionada porque iba a montar a Ahab. Era una muestra de que Pedro estaba empezando a confiar en ella. Algo había cambiado. Lo deseaba.
Él la estaba esperando junto a los caballos.
—Has sido rápida —dijo en un tono de voz grave. Lucy se estremeció.
—Es una buena oportunidad —concedió. Se puso los guantes y cuando él le entregó las bridas sus manos se rozaron levemente.
—Hoy no vas a tener problema en seguirme —bromeó Pedro cuando ya estuvieron sobre los caballos en dirección al oeste.
Trotaron un buen rato en silencio, sin embargo, existía una conexión entre ellos. Paula tenía la intuición de que Pedro estaba dispuesto a abrirse a ella después de haber soltado su rabia en la camioneta. Ella quería ayudarlo. Quería comprenderlo. Llegaron a un promontorio y él se detuvo. Estaban frente a una pradera y al fondo se imponían las montañas Rocosas. Paula saltó del caballo y soltó las bridas. Se quedó sin aliento ante aquel paisaje.
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