Inclinó la cabeza hacia atrás. La última vez había sido él quien la había besado. Pero en esa ocasión Paula no iba a esperar. Lo acarició con sus labios, sintió cómo sus bocas se encontraban. Sintió las pestañas de Pedro en sus mejillas y tuvo la absurda urgencia de besarle los ojos. Pedro mordió suavemente su labio inferior. Después se separaron.
—Esto no debería volver a suceder. Complica las cosas —dijo él.
—No, claro que no. Ninguno de los dos necesita más complicaciones —replicó Paula a pesar del nudo que se acababa de formar en su pecho.
Pedro apretó los labios y después silbó para llamar a los caballos. Se volvió a meter la camiseta por dentro del pantalón. Ella saltó de la piedra y se puso el sombrero. Él le entregó las bridas, pero no las soltó.
—No tenía pensado que sucediera nada de lo que ha pasado hoy — dijo. Había una nota de disculpa sincera en su tono de voz.
—Lo sé.
—Y no debería volver a suceder. No debemos dejar que esto se convierta en algo tan personal…
—Pedro —sabía lo que él iba a decir y quiso detenerlo.
—Ambos sabemos que esto no puede llegar a ningún sitio. Tú vas a regresar a Marazur y yo nunca me voy a marchar del rancho. No quiero hacerte daño —dijo. Paula asintió—. Es lo mejor.
Pedro se dió la vuelta para recoger a su caballo y Paula se quedó quieta. Aquél no había sido el plan en absoluto. Se había enamorado de Pedro Alfono. No estaba segura de cómo había sucedido. Se había enamorado de un hombre que nunca podría tener. Volvió de los establos apesadumbrada. Había pensado que la vida en Marazur era dura, pero no era nada comparado con la fuerza de los sentimientos que albergaba hacia él. Desde el día en que habían estado en Walter's Butte había estado distante y centrado en el trabajo. Ella llevaba días queriéndole preguntar sobre su ex esposa, pero no había encontrado la manera. Tenía derecho a tener sus secretos, aunque se estuviera volviendo loca. Entró en la casa y cerró la puerta con cuidado. Al día siguiente iba a tener lugar en el rancho el baile y Paula estaba pensando seriamente en cerrar el trato aquella misma tarde y marcharse antes de la fiesta. Al entrar en la cocina se encontró con la señora Polcyk preparando la masa del pastel y con la inusual imagen de Pedro pelando manzanas. Él sonrió.
—¿No sabías que puedo pelar manzanas? —bromeó.
—No pensaba encontrarte aquí, eso es todo —contestó Paula con la voz algo temblorosa.
—Mañana es el gran día. Tengo a los chicos preparándolo todo para el baile y poniendo el escenario para el grupo. Pero antes que nada está la comida.
—¿Los chicos? Esos hombres tienen edad para ser tu padre — repuso ella.
—Sí, pero ¿No son todos los hombres unos niños en realidad, Pau? —preguntó secamente la señora Polcyk.
Pedro le dió un leve golpe con la cadera. El ama de llaves se giró y estornudó.
—Todavía arrastra ese constipado —dijo Paula—. ¿Está segura de que no es un virus o algo así?
—Llevo una semana tomando esas pastillas, ya se pasará —contestó tras encogerse de hombros. No obstante tenía los ojos rojos.
—Estaba pensando… Ha sido muy amable conmigo, pero creo que ha llegado el momento de dejar de darle trabajo. He pensado que me marcharé mañana por la mañana. Conduciré hasta Calgary y allí pillaré algún vuelo a lo largo del día.
—¿Antes del baile?
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