—¿Demasiado joven? —replicó. Era más fácil pelearse por la edad que reconocer que estaba allí por papá.
—Es obvio que no. Tengo la sensación de que sabes exactamente lo que quieres —dijo él sin que pareciera un cumplido.
—Crecí en un lugar rodeado de establos y yo… —se detuvo un instante para meditar sus palabras. No quería que Pedro supiera demasiado. No podía. Aquél sería el último café en la cocina, a pesar de lo mucho que los había echado de menos. La señora Polcyk rellenó su taza y el olor fuerte a café trasladó a Paula a la cocina de Trembling Oak. La galletera sobre la mesa… Aquellas sensaciones que le recordaban a su hogar—. Fue una de esas situaciones en las que conocía a alguien que conocía a alguien, ya sabes. Así lo logré.
La mandíbula de Pedro se puso en tensión. Primero Paula había descrito su casa como hogareña. Como si no hubiera podido encontrar otro apelativo. Después había admitido que había conseguido el trabajo por enchufe. Nepotismo. Pedro despreciaba aquel término. Le recordaba a alguien. A una mujer que en el pasado había considerado Prairie Rose demasiado rústico para ella. Agarró la taza con fuerza. La señora Polcyk les sirvió dos platos de pastel y desapareció de la cocina. Él se centró en el pastel tratando de olvidar su malestar. Al fin y al cabo le daba lo mismo quién fuera Pau Chaves. No era Karen y lo único que tenía que hacer con ella era cerrar un negocio. Lo importante era mantener la relación con la Casa Navarro y con el rey Miguel. Aquella alianza beneficiaría al rancho y al programa de crianza, en el que tanto había trabajado desde que había tomado el mando.
—Cereza. Dios la bendiga —dijo tras probar el pastel.
Paula sonrió tímidamente como si no estuviera acostumbrada a hacerlo. Lo que Pedro en realidad quería saber eran los planes del rey Miguel. Empezar a trabajar con uno de los mejores establos de Europa era una gran operación. Podría impulsar el programa de crías y Prairie Rose alcanzaría renombre. Se lo debía a su padre. Se lo debía a sí mismo y a la señora Polcyk.
—¿Cómo es trabajar para alguien de la realeza? —preguntó intrigado.
Paula tomó su tenedor. Estaba un poco desconcertada. Por unos instantes había tenido la sensación de que Alfonso estaba enfadado con ella, sin embargo tenía preguntas para ella. Se sintió obligada a contestarlo. Si no lo hacía corría el riesgo de que él investigara en Internet y la descubriera. Pero tampoco podía contar demasiado. Tomó otro trozo de pastel antes de contestar. Había tratado con muchos rancheros en su vida y la conversación no solía ser su fuerte. Tenía que reconocer que él estaba haciendo un esfuerzo. Trabajar para el rey Miguel era agobiante sobre todo por el lugar que le tocaba ocupar a ella. Su cargo le recordaba constantemente que pertenecía a Marazur, cuando ella no lo sentía así. Sin embargo, cuando podía cabalgar por el campo sin pedir permiso era maravilloso o cuando podía escoger la montura que deseara. Aquel pequeño margen de libertad era lo que la mantenía a flote. No podía confesar nada de aquello a Alfonso, al menos si quería que él siguiera respetando su competencia. Si quería que la viera como algo más que una niña de papá jugueteando con los caballos. Conocía bien a los rancheros. Sabía exactamente lo que iba a pensar de ella. Forzó una sonrisa y se cuadró de hombros.
—Su alteza tiene unos buenos establos y los mejores equipamientos e instalaciones. Solo su sala de herrar es tan grande como toda su nave, está limpia y huele a cuero viejo. Los caballos Navarro son apreciados en toda Europa, tanto por los mejores jinetes de carreras como por ganaderos. La plantilla es muy profesional y tiene experiencia. Es el sueño de cualquier experto.
—¿Pero? —preguntó Alfonso.
Paula dejó delicadamente el tenedor sobre el plato y apretó los labios confundida.
—¿Qué quiere decir con «Pero»?
—Hay algún pero que no me estás diciendo.
—En absoluto. Es una gran operación.
—¿Entonces por qué no me miras a los ojos mientras me lo dices?
—¿Perdone? —preguntó ella mientras se daba cuenta de que se acababa de ruborizar.
Bebió un trago de café. Había sido muy vaga y él se había percatado. A Paula nunca se le había dado bien ocultar sus sentimientos. Su madre siempre se lo había dicho.
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