Paula sonreía maliciosamente. Pedro ni siquiera sabía que ella pudiera tener pensamientos maliciosos, así que aquello era una sorpresa.
-Enséñame el dormitorio -dijo Paula.
-¿Qué?
-No es que me niegue a hacerlo en otra parte, pero para empezar no estaría mal una cama, ¿No crees? ¿Dónde está?
Pedro señaló la dirección de forma automática. Su mente, en cambio, no parecía dispuesta a cooperar. Paula lo arrastró al dormitorio y a la cama.
-Pero...
-Esta noche no hay peros que valgan -lo interrumpió Paula metiendo las manos por debajo de su camisa-. Esta noche tenemos mejores cosas que hacer.
-No -negó él-. No puedo. Primero tenemos que hablar...
-Pedro Alfonso, si abandonas esta cama ahora será mejor que tengas una buena excusa.
Pedro se arriesgó a provocar la ira de Paula y salió de la cama. Respiraba entrecortadamente.
-La tengo. Trato de ser honrado, amor mío.
Paula tenía el cabello revuelto, estaba maravillosa. Pedro deseaba enredar los dedos en él, sentir que acariciaba con ellos su pecho.
-No me llames amor mío a menos que lo digas en serio -ordenó Paula-. Y en este preciso momento no necesito saber si lo dices en serio o no. Vuelve a la cama. ¡Ahora!
-Pero tenemos que hablar.
-Mañana. Hablaremos mañana. Ven aquí -ordenó Paula.
-¡No, no te quites el jersey, Paula! -exclamó Pedro dándose la vuelta y tapándose los ojos a pesar de ser demasiado tarde-. ¡Por favor, vuelve a ponértelo!
-Está bien -contestó ella tras una pausa-. Ya puedes mirar.
-¿Sabes?, tú y yo... -comenzó a decir Pedro dándose la vuelta e interrumpiéndose.
Pedro tragó. Era incapaz de apartar la vista.
-Me has mentido.
-No -negó ella sonriendo provocativa-, sólo te he dicho que ya podías mirar. ¿Vas a venir aquí a ayudarme, o tengo que quitarme el resto yo sola?
-Paula...
-Dentro de un par de horas será mi cumpleaños, Pedro.
Eso lo convenció. De pronto, sin saber cómo, Pedro estaba de pie junto a la cama. Se sentó al borde, y Paula arrojó los vaqueros al suelo. Él inclinó la cabeza y besó sus rodillas, acarició su pierna y comentó:
-Creía que eras tímida.
-Contigo no.
-¿Por qué no?
-La necesidad obliga -murmuró Paula acercándose a él-. No estoy segura de por qué, pero tengo que recurrir a medidas drásticas para seducirte.
-Creo que me gusta que me seduzcan.
-Bien -sonrió Paula.
-Bonito color.
-Me alegro de que te guste, me lo he puesto sólo para tí.
-¿Lo tenías planeado?
Paula se tumbó en la cama con una expresión de suprema felicidad y satisfacción y dijo:
-Sí, esperaba que me diera resultado. Me acordé de que me dijiste que el rojo era mi color.
-Es una suerte que tuvieras esta prenda roja... Sea lo que sea.
-Bueno, no la tenía. Hasta hoy.
-¿Has salido a comprar esto sólo porque te dije que estabas guapa de rojo? -preguntó Pedro.
-Bueno, quería seguir tu experta opinión -contestó ella ruborizándose-. Para eso te contraté, ¿Recuerdas?
-No me contrataste para darte mi opinión sobre la ropa interior.
-¿Y a quién le importa?, ¿Por qué seguimos hablando?
-Buena pregunta -contestó Pedro cerrándole la boca con un beso.
Paula abrió los ojos y se preguntó por qué se despertaba con una sonrisa. Luego se dió cuenta de dónde estaba, y lo comprendió. Había llegado el día que tanto temía: Su treinta cumpleaños. No obstante los primeros minutos no le parecieron horrorosos. No miraba un futuro negro, sino un pecho masculino. Aquella cama resultaba más acogedora de lo que lo había sido nunca la suya. Quizá cumplir los treinta no fuera tan terrible se dijo estrechándose contra Pedro. Incluso había olvidado un poco sus ansias de tener un hijo. Tenía algo más urgente que hacer. Enterró el rostro en el hueco del hombro y el cuello de él.
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